lunes, 25 de junio de 2018

El Káiser, una introducción


Wilhelm II, el último káiser del II Reich, fue uno de los personajes más fascinantes entre la plétora de monarcas y príncipes que protagonizaron y contemplaron el derrumbe de la Vieja Europa durante la Primera Guerra Mundial. Su intensa, teatral y, a veces, histriónica personalidad fue tema de conversación y debate, y durante décadas, se le achacó haber sido uno de los principales causantes del deterioramiento de las relaciones anglo-alemanas y del estallido de la guerra. En la actualidad, muchas de estas aseveraciones están en entredicho.

Wilhelm II fue un hombre de contrastes: impulsivo, ignorante, ansioso, depresivo, incapaz de concentrarse en el trabajo y fiel defensor de los derechos divinos de la monarquía, también era, no obstante, ambicioso, muy inteligente, tenía muy buena memoria, era elocuente y enérgico y estaba muy interesado en el mundo moderno. Su brusquedad y egoísmo solían ir de la mano de la amabilidad y la educación propias de un gentleman.

Teatral, pomposo y dado a lo que hoy llamaríamos “incorrecciones políticas”, Wilhelm II heredó en 1888 uno de los tronos más codiciados del mundo, el del floreciente Imperio alemán. Hijo del príncipe Friedrich (brevemente emperador Friedrich III) y de la princesa Victoria o Vicky (hija a su vez de la reina Victoria), su nacimiento estuvo marcado por un funesto parto que le dejaría como resultado un brazo izquierdo paralizado y ligeramente más corto. (Más sobre su infancia y juventud aquí) Esta discapacidad generaría en él un complejo de inferioridad y, al mismo tiempo, una cierta tendencia hacia la megalomanía y la arrogancia así como una constante necesidad de aprobación, de sentirse amado y admirado y por sus propios súbditos pero también por los ingleses, que por lo general lo aborrecían y despreciaban.

La princesa Victoria pintada en 1867 por Winterhalter.

El príncipe Friedrich pintado en 1857 por Winterhalter.

El Káiser tenía, además, la tendencia a hablar muchísimo y sobre muchos temas al mismo tiempo; demostraba tener grandes conocimientos pero también una destacable falta de concentración. Wilhelm II era hiperactivo, cosa que preocupaba especialmente a su séquito. “Su majestad no tiene nervios, pero no aguanta la presión durante las crisis” decía el almirante Friedrich Hollmann, y esa era la principal preocupación de sus doctores: Wilhelm II tendía a consumir sus nervios, después de períodos de hiperactividad se derrumbaba.

Algunos historiadores han querido ver también en Wilhelm II un ejemplo de Cäsarenwahnsinn, una "dolencia" característica de algunos emperadores romanos que incluía delirios de grandeza, divinización de uno mismo, deseo de triunfos militares y manía persecutoria.

El joven príncipe Wilhelm ataviado a la escocesa en una fotografía para su abuela la reina Victoria, hacia 1884.

Sobre él también influyó la pobre relación que tuvo con su madre inglesa que, por un lado, consideraba a su hijo un fracaso personal y, por otro, parecía constantemente dispuesta a alabar todo lo inglés y a ser condescendiente con las tradiciones prusianas. Todo ello contribuiría a crear en el Káiser una complicada relación con Reino Unido. Wilhelm II siempre sintió fascinación y admiración por la cultura inglesa, pero al mismo tiempo vio, con frustración, como sus parientes ingleses le solían mirar por encima del hombre. El Káiser, por lo tanto, osciló siempre entre el orgullo y el rencor hacia todo lo inglés.

El káiser Wilhelm II pintado en 1917 por August Böcher.

La imagen que de él ha guardado la posteridad es la de un belicista amante de los desfiles, de los uniformes y dado a discursos violentos como el famoso Discurso de los Hunos de 1900 o el Escándalo Daily Telegraph de 1908. Pero tras esta fachada militarista con pomposos aires de Siegfried o Parsifal se escondía un hombre de paz. Wilhelm II prefería ser el árbitro, el líder que proponía acuerdos entre las naciones beligerantes del mismo modo que un padre hace con sus hijos.


El Káiser rodeado por su familia en 1896.

No en vano, en su primer discurso como emperador, se esforzó por remarcar que su reinado perseguiría la paz y no las conquistas. Del mismo modo, en el verano de 1914, tras enterarse del contenido del Ultimátum austríaco a Serbia, escribió a su canciller que eso era un triunfo diplomático, ya que la necesidad de una guerra quedaba completamente descartada. Murió creyendo que había tenido que ir a la guerra en defensa propia contra una conspiración orquestada por sus primos ingleses y rusos.

Incluso la famosa Kaiserliche Marine, que pretendía rivalizar con la Royal Navy y que tantos regueros de tinta originó, se creó más para extender la influencia alemana por el globo que pensando en un futuro enfrentamiento con Gran Bretaña. Prueba de ello, la famosa Misión Haldane de 1912, en la que los alemanes, conscientes de que perdían la carrera naval, propusieron a Reino Unido llegar a un alto armamentístico y a una alianza diplomática. Los británicos lo rechazaron, considerando que aquello no les aportaba ningún beneficio ya que, al fin y al cabo, ellos siempre seguirían teniendo la mayor armada. Las ironías de la Historia quisieron que los flamantes y "amenazantes" acorazados "del Káiser" terminarían sus días en Scapa Flow, siendo hundidos por sus propios tripulantes para evitar que cayeran en manos enemigas.

El káiser Wilhelm II pintado en 1907 por Philip de Laszló.

En este blog hemos dedicado varios artículos a Wilhelm II, y esperamos dedicarle algunos otros más.




lunes, 18 de junio de 2018

El pequeño príncipe y la Inglesa


21 DE ENERO DE 1859

Dícese que al enterarse del nacimiento de su primer nieto, el príncipe Wilhelm, por aquel entonces regente de Prusia, abandonó una reunión en la secretaría de Exteriores y cogió el primer taxi que encontró en la calle rumbo al Kronprinzenpalais en el Unter den Linden.

También en Reino Unido la emoción fue grande, era el primer nieto de la reina Victoria y el príncipe Albert y para conmemorarlo un nuevo verso fue añadido temporalmente al himno. Antes de las representaciones teatrales el público solía prorrumpir en aplausos al escucharlo.

La hija mayor de la reina Victoria, también llamada Victoria o Vicky, se había casado en 1858 con el príncipe Friedrich de Prusia, hijo, a su vez, del príncipe Wilhelm, que actuaba como regente de su incapacitado hermano el rey Friedrich Wilhelm IV de Prusia.

El primer hijo de Friedrich y Vicky fue bautizado con los nombres Friedrich Wilhelm Viktor Albert de Hohenzollern, pasaría a la historia como el káiser Wilhelm II de Alemania. Su infancia ha sido frecuentemente definida como oscura, traumática e incluso “gótica” por historiadores que luego han presentado el soberano como una persona desequilibrada e incapaz de gobernar. Veámoslo.

El Kronprinzenpalais (Palacio del Príncipe Heredero) de Berlín y, al fondo, la cúpula del Stadtschloss.

FÓRCEPS

Lo que nunca supieron los súbditos prusianos y británicos fue que el pequeño Wilhelm nació después de un doloroso parto. Su madre pasó horas agónicas mientras los médicos de la corte prusiana debatían con los médicos ingleses enviados por la reina Victoria. El bebé venía de nalgas, pero la cesárea fue juzgada demasiado peligrosa, ya que nadie quería arriesgarse a matar a la hija de la soberana inglesa. Finalmente, ante lo desesperado de la situación, el médico alemán optó por usar unos fórceps. El futuro príncipe nació más muerto que vivo y los médicos lo frotaron con tanta energía para reanimarlo, que dañaron el nervio de su brazo izquierdo.

No fue hasta más tarde que sus padres y nodrizas se dieron cuenta que el joven príncipe Wilhelm no usaba su brazo izquierdo, que, además, parecía ligeramente más corto. Los médicos confirmaron que dicho brazo estaba fatalmente atrofiado.

La noticia no tardó en extenderse por la corte prusiana. “Un príncipe manco no puede ser rey”, no tardó en oírse en los corrillos.

Una jovencísima Vicky y su recién nacido en 1859.
© Royal Collection.

Hasta los seis años, el infante fue sometido a toda clase de tratamientos para intentar corregir su parálisis: se le hacía pasar horas atado a máquinas que presionaban su espina dorsal, a liebres recién degolladas para revivificar sus nervios y pasaba largos ratos sometido a electromagnetismo y electroterapia.

Con el tiempo sus padres se dieron cuenta que el mejor tratamiento era enseñar al niño a vivir con esa discapacidad. Wilhelm aprendió a montar a caballo, a disparar y a nadar a la perfección. Aunque años más tarde, con cierto rencor, recordaría como, mientras él lloraba a mares, su madre le obligaba a subir una y otra vez sobre el pony cuando se caía.

Wilhelm aprendió a vivir con su brazo atrofiado: sus uniformes siempre tenían una manga más corta y los bolsillos más altos, en sus apariciones públicas solía llevan capa y en la mesa siempre había un valet preparado para cortarle la carne. Por otro lado, acabó desarrollando una sorprendente fuerza en su mano atrofiada y no se abstenía de demostrárselo a quien le daba la mano.

Abrigo de "coronel honorario" perteneciente a Wilhelm II.
© Imperial War Museum.

No obstante, el futuro káiser conservaría a lo largo de su vida una autoestima frágil, una sensación de no estar a la altura del cargo de emperador alemán, rey de Prusia y jefe supremo del ejército. Su risa estruendosa, sus poses teatrales, sus discursos encendidos y su cierta megalomanía eran una forma de elevarse por encima de los demás para ocultar su fragilidad. Sin embargo, con frecuencia esta pose se resquebrajaba fácilmente ante las críticas, Wilhelm se sumía entonces en profundos periodos depresivos. A lo largo de su vida y su reinado, la alternancia de periodos eufóricos e hiperactivos con fases depresivas fue constante.

Aparte de su autoestima, la relación de Wilhelm con su madre también se vio un poco afectada. La perfeccionista Vicky, profundamente angustiada por no haber llevado al mundo un heredero perfecto, vivió la infancia de su hijo con una ansiedad casi permanente, con una tensión constante por intentar mejorar su estado de salud. Tal como le escribió a su madre, "su discapacidad estropea toda la alegría y el orgullo que debería sentir por él".

El joven Wilhelm no entendía porque cada vez que estaba con él, su madre parecía atacada de los nervios, llegando a pensar que su madre lo rechazaba. Con los años, la relación entre madre e hijo fue tornándose en desconfianza mutua.

Todo lo contrario ocurría con su padre Friedrich, que solía acompañar a su hijo Wilhelm a los tratamientos médicos y siempre se mostraba paciente y afectuoso con su hijo. Padre e hijo pasaban largos ratos leyendo y nadando. A Friedrich le gustaba, además, explicar sus experiencias en la Guerra Franco-prusiana. Wilhelm lo escuchaba fascinado, aunque años más tarde afirmaría que “nunca he tenido ambiciones guerreras. En mi juventud mi padre me explicaba lo terribles que fueron los campos de batalla de 1870 y 1871. No siento ninguna inclinación en traer tal miseria, a tal gran escala, al pueblo alemán y a la humanidad”.

HINZPETER

Para educar al príncipe Wilhelm y más tarde a su hermano Heinrich, sus padres escogieron a un reputado y austero calvinista llamado Georg Ernst Hinzpeter. Era la primera vez que un príncipe prusiano era educado por un civil y no por un militar y aunque Hinzpeter era tosco y parco, Vicky y Friedrich confiaban en que enseñaría a sus hijos las virtudes civiles y burguesas.

Wilhelm con un año en un barco de juguete, el primer navío de la temida "Marina del Káiser".
© Royal Collection.

Hinzpeter era un educador de métodos severos y a veces brutales, que hacía estudiar a sus alumnos desde el amanecer hasta el atardecer (es decir, desde la seis de la mañana hasta las seis de la tarde). Sin embargo, le enseñó a Wilhelm mucho más de lo que habría sido habitual en la corte prusiana. Una vez por semana, Wilhelm y su hermano pasaban un día en una fábrica, aprendiendo los procesos de fabricación y teniendo ellos mismo que mezclarse con los trabajadores y presentar, al final del día, algo que hubieran hecho. De estas visitas, Wilhelm extraería una pasión por la tecnología y los avances científicos que duraría toda su vida.

El tutor también llevada a los niños a viajes de aprendizaje más lejanos y largos, como Cannes, las Islas Frisias o la costa belga. De ahí saldría seguramente el interés del futuro káiser por la navegación y los viajes.

Wilhelm con seis años y Heinrich con tres.
© Royal Collection.

Las extenuantes sesiones de estudio programadas por Hinzpeter, no obstante, solo se aplicaban a Wilhelm parcialmente, ya que el niño seguía pasando largas horas en tratamientos médicos. Su propia madre, intelectualmente brillante, se quejaba de que Wilhelm parecía “retrasado” a causa de su ausencia a las lecciones. Aparte de su tara física ahora se añadía su bajo intelecto. Para Vicky, Wilhelm jamás se parecería ni a ella ni a su igualmente brillante padre, el príncipe Albert.

Cuando el príncipe le escribía cartas a su madre, ésta las respondía con párrafos enteros de correcciones, como por ejemplo sobre cuál era la expresión afectuosa más adecuada para dirigirse a ella en las cartas.

No obstante, a pesar de las quejas de su madre, Wilhelm heredó su privilegiado intelecto, tenía una gran memoria, le interesaban gran variedad de temas y solía hacer preguntas inteligentes y perspicaces cuando visitaba una factoría. Sus notas fueron siempre excelentes en historia, literatura, religión y lengua.

El problema de Wilhelm era seguramente su falta de concentración, pasaba rápidamente de un tema al otro, sin conexión entre ambos. Ya siendo emperador, propuso fundar una Nueva Alemania en la jungla de Brasil, convertir Mesopotamia en colonia alemana (a pesar de que era inglesa) o fundar una corporación petrolera pan-europea a modo de la Starndart-Oil americana. Los largos memorándums que enviaba a sus ministros y a sus parientes con frecuencia pasaban al olvido cuando a Wilhelm se le ocurría otra idea.

A pesar de su tendencia a no escuchar las opiniones de los demás y de su frágil autoestima, podemos afirmar que Wilhelm aprendió dos grandes lecciones de su tutor: que debía pensar por sí solo, cosa que explica la ausencia de camarillas durante su reinado, y que podía vivir como una persona normal a pesar de su discapacidad.

POSTDAM

Las enseñanzas de Hinzpeter fueron completadas con estudios de secundaria en el gymnasium de Kassel y, tras ellas, Wilhelm realizó una licenciatura de derecho en la universidad de Bonn y Heinrich ingresó en la Marina.

Wilhelm y Heinrich en 1886.

Era la primera vez que los Hohenzollern iban y eran educados junto con otros jóvenes de su edad, cosa que causó un considerable malestar en la corte prusiana. Sin embargo, la princesa Vicky y el príncipe Friedrich se habían empeñado en que sus hijos no tuvieran la tradicional educación militar y ultra-conservadora de los príncipes prusianos.

Tras graduarse en Bonn en 1879, Wilhelm ingresó en el 1er Regimiento de Infantería de la Guardia Imperial, radicado en Potsdam. Vicky se quejaría más tarde que su hijo se volvió brusco y arrogante entonces, Wilhelm, por su parte “que había encontrado su familia y su amigos”.

No obstante, puede afirmarse, que Wilhelm no fue producto de la típica educación castrense prusiana, al contrario. Tuvo, y sus padres de esforzaron en ello, una educación eminentemente civil. La pasión futura de Wilhlem por el ejército y sus uniformes puede considerarse esencialmente una afición, jamás adquirió ni la disciplina, ni la austeridad, ni el belicismo del ejército prusiano.

LA INGLESA

El príncipe Albert siempre consideró, y con razón, que su hija mayor Vicky era la más inteligente de sus vástagos. La propia Vicky también fue consciente desde pequeña de su intelecto brillante. Sin embargo, no podía disimular una cierta arrogancia ante la gente que no estaba a su altura o que discrepaba con ella.

Ya instalada en Prusia después de su boda con el príncipe Friedrich, la joven e impulsiva princesa (solo tenía 17 años) no se cortaba en afirmar la superioridad de todo lo inglés frente a lo prusiano, considerando además que el país adolecía de una falta de evolución comparado con Reino Unido. Siguiendo las enseñanzas de su padre, el príncipe Albert, la princesa consideraba que Prusia debía transformarse en una democracia más liberal, cuyo modelo era, obviamente, Inglaterra.

Vicky, además, se metió de lleno en una “guerra fría” que había de dominado la corte prusiana desde principios del siglo, aquella que enfrentaba a un “partido pro-ruso” y conservador con otro “partido anti-ruso” y pro-inglés de corte más liberal. La princesa pronto recibió el sobrenombre de “La Inglesa” por parte de sus detractores.

Friedrich y Vicky junto con sus dos hijos mayor Wilhelm y Heinrich (Winterhalter 1862).

Al contrario que su madre, Friedrich era un hombre con un carácter pausado y afable y de naturaleza silenciosa. Aunque menos impetuoso que su esposa, el príncipe también hacía gala de sus claras tendencias liberales y anglófilas, y, con el tiempo, no tardó en rumorearse entre la corte que se encontraba “dominado” por su mujer.

Los príncipes herederos y su familia, circa 1865.
© Royal Collection.

Pocos años después del nacimiento de Wilhelm, ascendió al trono de Prusia su abuelo Wilhelm I (1861) y Otto von Bismarck se convirtió en canciller (1862). Ambos eran claros partidarios de una tendencia más “pro-rusa” y Friedrich y Vicky poco a poco se vieron excluidos de los círculos de influencia.

El aislamiento de los ahora príncipes herederos se hizo todavía más hiriente cuando su hijo Wilhelm fue desarrollando a partir de la adolescencia una personalidad y unos intereses diametralmente opuestos a los de sus padres, todo ello espoleado por la influencia de su abuelo, el (desde 1871) káiser Wilhelm I, y del canciller Bismarck.

La distancia entre madre e hijo se acrecentó. Vicky consideraba que su hijo lo hacía todo para fastidiarla y provocarla, y Wilhelm creía que su madre nunca le había querido.

En las frecuentes peleas familiares, la reina Victoria tenía que hacer siempre de mediadora, optando usualmente por secundar a su nieto mayor y apaciguar a su hija.

DONA

Mientras estudiaba en Bonn, el príncipe Wilhelm se enamoró perdidamente de su prima la princesa Ella de Hesse-Darmstadt y hasta llegó a escribirle poemas de amor. Pero Ella, bella y sofisticada, le rechazó como a un patito feo. La autoestima de Wilhelm tocó fondo.

Al mismo tiempo, su madre Vicky empezó a proyectar la boda de su hijo, con la esperanza que una esposa adecuada ayudara a recoser la distancia entre ambos. La escogida fue la princesa Auguste Viktoria de Schleswig-Holstein, hija del (solo formalmente) duque soberano de Schleswig-Holstein.

Auguste Viktoria, o Dona, como se la llamaría afectuosamente, no era precisamente una princesa con un linaje rutilante. Su padre, el duque Friedrich VIII de Schleswig-Holstein, era un empobrecido miembro de una rama secundaria de la Casa Real Danesa y su única hazaña había sido declarar, en 1863, la independencia de los ducados de Schleswig-Holstein de Dinamarca para luego entregarlos a las tropas austro-prusianas. Desde entonces había vivido en el más absoluto de los olvidos.

Peor era que la abuela paterna de Dona hubiera sido una simple condesa, aunque esto se compensaba con su abuela materna, la princesa Feodora de Leiningen, medio hermana de la reina Victoria.

La princesa Auguste Viktoria retratada por Von Angeli en 1880.

Vicky pensó que una princesa humilde sería capaz de controlar los delirios de grandeza de su hijo. También esperaba poder ejercer una mayor influencia sobre su vástago a través de su nuera, que, por supuesto, le estaría eternamente agradecida por haberla escogido. Sin embargo, tarde se dio cuenta que en realidad Dona era una ferviente protestante, conservadora y no precisamente anglófila. Carecía además del carácter de Alix de Hesse, del glamour de Alexandra de Gales o del magnetismo de Elisabeth de Austria, Dona siempre fue una mujer corriente, que nunca escondió que sus grandes intereses eran esencialmente la religión y la familia y que no tenía inquietudes políticas ni intelectuales. Su aspecto de hausfrau (ama de casa) la hizo ser muy querida entre la clase media alemana.

Muy al contrario de lo que esperaba Vicky, la boda en 1881 con Dona no sirvió para propiciar un acercamiento madre-hijo, porque Dona nunca quiso cuestionar ni interesarse por las posiciones políticas de su marido.

Su matrimonio con Wilhelm fue un matrimonio sin fisuras, Dona siempre le estuvo eternamente agradecida a Wilhelm por haberse casado con ella, una princesa con poco brillo y linaje. A la inversa, Wilhelm también le agradeció que se hubiera casado con un tullido como él.

Wilhelm y Dona, circa 1880-1881.

PRÁCTICAS

El inicio de la década de los 80 también coincidió con el progresivo acercamiento entre Wilhelm y su abuelo el emperador Wilhelm I, todo ello propiciado por Bismarck, deseoso de evitar que el príncipe pudiera acabar bajo la influencia de Vicky. El canciller empezó a encargar tareas de representación al príncipe Wilhelm, al tiempo que sus padres Friedrich y Vicky eran mantenidos apartados de la política. A todo ello se unían las siempre abiertas críticas de Vicky al gobierno y, por el contrario, las también públicas muestras de apoyo que su hijo daba al mismo gobierno.

Cuatro generaciones: el káiser Wilhelm I, su hijo el príncipe heredero Friedrich, su nieto el príncipe Wilhelm y su bisnieto el príncipe Friedrich Wilhelm (hijo del anterior).

Si la relación entre madre e hijo no era muy buena, la que había entre padre e hijo parecía haber solventado los obstáculos, hasta que Wilhelm empezó las "prácticas" en el negocio familiar.

En 1884, Bismarck y el káiser escogieron a Wilhelm para realizar una visita oficial al zar Aleksandr III de Rusia. Su padre Friedrich se sintió, con razón, deliberadamente excluido, pero Bismarck y Wilhelm arguyeron que sus claras posiciones anti-rusas podrían afectar el buen desarrollo del viaje.

Wilhelm hacia 1885.
© Royal Collection. 

La visita fue un triunfo y Wilhelm siguió actuando durante los siguientes años como interlocutor directo con el zar, cosa que provocó una creciente tensión con su padre, al considerar que su hijo estaba usurpando una de las funciones más sagradas de un futuro emperador, el trato con otros soberanos.

La exitosa visita a la corte rusa también conllevó que Wilhelm ingenuamente creyera a lo largo de todo su reinado, que la “diplomacia dinástica” podía solucionar cualquier problema entre estados.

Cuatro generaciones: la emperatriz Augusta y el káiser Wilhelm I, el príncipe Heinrich y su prometida Irene de Hesse dándole la mano, detrás Friedrich y Vicky y, en el extremo derecho, Wilhelm, Dona y sus hijos.

JUBILEO

El príncipe Friedrich siempre había sido un hombre propenso a los resfriados y problemas de garganta, pero en mayo de 1887, tras un largo catarro y afonía, los médicos de la corte diagnosticaron un cáncer de laringe. Se consideró que la mejor opción sería realizar, pese a los riesgos que podía conllevar, una laringotomía. La princesa Vicky buscó una segunda opinión de médicos británicos y, tras una biopsia, el doctor Morell Mackenzie determinó que el tumor era benigno y que lo que necesitaba en príncipe heredero era un cambio de aires.

A pesar del optimista diagnostico de Mackenzie, el anuncio oficial de que el príncipe estaba enfermo (sin decir de qué) causó, entre los alemanes, serias dudas sobre su capacidad para ascender al trono imperial en un futuro no muy lejano. Con cierta falta de tacto, Wilhelm se ofreció entonces a substituir a su padre como representante del káiser en el Jubileo de la Reina Victoria en junio de ese mismo año. Vicky montó en cólera e incluso la reina Victoria amenazó con no invitar a su nieto al evento.

Aunque Wilhelm había sido imprudente con este ofrecimiento, seguramente pensara que el extenuante viaje y el aire no muy limpio de Londres poco harían para mejorar la salud de su padre. Vicky, sin embargo, creyó firmemente que su hijo había querido aprovechar la enfermedad de su padre para usurpar sus funciones. Esta obsesión la perseguiría constantemente a lo largo de los siguientes meses.

La aparición del príncipe heredero Friedrich en el jubileo, vestido con el uniforme blanco y la reluciente coraza del regimiento de los Coraceros de la Guardia Imperial fue un auténtico éxito y la prensa británica se deshizo en elogios hacia yerno de la reina Victoria.

VILLA ZIRIO

De vuelta a Berlín, el doctor Mackenzie, que por entonces se había convertido en confidente de Vicky, siguió recomendando un cambio de aires. Friedrich y Vicky pasaron el verano primero en la isla de Wight y luego con la reina Victoria en Balmoral, Escocia. En otoño se trasladaron al Tirol con sus tres hijas más jóvenes (y próximas) y en noviembre se instalaron en San Remo, donde alquilaron una casa llamada Villa Zirio.

La Villa Zirio en San Remo, Italia.
Tras meses de tratamiento, Mackenzie tuvo que reconocer que el tumor era maligno y además, que ahora ya era seguramente inoperable. Con angustia y frustración, Vicky empezó a vislumbrar como el ansiado momento de ascender al trono y vengarse de Bismarck y del “partido ruso” podía no llegar jamás. Cuidando de su marido, que ya había perdido la capacidad de hablar, Vicky pasó varios meses enclaustrada en la Villa Zirio de San Remo.

En noviembre, el príncipe Wilhelm viajó a San Remo para visitar a su padre. También tenía instrucciones expresas de su abuelo, el káiser, de averiguar el estado de salud exacto de Friedrich. Nada más llegar, Wilhelm reunió a los médicos que lo atendían para que le informaran de cómo estaba y quedó devastado por el diagnóstico. Su madre, Vicky, se enfureció al saber que su hijo había hablado con los médicos a sus espaldas y prohibió que padre e hijo pudieran verse a solas, para disgusto de Wilhelm, que veía como a diario periodistas extranjeros eran recibidos en audiencia por el enfermo. Las cartas que el hijo enviaba al padre eran también con frecuencia interceptadas por Vicky.

En medio de todo este ambiente de paranoia y suspicacia, no es de extrañar, que a lo largo de estos meses de enfermedad, a parte de la salud de Friedrich, también hubiera otra cosa en constante deterioro: la relación con su hijo. Si el trato entre padre e hijo ya había vivido su primer encontronazo a raíz del viaje a Rusia años antes, ahora, tras meses de encierro en Villa Zirio, Friedrich veía con disgusto y desconfianza las constantes, y lógicas, opiniones de Wilhelm sobre cuál sería el mejor tratamiento a seguir.

Impotente en San Remo, Wilhelm volvió a Berlín e informó a su abuelo el emperador sobre el estado de salud de su padre. El boletín oficial de la corte finalmente publicó que el príncipe heredero Friedrich padecía un cáncer incurable. Todo el mundo se empezó a preguntar si el príncipe llegaría a suceder a su anciano padre el emperador.

Friedrich, su familia y su séquito en la Villa Zirio. Vicky aparece a la derecha de Friedrich, en la escaleras están sus hijas favoritas: Viktoria "Moretta", Sophia "Sossy" y Margarethe "Mossy". Arriba de la escalera está Heinrich vestido claro. Nótese la ausencia de Wilhelm.
© Royal Collection. 

También Wilhelm I, consternado y preocupado, empezó a entender que sería mejor preparar a su nieto para el gobierno nombrándolo Stellvertreter des Kaisers (Suplente del Emperador). Para Vicky, ésta fue la prueba definitiva que mostraba la mala fe de su hijo y sus ansias de poder. Tampoco la prensa alemana contribuía al entendimiento, llegando a publicar la falsa noticia que Wilhelm había obligado a su padre a renunciar al trono antes de volver a la capital.

Recluida en Villa Zirio y siguiendo los consejos de Mackenzie y otros confidentes, Vicky era incapaz de ver la gravedad de la situación y seguía creyendo que su marido podía recuperarse y llegar a ser emperador. Fue la propia reina Victoria la que tuvo que advertir a su hija sobre su obcecación y recomendarle que escuchara otras opiniones además de la de Mackenzie.

Finalmente, siguiendo los consejos de su madre, Vicky permitió que los médicos de la corte realizaran una traqueotomía a su marido, a causa de la cual perdió la facultad de hablar. Los médicos arguyeron que la operación le daría varios meses de vida a Friedrich, pero que difícilmente viviría más de un año.

A principios de marzo de 1888, mientras se recuperaba de la operación, llegó un telegrama urgente desde Berlín, el káiser se encontraba gravemente enfermo. Friedrich y Vicky se prepararon para partir de inmediato, pero la mañana del 9 de marzo, otro telegrama anunció que Wilhelm I había fallecido.

El cortejo fúnebre del emperador Wilhelm I saliendo de la catedral de Berlín (detrás).

MENTIRAS

Friedrich acababa de ascender al trono como Friedrich III, segundo emperador de la Alemania unificada. El tren imperial cruzó Europa a toda prisa para llegar a Berlín lo antes posible pues, según Vicky, su ausencia de la capital era un riesgo. Con las prisas, el nuevo emperador cometió algún desliz, como, por ejemplo, pasar de largo Múnich mientras toda la familia real bávara le esperaba en la estación para felicitarle por su ascensión.

Cuando el tren imperial llegó a Berlín, la mañana del 11 de marzo, la nueva pareja imperial fue recibida por los miembros más allegados de la familia, pero el aparente servilismo y simpatía entre Wilhelm y sus padres era solo un ejemplo de lo gélida que era su relación.

El emperador Friedrich III de Alemania.

La nueva pareja imperial decidió instalarse en Charlottenburg, lejos del bullicio y de las miradas indiscretas. Allí, Wilhelm visitó a su madre para preguntarle porque en los últimos meses se había mostrado tan fría y furiosa. Su madre respondió que Wilhelm había hecho todo lo posible por usurpar el poder a su padre y por obligarle a renunciar al trono. Wilhelm se defendió afirmando que no era cierto, que su madre había malinterpretado sus intenciones a lo que ella respondió que eso era otra mentira pero que “qué más da una mentira más o una menos, cuando alguien es capaz de llevar su ingratitud tan lejos”.

A medida que pasaban los días y el nuevo emperador tenía que hacer frente a los distintos compromisos oficiales, crecía la indignación al ver como Vicky y Mackenzie habían maquillado su verdadero estado de salud. A sus 57 años, Friedrich III, que siempre había sido alto y robusto, era ahora como un hombre cansado y profundamente envejecido. Peor aún, era incapaz de pronunciar una sola palabra, algo indispensable para un soberano. La propia Vicky fue poco a poco dándose cuenta de la grave situación de su marido y de lo poco que duraría su reinado “somos sombras pasajeras que esperan a ser substituidas por otra realidad en forma de Wilhelm”.

LA MUERTE DE UN EMPERADOR

El ansiado y temido cambio de gobierno que debía producirse si Vicky y Friedrich llegaban al trono jamás llegó a producirse, él estaba demasiado débil y ella demasiado aislada. Su único caballo de batalla fue intentar concretar (por segunda vez) la boda entre su hija Moretta con el príncipe Alexander de Battenberg, persona non grata para los rusos después de haber sido brevemente príncipe de Bulgaria. A pesar del énfasis que los nuevos emperadores pusieron en el asunto, tanto Bismarck como la propia reina Victoria lo desaconsejaron, y la boda no llegó a celebrarse. Si que se produjo, no obstante, la boda, el 24 de mayo, entre su hijo Heinrich y la princesa Irene de Hesse. Fue la última festividad a la que asistió el emperador.

Boda entre el príncipe Heinrich y la princesa Irene de Hesse en el castillo de Charlottenburg.
Vicky y Friedrich aparecen sentados a la izquierda, Wilhelm y Dona de pie a la derecha.

En abril, Friedrich III estaba tan débil que ya no podía ni andar. Pidió ser trasladado al Neues Palais de Potsdam, en donde había pasado casi todos los veranos con su familia desde el nacimiento de Wilhelm.

Friedrich III, segundo emperador de Alemania, murió a las once y media de la mañana del 15 de junio de 1888. Había reinado solo 99 días.

La cámara mortuoria de Friedrich III en el Neues Palais de Potsdam.
© Frank Burchert.

SIN TECHO

La situación vivida tras la muerte de Friedrich III fue uno de los momentos más agrios de la relación entre Wilhelm y su madre Vicky.

Nada más ascender al trono, el ahora Wilhelm II, ordenó que un regimiento de la guardia rodeara el Neues Palais e impidiera a todo el mundo salir o entrar. Asimismo dio instrucciones para que se buscaran documentos secretos y comprometedores en los aposentos de sus padres.

Vicky, que acababa de perder a su marido, vivió esos instantes como una auténtica agresión, y nunca se cansaría de recordar lo insensible que fue su hijo. Wilhelm, por su parte, dijo que tal acción estuvo motivada por los rumores que corrían que Vicky había o tenía la intención de enviar documentos ultra-secretos a Reino Unido.

Tras una hora de encierro y registro, los soldados se retiraron y la emperatriz viuda pudo velar a su marido en calma. No se encontraron papeles comprometedores en el palacio. Sin embargo, semanas después, la reina Victoria devolvió a Berlín unas cajas selladas que Vicky le había enviado y que habían estado meses guardadas en Windsor. Nunca se supo exactamente que contenían.

La segunda confrontación entre madre e hijo vino cuando los médicos de la corte solicitaron hacer una autopsia al difunto emperador. Wilhelm dudó, ya que su padre se había mostrado en contra de ello en su testamento. No obstante, los médicos arguyeron que al haber muerto el emperador después de una larga enfermedad y con varios tratamientos médicos, era necesario practicar una autopsia. Wilhelm accedió. Nuevamente su madre lo consideró una afrenta.

En octubre, Wilhelm II le sugirió a su madre que abandonara el Neues Palais, que debía convertirse en la nueva residencia del emperador en Potsdam. Como contrapartida, el nuevo emperador le ofreció a su madre la posibilidad de escoger entre otros cinco palacios, entre ellos el coqueto Sanssouci. Vicky escribió a sus familiares que su hijo la había echado de casa y que ahora era una “sin techo”. Años después, Vicky se construiría un monumental castillo cerca de Frankfurt, lejos de su hijo.

Lejos de Berlín pero no fuera de Alemania.
El monumental retiro de Vicky, el castillo de Friedrichshof (literalmente "El castillo de Friedrich").

El castillo también incluía su propio memorial al difunto emperador.


TIMONEL

Una de las primeras decisiones políticas del nuevo káiser Wilhelm II fue la destitución del hombre que había guiado Alemania antes, durante y después de su unificación: Bismarck.

El conflicto entre el emperador y su canciller vino a causa de la huelga de trabajadores en el Ruhr a finales de 1889. Bismarck aspiraba a dejar que las cosas se caldearan lo suficiente para, así, poder aprobar sin ningún problema en el Reichstag nuevas y duras leyes anti-socialistas. Wilhelm II, sin embargo, aspiraba a llegar a un acuerdo con los huelguistas e utilizó toda su influencia para forzar al Estado a que atendiera las demandas de los trabajadores de mayores sueldos y límite de horas.

El emperador Wilhelm II y el canciller Bismarck en la residencia de este último, Friedrichsruh. Circa 1888.

A lo largo de varias semanas se produjo un tira y afloja entre ambos. En el fondo, más allá de los deseos de Wilhelm II de ejercer personalmente el poder que le confería la Constitución (algo que a su abuelo nunca le había interesado) el conflicto también venía dado por la forma de ejercer la política de ambos. Bismarck era de la vieja escuela, para él la política eran largas negociaciones, burocracia y un constante y hábil maquiavelismo. Wilhelm, por su parte, era un hombre de su tiempo, preocupado por la popularidad y por los gestos, y más dado a una política grandilocuente a base grandes soluciones para problemas concretos.

Solo tardíamente el anciano canciller se dio cuenta que su puesto dependía enteramente (según la Constitución) del favor del emperador. En un vano intento por asegurar su cargo, Bismarck visitó a su archi-enemiga, la emperatriz viuda Vicky, para pedirle que intercediera por él ante el emperador. Ésta se limitó a decir que gracias a sus intrigas ella había perdido toda influencia sobre su hijo. No sería del todo cierto, pues a lo largo de la infancia y juventud de Wilhelm, tanto Bismarck como Vicky demostraron ser igual de intrigantes y obcecados.

Después de una acalorada discusión sobre los poderes y las competencias del canciller, Bismarck presentó su dimisión el 18 de marzo de 1890. Empezaba entonces aquellos que algunos historiadores llamarían, quizás exageradamente, “el reinado personal” de Wilhelm II.

INFANCIA

En sus memorias, más allá de los terribles y estrafalarios tratamientos médicos, Wilhelm recordaba con nostalgia varios momentos felices de su infancia, como cuando él y sus hermanos pasaban las tardes jugando y leyendo con su madre en el salón-puente de su palacio, mientras veían los transeúntes pasar por debajo. O los momentos pasados con su padre, ojeando los libros de historia y sus ilustraciones, paseando por los jardines o remando en los lagos de Potsdam.

Friedrich y Vicky con sus hijos, en 1874.
© Royal Collection. 

No puede decirse, por lo tanto, que la infancia de Wilhelm fuera dramática, gótica u oscura. Estuvo plagada de momentos tristes, eso sí, seguramente como la infancia de cualquier persona que sufre una discapacidad. Ya de joven y adulto, fueron la política y las intrigas cortesanas las que intoxicaron la relación entre Wilhelm y sus padres, nada que no ocurriera con frecuencia con muchas otras familias reinantes a lo largo de los siglos.

Con asiduidad se dice que Wilhelm fue una “criatura de Bismarck”, pero se ignora que muchas de sus virtudes, como su inteligencia, su buena memoria, su fascinación por la tecnología, su capacidad para conectar con la gente humilde o su afición por los viajes y la arqueología fueron consecuencia de la educación recibida durante su infancia y supervisada por sus padres.

A lo largo de su vida, Vicky escribió innumerables cartas, publicadas más tarde, quejándose de su hijo, de su actitud y del trato que recibía ella. Con el tiempo, el contenido de dichas cartas pasó de ser una opinión subjetiva a una verdad indiscutible. Pocos historiadores cuestionaron la veracidad de aquello que Vicky escribía, construyéndose, por lo tanto, una monstruosa imagen de su hijo que sería extremadamente útil en la propaganda anti-alemana durante la Primera Guerra Mundial.

Vicky se quejó amargamente del carácter de su hijo, de su arrogancia, de su ambición, de su incapacidad para escuchar a los demás, de su ímpetu, etc, pero estos fueron defectos que también la definían a ella. Finalmente, en muchos aspectos, su hijo se le parecía más de lo que jamás reconoció.