21 DE ENERO DE 1859
Dícese que al enterarse del
nacimiento de su primer nieto, el príncipe Wilhelm, por aquel entonces regente
de Prusia, abandonó una reunión en la secretaría de Exteriores y cogió el
primer taxi que encontró en la calle rumbo al Kronprinzenpalais en el Unter den Linden.
También en Reino Unido la emoción
fue grande, era el primer nieto de la reina Victoria y el príncipe Albert y
para conmemorarlo un nuevo verso fue añadido temporalmente al himno. Antes de las
representaciones teatrales el público solía prorrumpir en aplausos al
escucharlo.
La hija mayor de la reina Victoria,
también llamada Victoria o Vicky, se había casado en 1858 con el príncipe Friedrich
de Prusia, hijo, a su vez, del príncipe Wilhelm, que actuaba como regente de su
incapacitado hermano el rey Friedrich Wilhelm IV de Prusia.
El primer hijo de Friedrich y Vicky
fue bautizado con los nombres Friedrich Wilhelm Viktor Albert de Hohenzollern,
pasaría a la historia como el káiser Wilhelm II de Alemania. Su infancia ha
sido frecuentemente definida como oscura, traumática e incluso “gótica” por historiadores
que luego han presentado el soberano como una persona desequilibrada e incapaz
de gobernar. Veámoslo.
El Kronprinzenpalais (Palacio del Príncipe Heredero) de Berlín y, al fondo, la cúpula del Stadtschloss. |
FÓRCEPS
Lo que nunca supieron los súbditos
prusianos y británicos fue que el pequeño Wilhelm nació después de un doloroso
parto. Su madre pasó horas agónicas mientras los médicos de la corte prusiana
debatían con los médicos ingleses enviados por la reina Victoria. El bebé venía
de nalgas, pero la cesárea fue juzgada demasiado peligrosa, ya que nadie quería
arriesgarse a matar a la hija de la soberana inglesa. Finalmente, ante lo desesperado
de la situación, el médico alemán optó por usar unos fórceps. El futuro
príncipe nació más muerto que vivo y los médicos lo frotaron con tanta energía
para reanimarlo, que dañaron el nervio de su brazo izquierdo.
No fue hasta más tarde que sus
padres y nodrizas se dieron cuenta que el joven príncipe Wilhelm no usaba su
brazo izquierdo, que, además, parecía ligeramente más corto. Los médicos
confirmaron que dicho brazo estaba fatalmente atrofiado.
La noticia no tardó en extenderse
por la corte prusiana. “Un príncipe manco no puede ser rey”, no tardó en oírse
en los corrillos.
Una jovencísima Vicky y su recién nacido en 1859. © Royal Collection. |
Hasta los seis años, el infante fue
sometido a toda clase de tratamientos para intentar corregir su parálisis: se
le hacía pasar horas atado a máquinas que presionaban su espina dorsal, a liebres
recién degolladas para revivificar sus nervios y pasaba largos ratos sometido a
electromagnetismo y electroterapia.
Con el tiempo sus padres se dieron
cuenta que el mejor tratamiento era enseñar al niño a vivir con esa
discapacidad. Wilhelm aprendió a montar a caballo, a disparar y a nadar a la
perfección. Aunque años más tarde, con cierto rencor, recordaría como, mientras
él lloraba a mares, su madre le obligaba a subir una y otra vez sobre el pony cuando se caía.
Wilhelm aprendió a vivir con su
brazo atrofiado: sus uniformes siempre tenían una manga más corta y los
bolsillos más altos, en sus apariciones públicas solía llevan capa y en la mesa
siempre había un valet preparado para
cortarle la carne. Por otro lado, acabó desarrollando una sorprendente fuerza
en su mano atrofiada y no se abstenía de demostrárselo a quien le daba la mano.
Abrigo de "coronel honorario" perteneciente a Wilhelm II. © Imperial War Museum. |
No obstante, el futuro káiser
conservaría a lo largo de su vida una autoestima frágil, una sensación de no
estar a la altura del cargo de emperador alemán, rey de Prusia y jefe supremo
del ejército. Su risa estruendosa, sus poses teatrales, sus discursos
encendidos y su cierta megalomanía eran una forma de elevarse por encima de los
demás para ocultar su fragilidad. Sin embargo, con frecuencia esta pose se
resquebrajaba fácilmente ante las críticas, Wilhelm se sumía entonces en
profundos periodos depresivos. A lo largo de su vida y su reinado, la
alternancia de periodos eufóricos e hiperactivos con fases depresivas fue
constante.
Aparte de su autoestima, la relación
de Wilhelm con su madre también se vio un poco afectada. La perfeccionista Vicky, profundamente angustiada
por no haber llevado al mundo un heredero perfecto, vivió la infancia de su
hijo con una ansiedad casi permanente, con una tensión constante por intentar
mejorar su estado de salud. Tal como le escribió a su madre, "su discapacidad estropea toda la alegría y el orgullo que debería sentir por él".
El joven Wilhelm no entendía porque cada vez que estaba con él, su madre parecía atacada de los nervios, llegando a pensar que su madre lo rechazaba. Con los años, la relación entre madre e hijo fue tornándose en desconfianza mutua.
El joven Wilhelm no entendía porque cada vez que estaba con él, su madre parecía atacada de los nervios, llegando a pensar que su madre lo rechazaba. Con los años, la relación entre madre e hijo fue tornándose en desconfianza mutua.
Todo lo contrario ocurría con su
padre Friedrich, que solía acompañar a su hijo Wilhelm a los tratamientos
médicos y siempre se mostraba paciente y afectuoso con su hijo. Padre e hijo
pasaban largos ratos leyendo y nadando. A Friedrich le gustaba, además,
explicar sus experiencias en la Guerra Franco-prusiana. Wilhelm lo escuchaba
fascinado, aunque años más tarde afirmaría que “nunca he tenido ambiciones
guerreras. En mi juventud mi padre me explicaba lo terribles que fueron los
campos de batalla de 1870 y 1871. No siento ninguna inclinación en traer tal
miseria, a tal gran escala, al pueblo alemán y a la humanidad”.
HINZPETER
Para educar al príncipe Wilhelm y
más tarde a su hermano Heinrich, sus padres escogieron a un reputado y austero
calvinista llamado Georg Ernst Hinzpeter. Era la primera vez que un príncipe
prusiano era educado por un civil y no por un militar y aunque Hinzpeter era
tosco y parco, Vicky y Friedrich confiaban en que enseñaría a sus hijos las
virtudes civiles y burguesas.
Wilhelm con un año en un barco de juguete, el primer navío de la temida "Marina del Káiser". © Royal Collection. |
Hinzpeter era un educador de
métodos severos y a veces brutales, que hacía estudiar a sus alumnos desde el
amanecer hasta el atardecer (es decir, desde la seis de la mañana hasta las
seis de la tarde). Sin embargo, le enseñó a Wilhelm mucho más de lo que habría
sido habitual en la corte prusiana. Una vez por semana, Wilhelm y su hermano
pasaban un día en una fábrica, aprendiendo los procesos de fabricación y
teniendo ellos mismo que mezclarse con los trabajadores y presentar, al final
del día, algo que hubieran hecho. De estas visitas, Wilhelm extraería una
pasión por la tecnología y los avances científicos que duraría toda su vida.
El tutor también llevada a los
niños a viajes de aprendizaje más lejanos y largos, como Cannes, las Islas
Frisias o la costa belga. De ahí saldría seguramente el interés del futuro
káiser por la navegación y los viajes.
Las extenuantes sesiones de estudio
programadas por Hinzpeter, no obstante, solo se aplicaban a Wilhelm
parcialmente, ya que el niño seguía pasando largas horas en tratamientos
médicos. Su propia madre, intelectualmente brillante, se quejaba de que Wilhelm
parecía “retrasado” a causa de su ausencia a las lecciones. Aparte de su tara
física ahora se añadía su bajo intelecto. Para Vicky, Wilhelm jamás se parecería
ni a ella ni a su igualmente brillante padre, el príncipe Albert.
Cuando el príncipe le escribía
cartas a su madre, ésta las respondía con párrafos enteros de correcciones,
como por ejemplo sobre cuál era la expresión afectuosa más adecuada para
dirigirse a ella en las cartas.
No obstante, a pesar de las quejas
de su madre, Wilhelm heredó su privilegiado intelecto, tenía una gran memoria,
le interesaban gran variedad de temas y solía hacer preguntas inteligentes y
perspicaces cuando visitaba una factoría. Sus notas fueron siempre excelentes
en historia, literatura, religión y lengua.
El problema de Wilhelm era
seguramente su falta de concentración, pasaba rápidamente de un tema al otro,
sin conexión entre ambos. Ya siendo emperador, propuso fundar una Nueva
Alemania en la jungla de Brasil, convertir Mesopotamia en colonia alemana (a
pesar de que era inglesa) o fundar una corporación petrolera pan-europea a modo
de la Starndart-Oil americana. Los largos memorándums que enviaba a sus
ministros y a sus parientes con frecuencia pasaban al olvido cuando a Wilhelm
se le ocurría otra idea.
A pesar de su tendencia a no
escuchar las opiniones de los demás y de su frágil autoestima, podemos afirmar
que Wilhelm aprendió dos grandes lecciones de su tutor: que debía pensar por sí
solo, cosa que explica la ausencia de camarillas durante su reinado, y que
podía vivir como una persona normal a pesar de su discapacidad.
POSTDAM
Las enseñanzas de Hinzpeter fueron
completadas con estudios de secundaria en el gymnasium de Kassel y, tras ellas, Wilhelm realizó una licenciatura de derecho en la universidad
de Bonn y Heinrich ingresó en la Marina.
Wilhelm y Heinrich en 1886. |
Era la primera vez que los Hohenzollern iban y eran educados junto con
otros jóvenes de su edad, cosa que causó un considerable malestar en la corte
prusiana. Sin embargo, la princesa Vicky y el príncipe Friedrich se habían
empeñado en que sus hijos no tuvieran la tradicional educación militar y
ultra-conservadora de los príncipes prusianos.
Tras graduarse en Bonn en 1879,
Wilhelm ingresó en el 1er Regimiento de Infantería de la Guardia Imperial,
radicado en Potsdam. Vicky se quejaría más tarde que su hijo se volvió brusco y
arrogante entonces, Wilhelm, por su parte “que había encontrado su familia y su
amigos”.
No obstante, puede afirmarse, que
Wilhelm no fue producto de la típica educación castrense prusiana, al contrario.
Tuvo, y sus padres de esforzaron en ello, una educación eminentemente civil. La
pasión futura de Wilhlem por el ejército y sus uniformes puede considerarse esencialmente una afición, jamás adquirió ni la disciplina, ni la austeridad, ni el
belicismo del ejército prusiano.
LA INGLESA
El príncipe Albert siempre
consideró, y con razón, que su hija mayor Vicky era la más inteligente de sus
vástagos. La propia Vicky también fue consciente desde pequeña de su intelecto
brillante. Sin embargo, no podía disimular una cierta arrogancia ante la gente
que no estaba a su altura o que discrepaba con ella.
Ya instalada en Prusia después de
su boda con el príncipe Friedrich, la joven e impulsiva princesa (solo tenía 17 años) no se cortaba en afirmar
la superioridad de todo lo inglés frente a lo prusiano, considerando además que
el país adolecía de una falta de evolución comparado con Reino Unido. Siguiendo las enseñanzas de su padre, el príncipe Albert, la
princesa consideraba que Prusia debía transformarse en una democracia más
liberal, cuyo modelo era, obviamente, Inglaterra.
Vicky, además, se metió de lleno en
una “guerra fría” que había de dominado la corte prusiana desde principios del
siglo, aquella que enfrentaba a un “partido pro-ruso” y conservador con otro “partido
anti-ruso” y pro-inglés de corte más liberal. La princesa pronto recibió el
sobrenombre de “La Inglesa” por parte de sus detractores.
Friedrich y Vicky junto con sus dos hijos mayor Wilhelm y Heinrich (Winterhalter 1862). |
Al contrario que su madre,
Friedrich era un hombre con un carácter pausado y afable y de naturaleza
silenciosa. Aunque menos impetuoso que su esposa, el príncipe también hacía
gala de sus claras tendencias liberales y anglófilas, y, con el tiempo, no
tardó en rumorearse entre la corte que se encontraba “dominado” por su mujer.
Los príncipes herederos y su familia, circa 1865. © Royal Collection. |
Pocos años después del nacimiento
de Wilhelm, ascendió al trono de Prusia su abuelo Wilhelm I (1861) y Otto von
Bismarck se convirtió en canciller (1862). Ambos eran claros partidarios de una
tendencia más “pro-rusa” y Friedrich y Vicky poco a poco se vieron excluidos de
los círculos de influencia.
El aislamiento de los ahora
príncipes herederos se hizo todavía más hiriente cuando su hijo Wilhelm fue
desarrollando a partir de la adolescencia una personalidad y unos intereses
diametralmente opuestos a los de sus padres, todo ello espoleado por la
influencia de su abuelo, el (desde 1871) káiser Wilhelm I, y del canciller Bismarck.
La distancia entre madre e hijo se
acrecentó. Vicky consideraba que su hijo lo hacía todo para fastidiarla y
provocarla, y Wilhelm creía que su madre nunca le había querido.
En las frecuentes peleas
familiares, la reina Victoria tenía que hacer siempre de mediadora, optando
usualmente por secundar a su nieto mayor y apaciguar a su hija.
DONA
Mientras estudiaba en Bonn, el
príncipe Wilhelm se enamoró perdidamente de su prima la princesa Ella de
Hesse-Darmstadt y hasta llegó a escribirle poemas de amor. Pero Ella, bella y
sofisticada, le rechazó como a un patito feo. La autoestima de Wilhelm tocó fondo.
Al mismo tiempo, su madre Vicky
empezó a proyectar la boda de su hijo, con la esperanza que una esposa adecuada
ayudara a recoser la distancia entre ambos. La escogida fue la
princesa Auguste Viktoria de Schleswig-Holstein, hija del (solo formalmente)
duque soberano de Schleswig-Holstein.
Auguste Viktoria, o Dona, como se
la llamaría afectuosamente, no era precisamente una princesa con un linaje
rutilante. Su padre, el duque Friedrich VIII de Schleswig-Holstein, era un empobrecido
miembro de una rama secundaria de la Casa Real Danesa y su única hazaña había
sido declarar, en 1863, la independencia de los ducados de Schleswig-Holstein
de Dinamarca para luego entregarlos a las tropas austro-prusianas. Desde
entonces había vivido en el más absoluto de los olvidos.
Peor era que la abuela paterna de
Dona hubiera sido una simple condesa, aunque esto se compensaba con su abuela
materna, la princesa Feodora de Leiningen, medio hermana de la reina Victoria.
La princesa Auguste Viktoria retratada por Von Angeli en 1880. |
Vicky pensó que una princesa
humilde sería capaz de controlar los delirios de grandeza de su hijo. También
esperaba poder ejercer una mayor influencia sobre su vástago a través de su
nuera, que, por supuesto, le estaría eternamente agradecida por haberla escogido. Sin embargo, tarde se dio
cuenta que en realidad Dona era una ferviente protestante, conservadora y no
precisamente anglófila. Carecía además del carácter de Alix de Hesse, del glamour de Alexandra de Gales o del
magnetismo de Elisabeth de Austria, Dona siempre fue una mujer corriente, que
nunca escondió que sus grandes intereses eran esencialmente la religión y la
familia y que no tenía inquietudes políticas ni intelectuales. Su aspecto de hausfrau (ama de casa) la hizo ser muy
querida entre la clase media alemana.
Muy al contrario de lo que esperaba
Vicky, la boda en 1881 con Dona no sirvió para propiciar un acercamiento
madre-hijo, porque Dona nunca quiso cuestionar ni interesarse por las posiciones
políticas de su marido.
Su matrimonio con Wilhelm fue un
matrimonio sin fisuras, Dona siempre le estuvo eternamente agradecida a Wilhelm
por haberse casado con ella, una princesa con poco brillo y linaje. A la
inversa, Wilhelm también le agradeció que se hubiera casado con un tullido como
él.
Wilhelm y Dona, circa 1880-1881. |
PRÁCTICAS
El inicio de la década de los 80
también coincidió con el progresivo acercamiento entre Wilhelm y su abuelo el
emperador Wilhelm I, todo ello propiciado por Bismarck, deseoso de evitar que
el príncipe pudiera acabar bajo la influencia de Vicky. El canciller empezó a
encargar tareas de representación al príncipe Wilhelm, al tiempo que sus padres
Friedrich y Vicky eran mantenidos apartados de la política. A todo ello se
unían las siempre abiertas críticas de Vicky al gobierno y, por el contrario,
las también públicas muestras de apoyo que su hijo daba al mismo gobierno.
Cuatro generaciones: el káiser Wilhelm I, su hijo el príncipe heredero Friedrich, su nieto el príncipe Wilhelm y su bisnieto el príncipe Friedrich Wilhelm (hijo del anterior). |
Si la relación entre madre e hijo no era muy buena, la que había entre padre e hijo parecía haber solventado los obstáculos, hasta
que Wilhelm empezó las "prácticas" en el negocio familiar.
En 1884, Bismarck y el káiser
escogieron a Wilhelm para realizar una visita oficial al zar Aleksandr III de
Rusia. Su padre Friedrich se sintió, con razón, deliberadamente excluido, pero
Bismarck y Wilhelm arguyeron que sus claras posiciones anti-rusas podrían
afectar el buen desarrollo del viaje.
Wilhelm hacia 1885. © Royal Collection. |
La visita fue un triunfo y Wilhelm
siguió actuando durante los siguientes años como interlocutor directo con el
zar, cosa que provocó una creciente tensión con su padre, al considerar que su
hijo estaba usurpando una de las funciones más sagradas de un futuro emperador,
el trato con otros soberanos.
La exitosa visita a la corte rusa
también conllevó que Wilhelm ingenuamente creyera a lo largo de todo su reinado, que
la “diplomacia dinástica” podía solucionar cualquier problema entre estados.
JUBILEO
El príncipe Friedrich siempre había
sido un hombre propenso a los resfriados y problemas de garganta, pero en mayo
de 1887, tras un largo catarro y afonía, los médicos de la corte diagnosticaron
un cáncer de laringe. Se consideró que la mejor opción sería realizar, pese a
los riesgos que podía conllevar, una laringotomía. La princesa Vicky buscó una
segunda opinión de médicos británicos y, tras una biopsia, el doctor Morell Mackenzie
determinó que el tumor era benigno y que lo que necesitaba en príncipe heredero
era un cambio de aires.
A pesar del optimista diagnostico
de Mackenzie, el anuncio oficial de que el príncipe estaba enfermo (sin decir de
qué) causó, entre los alemanes, serias dudas sobre su capacidad para ascender
al trono imperial en un futuro no muy lejano. Con cierta falta de tacto,
Wilhelm se ofreció entonces a substituir a su padre como representante del
káiser en el Jubileo de la Reina Victoria en junio de ese mismo año. Vicky
montó en cólera e incluso la reina Victoria amenazó con no invitar a su nieto
al evento.
Aunque Wilhelm había sido
imprudente con este ofrecimiento, seguramente pensara que el extenuante viaje y
el aire no muy limpio de Londres poco harían para mejorar la salud de su padre.
Vicky, sin embargo, creyó firmemente que su hijo había querido aprovechar la
enfermedad de su padre para usurpar sus funciones. Esta obsesión la perseguiría
constantemente a lo largo de los siguientes meses.
La aparición del príncipe heredero
Friedrich en el jubileo, vestido con el uniforme blanco y la reluciente coraza
del regimiento de los Coraceros de la Guardia Imperial fue un auténtico éxito y
la prensa británica se deshizo en elogios hacia yerno de la reina Victoria.
VILLA ZIRIO
De vuelta a Berlín, el doctor Mackenzie, que por entonces se había convertido en confidente de
Vicky, siguió recomendando un cambio de aires. Friedrich y Vicky pasaron el
verano primero en la isla de Wight y luego con la reina Victoria en Balmoral,
Escocia. En otoño se trasladaron al Tirol con sus tres hijas más jóvenes (y próximas)
y en noviembre se instalaron en San Remo, donde alquilaron una casa llamada
Villa Zirio.
La Villa Zirio en San Remo, Italia. |
Tras meses de tratamiento, Mackenzie tuvo que reconocer que el tumor era maligno y además, que ahora ya era seguramente inoperable. Con angustia y frustración, Vicky empezó a vislumbrar
como el ansiado momento de ascender al trono y vengarse de Bismarck y del
“partido ruso” podía no llegar jamás. Cuidando de su marido, que ya había
perdido la capacidad de hablar, Vicky pasó varios meses enclaustrada en la
Villa Zirio de San Remo.
En noviembre, el príncipe Wilhelm
viajó a San Remo para visitar a su padre. También tenía instrucciones expresas
de su abuelo, el káiser, de averiguar el estado de salud exacto de Friedrich.
Nada más llegar, Wilhelm reunió a los médicos que lo atendían para que le
informaran de cómo estaba y quedó devastado por el diagnóstico. Su madre,
Vicky, se enfureció al saber que su hijo había hablado con los médicos a sus
espaldas y prohibió que padre e hijo pudieran verse a solas, para disgusto de
Wilhelm, que veía como a diario periodistas extranjeros eran recibidos en
audiencia por el enfermo. Las cartas que el hijo enviaba al padre eran también
con frecuencia interceptadas por Vicky.
En medio de todo este ambiente de
paranoia y suspicacia, no es de extrañar, que a lo largo de estos meses de
enfermedad, a parte de la salud de Friedrich, también hubiera otra cosa en
constante deterioro: la relación con su hijo. Si el trato entre padre e hijo ya
había vivido su primer encontronazo a raíz del viaje a Rusia años antes, ahora,
tras meses de encierro en Villa Zirio, Friedrich veía con disgusto y desconfianza
las constantes, y lógicas, opiniones de Wilhelm sobre cuál sería el mejor
tratamiento a seguir.
Impotente en San Remo, Wilhelm volvió
a Berlín e informó a su abuelo el emperador sobre el estado de salud de su
padre. El boletín oficial de la corte finalmente publicó que el príncipe
heredero Friedrich padecía un cáncer incurable. Todo el mundo se empezó a
preguntar si el príncipe llegaría a suceder a su anciano padre el emperador.
También Wilhelm I, consternado y
preocupado, empezó a entender que sería mejor preparar a su nieto para el
gobierno nombrándolo Stellvertreter des
Kaisers (Suplente del Emperador). Para Vicky, ésta fue la prueba definitiva
que mostraba la mala fe de su hijo y sus ansias de poder. Tampoco la prensa
alemana contribuía al entendimiento, llegando a publicar la falsa noticia que
Wilhelm había obligado a su padre a renunciar al trono antes de volver a la
capital.
Recluida en Villa Zirio y siguiendo
los consejos de Mackenzie y otros confidentes, Vicky era incapaz de ver la
gravedad de la situación y seguía creyendo que su marido podía recuperarse y
llegar a ser emperador. Fue la propia reina Victoria la que tuvo que advertir a
su hija sobre su obcecación y recomendarle que escuchara otras opiniones además
de la de Mackenzie.
Finalmente, siguiendo los consejos
de su madre, Vicky permitió que los médicos de la corte realizaran una traqueotomía
a su marido, a causa de la cual perdió la facultad de hablar. Los médicos
arguyeron que la operación le daría varios meses de vida a Friedrich, pero que
difícilmente viviría más de un año.
A principios de marzo de 1888,
mientras se recuperaba de la operación, llegó un telegrama urgente desde
Berlín, el káiser se encontraba gravemente enfermo. Friedrich y Vicky se
prepararon para partir de inmediato, pero la mañana del 9 de marzo, otro
telegrama anunció que Wilhelm I había fallecido.
El cortejo fúnebre del emperador Wilhelm I saliendo de la catedral de Berlín (detrás). |
MENTIRAS
Friedrich acababa de ascender al
trono como Friedrich III, segundo emperador de la Alemania unificada. El tren
imperial cruzó Europa a toda prisa para llegar a Berlín lo antes posible pues,
según Vicky, su ausencia de la capital era un riesgo. Con las prisas, el nuevo
emperador cometió algún desliz, como, por ejemplo, pasar de largo Múnich
mientras toda la familia real bávara le esperaba en la estación para
felicitarle por su ascensión.
Cuando el tren imperial llegó a Berlín, la mañana del 11 de marzo, la nueva pareja imperial fue recibida por los miembros
más allegados de la familia, pero el aparente servilismo y simpatía entre
Wilhelm y sus padres era solo un ejemplo de lo gélida que era su relación.
El emperador Friedrich III de Alemania. |
La nueva pareja imperial decidió
instalarse en Charlottenburg, lejos del bullicio y de las miradas indiscretas.
Allí, Wilhelm visitó a su madre para preguntarle porque en los últimos meses se
había mostrado tan fría y furiosa. Su madre respondió que Wilhelm había hecho
todo lo posible por usurpar el poder a su padre y por obligarle a renunciar al
trono. Wilhelm se defendió afirmando que no era cierto, que su madre había
malinterpretado sus intenciones a lo que ella respondió que eso era otra mentira
pero que “qué más da una mentira más o una menos, cuando alguien es capaz de
llevar su ingratitud tan lejos”.
A medida que pasaban los días y el
nuevo emperador tenía que hacer frente a los distintos compromisos oficiales, crecía
la indignación al ver como Vicky y Mackenzie habían maquillado su verdadero estado
de salud. A sus 57 años, Friedrich III, que siempre había sido alto y robusto, era
ahora como un hombre cansado y profundamente envejecido. Peor aún, era incapaz
de pronunciar una sola palabra, algo indispensable para un soberano. La propia
Vicky fue poco a poco dándose cuenta de la grave situación de su marido y de lo
poco que duraría su reinado “somos sombras pasajeras que esperan a ser
substituidas por otra realidad en forma de Wilhelm”.
LA MUERTE DE UN EMPERADOR
El ansiado y temido cambio de
gobierno que debía producirse si Vicky y Friedrich llegaban al trono jamás
llegó a producirse, él estaba demasiado débil y ella demasiado aislada. Su
único caballo de batalla fue intentar concretar (por segunda vez) la boda entre
su hija Moretta con el príncipe Alexander de Battenberg, persona non grata para los rusos después de
haber sido brevemente príncipe de Bulgaria. A pesar del énfasis que los nuevos
emperadores pusieron en el asunto, tanto Bismarck como la propia reina Victoria
lo desaconsejaron, y la boda no llegó a celebrarse. Si que se produjo, no
obstante, la boda, el 24 de mayo, entre su hijo Heinrich y la princesa Irene de
Hesse. Fue la última festividad a la que asistió el emperador.
Boda entre el príncipe Heinrich y la princesa Irene de Hesse en el castillo de Charlottenburg. Vicky y Friedrich aparecen sentados a la izquierda, Wilhelm y Dona de pie a la derecha. |
En abril, Friedrich III estaba tan
débil que ya no podía ni andar. Pidió ser trasladado al Neues Palais de Potsdam, en donde había
pasado casi todos los veranos con su familia desde el nacimiento de Wilhelm.
Friedrich III, segundo emperador de
Alemania, murió a las once y media de la mañana del 15 de junio de 1888. Había
reinado solo 99 días.
La cámara mortuoria de Friedrich III en el Neues Palais de Potsdam. © Frank Burchert. |
SIN TECHO
La situación vivida tras la muerte
de Friedrich III fue uno de los momentos más agrios de la relación entre
Wilhelm y su madre Vicky.
Nada más ascender al trono, el
ahora Wilhelm II, ordenó que un regimiento de la guardia rodeara el Neues Palais e impidiera a todo el mundo
salir o entrar. Asimismo dio instrucciones para que se buscaran documentos
secretos y comprometedores en los aposentos de sus padres.
Vicky, que acababa de perder a su
marido, vivió esos instantes como una auténtica agresión, y nunca se cansaría
de recordar lo insensible que fue su hijo. Wilhelm, por su parte, dijo que tal
acción estuvo motivada por los rumores que corrían que Vicky había o tenía la
intención de enviar documentos ultra-secretos a Reino Unido.
Tras una hora de encierro y
registro, los soldados se retiraron y la emperatriz viuda pudo velar a su
marido en calma. No se encontraron papeles comprometedores en el palacio. Sin
embargo, semanas después, la reina Victoria devolvió a Berlín unas cajas
selladas que Vicky le había enviado y que habían estado meses guardadas en
Windsor. Nunca se supo exactamente que contenían.
La segunda confrontación entre
madre e hijo vino cuando los médicos de la corte solicitaron hacer una autopsia al difunto emperador. Wilhelm dudó, ya que su padre se había mostrado en contra
de ello en su testamento. No obstante, los médicos arguyeron que al haber muerto el
emperador después de una larga enfermedad y con varios tratamientos médicos, era necesario
practicar una autopsia. Wilhelm accedió. Nuevamente su madre lo consideró una
afrenta.
En octubre, Wilhelm II le sugirió a
su madre que abandonara el Neues Palais,
que debía convertirse en la nueva residencia del emperador en Potsdam. Como
contrapartida, el nuevo emperador le ofreció a su madre la posibilidad de
escoger entre otros cinco palacios, entre ellos el coqueto Sanssouci. Vicky
escribió a sus familiares que su hijo la había echado de casa y que ahora era
una “sin techo”. Años después, Vicky se construiría un monumental castillo
cerca de Frankfurt, lejos de su hijo.
Lejos de Berlín pero no fuera de Alemania. El monumental retiro de Vicky, el castillo de Friedrichshof (literalmente "El castillo de Friedrich"). |
El castillo también incluía su propio memorial al difunto emperador. |
TIMONEL
Una de las primeras decisiones
políticas del nuevo káiser Wilhelm II fue la destitución del hombre que había
guiado Alemania antes, durante y después de su unificación: Bismarck.
El conflicto entre el emperador y
su canciller vino a causa de la huelga de trabajadores en el Ruhr a finales de
1889. Bismarck aspiraba a dejar que las cosas se caldearan lo suficiente para,
así, poder aprobar sin ningún problema en el Reichstag nuevas y duras leyes
anti-socialistas. Wilhelm II, sin embargo, aspiraba a llegar a un acuerdo con
los huelguistas e utilizó toda su influencia para forzar al Estado a que
atendiera las demandas de los trabajadores de mayores sueldos y límite de
horas.
El emperador Wilhelm II y el canciller Bismarck en la residencia de este último, Friedrichsruh. Circa 1888. |
A lo largo de varias semanas se
produjo un tira y afloja entre ambos. En el fondo, más allá de los deseos de
Wilhelm II de ejercer personalmente el poder que le confería la Constitución
(algo que a su abuelo nunca le había interesado) el conflicto también venía
dado por la forma de ejercer la política de ambos. Bismarck era de la vieja
escuela, para él la política eran largas negociaciones, burocracia y un
constante y hábil maquiavelismo. Wilhelm, por su parte, era un hombre de su
tiempo, preocupado por la popularidad y por los gestos, y más dado a una
política grandilocuente a base grandes soluciones para problemas concretos.
Solo tardíamente el anciano
canciller se dio cuenta que su puesto dependía enteramente (según la
Constitución) del favor del emperador. En un vano intento por asegurar su
cargo, Bismarck visitó a su archi-enemiga, la emperatriz viuda Vicky, para
pedirle que intercediera por él ante el emperador. Ésta se limitó a decir que
gracias a sus intrigas ella había perdido toda influencia sobre su hijo. No
sería del todo cierto, pues a lo largo de la infancia y juventud de Wilhelm,
tanto Bismarck como Vicky demostraron ser igual de intrigantes y
obcecados.
Después de una acalorada discusión
sobre los poderes y las competencias del canciller, Bismarck presentó su
dimisión el 18 de marzo de 1890. Empezaba entonces aquellos que algunos
historiadores llamarían, quizás exageradamente, “el reinado personal” de
Wilhelm II.
INFANCIA
En sus memorias, más allá de los
terribles y estrafalarios tratamientos médicos, Wilhelm recordaba con nostalgia
varios momentos felices de su infancia, como cuando él y sus hermanos pasaban
las tardes jugando y leyendo con su madre en el salón-puente de su palacio,
mientras veían los transeúntes pasar por debajo. O los momentos pasados con su
padre, ojeando los libros de historia y sus ilustraciones, paseando por los
jardines o remando en los lagos de Potsdam.
Friedrich y Vicky con sus hijos, en 1874. © Royal Collection. |
No puede decirse, por lo tanto, que
la infancia de Wilhelm fuera dramática, gótica u oscura. Estuvo plagada de
momentos tristes, eso sí, seguramente como la infancia de cualquier persona que
sufre una discapacidad. Ya de joven y adulto, fueron la política y las intrigas
cortesanas las que intoxicaron la relación entre Wilhelm y sus padres, nada que
no ocurriera con frecuencia con muchas otras familias reinantes a lo largo de
los siglos.
Con asiduidad se dice que Wilhelm
fue una “criatura de Bismarck”, pero se ignora que muchas de sus virtudes, como
su inteligencia, su buena memoria, su fascinación por la tecnología, su
capacidad para conectar con la gente humilde o su afición por los viajes y la
arqueología fueron consecuencia de la educación recibida durante su infancia y
supervisada por sus padres.
A lo largo de su vida, Vicky
escribió innumerables cartas, publicadas más tarde, quejándose de su hijo, de
su actitud y del trato que recibía ella. Con el tiempo, el contenido de dichas
cartas pasó de ser una opinión subjetiva a una verdad indiscutible. Pocos
historiadores cuestionaron la veracidad de aquello que Vicky escribía, construyéndose,
por lo tanto, una monstruosa imagen de su hijo que sería extremadamente útil en
la propaganda anti-alemana durante la Primera Guerra Mundial.
Vicky se quejó amargamente del
carácter de su hijo, de su arrogancia, de su ambición, de su incapacidad para
escuchar a los demás, de su ímpetu, etc, pero estos fueron defectos que también
la definían a ella. Finalmente, en muchos aspectos, su hijo se le parecía más
de lo que jamás reconoció.
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