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domingo, 12 de abril de 2015

La boda del siglo: Marie-Antoinette se casa con el dauphin Louis-Auguste de Francia (primera parte).

Vale, puede que no fuera la boda del siglo (aunque no se me ocurre cual puede serlo), pero en todo caso fue la última gran boda celebrada en la Francia pre-revolucionaria. Su importancia fue doble, en primer lugar por la suntuosidad del evento, una pompa que no se veía desde la boda del anterior Dauphin o Delfín (titulo del heredero al trono francés) hacía más de 25 años antes, y por otro lado por las importantes consecuencias políticas que tuvo.

Fueron la Marquesa de Pompadour y el Duque de Choiseul, ministro de Asuntos Exteriores, los que convencieron a Louis XV (1715-1774) para iniciar un acercamiento al enemigo tradicional de Francia, la Monarquía Habsbúrgica (o Austria, aunque aún no existía como estado). Este “renversement” de las alianzas, que no sentó muy bien ni a Prusia ni a Reino Unido, debía sellarse, entre otras cosas, con un conjunto de bodas que estrecharían los lazos entre la Casa de Habsburgo y la Casa de Borbón.
Madame de Pompadour retratada por Drouais en 1763.
La Alianza Austro-francesa de 1756 puede considerarse la obra política de su vida, sus resultados fueron, sin embargo, mediocres.

Enumerémoslas brevemente.

La primera boda fue entre el archiduque Joseph, heredero de la Casa de Habsburgo (y futuro emperador Joseph II), y la princesa parmesana Isabella de Borbón, en 1760. La segunda, en 1765, entre el archiduque Leopold, Gran Duque de la Toscana, con la infanta María Luisa de España. La tercera (1768) entre la archiduquesa Maria Carolina con Ferdinando IV de Borbón, Rey de Nápoles. La cuarta entre la archiduquesa Maria Amalia con Ferdinando I de Borbón, Duque de Parma en 1769.

Y la última y quizás la más importante, fue la boda que nos ocupa. Diez años después de la primera boda se casaron la archiduquesa Maria Antonia de Habsburgo y el heredero al trono francés el dauphin Louis-Auguste de Borbón.
La emperatriz Maria Theresia (1767) de Jean-Étienne Liotard.

La archiduquesa Maria Antonia Josépha Johanna, de apenas catorce años, era el decimoquinto hijo de Maria Theresia de Austria (Emperatriz del Sacro Imperio, Reina de Bohemia, Reina de Hungría, Archiduquesa de Austria….) y la quinta hija en contraer matrimonio. Sus tutores la describieron como una niña jovial, traviesa, bienintencionada y generosa, pero con tendencia a distraerse en los estudios y poco amante de la lectura y del esfuerzo.
La archiduquesa Maria Antonia pintada en 1768 por Franz Xaver Wagenschön (izquierda). Meses más tarde se encargó a Joseph Ducreux otro retrato más "a la francesa" para enviar a la corte de Versailles (derecha). Los lazos sustituyeron a las puntas, la seda al terciopelo y los colores pastel a los saturados. Ducreux agrandó además los ojos de la archiduquesa, redujo su frente y la peinó "á la Pompadour".

Dejando de lado todas las largas negociaciones diplomáticas que hubo de por medio (en un primer momento se quería casar a la archiduquesa Maria Antonia con el rey Louis XV, que era 45 años mayor), debemos empezar con las celebraciones en Viena.

VIENA, LOS PREVIOS.

El día 15 de abril de 1770 (Domingo de Pascua), llega triunfalmente a Viena, el Marqués de Durfort, Embajador Extraordinario del Rey de Francia, para pedir la mano de la archiduquesa. El Marqués llevaba en el puesto de embajador desde hacía unos años, pero había partido de Viena unos días antes para ir a recibir simbólicamente el cargo de “Embajador Extraordinario”, en realidad lo que había ido a hacer era a adquirir 48 carruajes que debían llevar a la archiduquesa y al séquito hasta Francia. Como el embajador los había tenido que adquirir con su propio dinero, la mayoría de los coches fueron vendidos después de la efeméride. Solo dos carrozas, las más suntuosas, fueron pagadas por el Rey de Francia, serían las que llevarían a la archiduquesa y estaban pintadas de dorado y su interior tapizado con terciopelo carmesí.

Al día siguiente, en el Hofburg, el Embajador es recibido en solemne audiencia por la emperatriz Maria Theresia y el emperador Joseph II (su hijo y por lo tanto hermano mayor de la novia) y le entrega a la archiduquesa una carta y dos retratos en miniatura, uno de ellos con un marco de diamantes, de su prometido el Dauphin.
La Gran Antecámara de Hofburg pintada por Van Meytens hacia 1750, probablemente en este lugar se recibió al embajador francés.

El día 17 se produce el “Acto de Renuncia”, la archiduquesa Maria Antonia renuncia sobre la Biblia a sus derechos de sucesión en cualquiera de la posesiones de la Casa de Habsburgo. Por la noche el Emperador da una espectacular recepción en el Oberes Belvedere, que por fin sale del letargo en el que se había sumido tras la muerte de príncipe Eugen von Savoyen en 1736. La recepción cuenta con más de 1500 invitados, cosa que obliga a construir una inmensa carpa en el jardín para celebrar los bailes. Centenares de oficiales de la Corte vigilan que no entre nadie sin invitación pues la parte baja de los jardines ha sido abierta al público común, no sería adecuado que ambos grupos se mezclaran. Además, 800 bomberos se encargan de la seguridad del recinto, no en vano se han encendido más de 4000 velas, sin contar los fuegos artificiales que se lanzan. No se registra ningún incidente. La cena se sirve a partir de las 8 en turnos de cien personas, las bebidas (café, té, chocolate, limonada y licores) lo hacen de forma ininterrumpida. A pesar de los rumores, el emperador Joseph II (que está de luto por la muerte de su hija de siete años), asiste al baile, la mayoría de los miembros de la Familia Imperial se retiran hacia las tres de la madrugada, pero el baile se alarga hasta las siete de la mañana.
La Marmorsaal del Oberes Belvedere.
© Belvedere Wien / Margherita Spiluttini.

La siguiente noche es el turno del baile organizado por el Marqués de Durfort, como la embajada es demasiado pequeña, el Príncipe de Liechtenstein cede su gartenpalais a las afueras de la ciudad. Esta vez son 850 invitados, pero atendidos por 800 sirvientes, a ello hay que añadir los sempiternos fuegos artificiales, las medallas conmemorativas repartidas por el jardín y la omnipresencia de esculturas doradas de delfines (alusión al futuro rango de la archiduquesa). Suponemos que esta celebración no se alargó tanto, porque al día siguiente, el jueves 18, se realiza la boda por poderes.
La fachada del gartenpalais del Príncipe de Liechtenstein, una de la primeras fachadas barrocas de Viena (1690s).

A las 6 de la tarde empieza la boda por poderes (o per procurationem) en la Augustinerkirche (donde también se había casado la emperatriz Maria Theresia) anexa al Hofburg. La boda es por poderes (algo muy habitual en la bodas regias, así la prometida ya viajaba con su nuevo rango y se ahorraban sorpresas desagradables de última hora) por lo que el novio es representado por un testigo, en este caso por el archiduque Ferdinand, hermano menor de novia (si, hoy en día suena un poco raro). La archiduquesa Maria Antonia Josépha Johanna von Habsburg-Lothringen es casada por el Nuncio Apostólico, Monseñor Visconti. A las 9 en punto comienza el banquete de bodas, y una vez más el joven archiduque Ferdinand, que solo tiene 13 años, representa al novio en la mesa de los recién casados.
La Augustinerkirche pintada en 1760 por Martin van Meytens representando la boda del archiduque Joseph con la princesa Isabella de Parma.

La última celebración en Viena tiene lugar en la tarde/noche del día 20, la archiduquesa Maria Antonia recibe a los embajadores extranjeros en Viena, todos ya se dirigen a ella como “Madame la Dauphine”.

Antes de partir, la nueva dauphine escribe una carta, seguramente dictada por su madre, a su nuevo suegro, el rey Louis XV. En la carta, que empieza con el protocolario “Hermano y muy querido abuelo mío”, Maria Antonia le comunica el gran afecto que siente por él, y le promete que se dedicará toda su vida a hacerle feliz y merecer su confianza, y añade que su edad y su inexperiencia quizás requieran de su indulgencia en alguna ocasión.

La partida se produce el día 21 (sábado) a las nueve de la mañana, a pesar de la voluntad de evitar escenas como la despedida, en 1768, de la archiduquesa Maria Carolina, que bajó en el último momento del carruaje para abrazar a su madre, se vierten lágrimas y hay efusivos abrazos. Cuando el carruaje se pone en marcha, Maria Antonia no puede evitar sacar la cabeza por la ventanilla en múltiples ocasiones, para ver, una vez más, la última imagen de su hogar, mientras el cortejo de 57 carruajes se aleja por la carretera de Schönbrunn. Madre e hija no se volverán a ver nunca más.

EL VIAJE Y LA REMISE.

Una vez dejado atrás el palacio de Schönbrunn y los suburbios de Viena, el cortejo llega a la famosa Abadía de Melk por la tarde del mismo día 21. Se ha decidido que el viaje se realizará por etapas de 8 horas más o menos, para evitar fatigar a la archiduquesa y al resto del séquito. Según cuentan las crónicas llueve la mayoría de los días. El día 22, el cortejo llega a Enns, luego Lambach y Altheim. El día 24 cruza el rio Inn, abandona Austria y se adentra en Baviera, llega a Alt Ettingen. Los días 26 y 27 la archiduquesa está en Múnich, se aloja en el castillo de Nymphenburg, en las afueras de la ciudad y el Elector de Baviera la agasaja con banquetes, ópera y fuegos artificiales. El 28 llega a Augusburg, luego a la Abadía de Günsburg, donde se encuentra retirada su tía Charlotte de Lorena (hermana de su difunto padre Franz I, Emperador del Sacro Imperio y Duque de Lorena). Maria Antonia no ha visto jamás a su tía Charlotte, el parecer la estancia resulta muy agradable y el cortejo no vuelve a partir hasta el día 2, oficialmente porque la archiduquesa está resfriada, cosa que no sería de extrañar ya que ha caído una lluvia torrencial casi todos los días desde que partió de Viena. El día 2 de mayo, por la tarde, llega a Riedlingen, luego continua hasta Stockach, Donaueschingen, Frieburg y finalmente el día 6 llega a la Abadía de Schütter, cerca de Kehl, es la última parada antes de cruzar la frontera con Francia.

Como el protocolo ponía serias dificultades sobre donde debía producirse la remise (entrega) de la joven prometida, al final se opta por una solución salomónica, se realizará en un territorio neutral, la Île des Épis, una pequeña islita en el Rin (algunos la describen como un mero banco de arena) situada entre la frontera del Sacro Imperio y la de Francia.

Esta solución no debe de extrañarnos, recordemos que el Tratado de los Pirineos (1659) se rubricó en la famosa Isla de los Faisanes, entre la frontera española y la francesa. O que unos años antes en la misma isla se construyó un puente para “intercambiar” a dos princesas: la infanta Ana, que iba a casarse con Louis XIII y la princesa Élisabeth, que debía casarse con el que sería el futuro Felipe IV. La historia no ha registrado si ambas princesas pudieron intercambiar algunas palabras (¡Suerte!) en medio de ese solitario puente.

Volviendo al tema, para la remise se ha construido en la Île des Épis un pabellón (ejemplo tan típico de la arquitectura efímera de otras épocas) para realizar la ceremonia. Tiene cinco estancias, la central, donde se realizará el acto y dos antecámaras a cada lado, dos para Austria y dos para Francia. El pabellón ha sido decorado a toda prisa con préstamos de la burguesía local, de la Iglesia o de distintas instituciones públicas. Un jovencísimo Goethe tiene la ocasión de visitar el pabellón unos días antes de la ceremonia y descubre con horror que para decorarlo se han colgado unos tapices sobre la historia de Jasón y Medea, con seguridad uno de los matrimonios más desdichados de la Mitología Clásica.
Versión reducida del Pavillon de la remise en la película Marie-Antoinette (2006) de Sofia Coppola. El sentido simbólico y práctico de la construcción queda sin embargo perfectamente representado.

Elevación y planta del pabellón.

La mañana del lunes 7 la archiduquesa y su séquito entran en el pabellón por la puerta este, en la segunda antecámara la joven novia debe desvestirse completamente, el protocolo exige que no guarde nada de su pasado austríaco, ante todo el séquito se desviste a la joven y luego la vuelven a vestir con una vestimenta exclusivamente francesa: camisa de seda, medias de Lyon, zapatos hechos por el zapatero del Rey... Curiosamente, el suntuoso trousseau (ajuar) que trae Maria Antonia no vuelve a Viena, será repartido entre sus nuevas damas de honor francesas.

A continuación todo el mundo pasa a la sala central, llamada salle de la remise (sala de la entrega). En el centro de la sala una mesa simboliza la frontera, en la misma línea imaginaria de la frontera, pero pegado a la pared sur se yergue un pequeño trono con su dosel. El Príncipe de Starhemberg, jefe del séquito austríaco, acompaña a la archiduquesa Maria Antonia hasta el trono y ella espera allí sentada a que se lean y se firmen las actas. Una vez los enviados extraordinarios del Rey han estampado su rúbrica se abre la puerta del lado de Francia y aparece su nuevo séquito francés, al mismo tiempo, ante los ojos enrojecidos de la muchacha el séquito austríaco se retira. El Príncipe de Starhemberg, Embajador Extraordinario del Emperador, es el único que puede permanecer, acompañará a la novia hasta Versailles. El Príncipe da la mano a la archiduquesa que desciende del estrado y se dirige hacia su nuevo séquito francés. El Conde de Noailles, jefe del séquito francés, coge la mano de la joven y empiezan las presentaciones, pero cuando se le presenta a la Condesa de Noailles, nueva dama de honor de la prometida, ésta rompe en sollozos y se arroja a los brazos de la altiva señora. Pero no hay tiempo para sentimentalismos, el protocolo no lo contempla, de lejos ya se oyen las campanas de la catedral de Estrasburgo y las salvas de artillería.

En ese pequeño pabellón, la joven archiduquesa se ha metamorfoseado, ha dejado de ser austríaca para convertirse en francesa, y, más importante aún, para la historia ha dejado de ser Maria Antonia, para convertirse en Marie-Antoniette.

LA LLEGADA A FRANCIA Y EL ENCUENTRO CON EL DAUPHIN

La entrada de la joven Marie Antoinette a Estrasburgo, es apoteósica, es la primera ciudad francesa que pisa la prometida y el recibimiento no puede ser más espectacular. Desde hacía décadas que los estrasburgueses no veían pasar por su ciudad ningún miembro de la realeza y menos aun una futura reina de Francia. En las calles se han alzado arcos de triunfo efímeros y en la plaza del Hôtel de Ville hay fuentes de las que emana vino. La gente se agolpa en las calles para ver a esa jovencita de cabellos rubio ceniza y profundos ojos azules que saluda con efusividad. Delante de su carroza, decenas de niñas pertenecientes a las mejores familias de la ciudad marchan lanzando pétalos de flores a su paso. Marie-Antoinette se aloja en el Palais Rohan, la suntuosa residencia del arzobispo de la ciudad y miembro de la poderosísima familia Rohan, y duerme en el dormitorio reservado al Rey. Por la noche la ciudad se llena de luces, en las casas se cuelgan farolillos, por el río navegan barcas iluminadas e incluso los vitrales de la catedral parecen proyectarse a todo color sobre el cielo de la ciudad.
La Chambre du Roi en el Palais Rohan. A pesar de su nombre estaba destinada a cualquier huésped ilustre que visitara la ciudad, entiéndase con más rango que el propio arzobispo, claro.

La mañana siguiente, martes 8 de mayo, antes de partir, mientras los habitantes de la ciudad se recuperan de la resaca, la joven prometida desea oír misa, en la catedral la recibe el obispo coadjutor: un hombre en la mitad de la treintena, alto, delgado, sofisticado y repleto de frívolos ademanes, es Louis Réne Édouard de Rohan. Marie-Antoinette no puede ni imaginar que aquel hombre que la bendice al lado del altar será años más tarde uno de los protagonistas del funesto y dañino Asunto de Collar.

La prometida y su nuevo séquito de 160 personas aún tienen que recorrer más de 400 kilómetros antes de encontrarse con el Rey, el Dauphin y la Corte. En Nancy, antigua capital del Ducado de Lorena, Marie-Antoinette asiste a una misa por sus antepasados (su padre el emperador Franz I fue el último duque de Lorena antes que este territorio se incorporara a Francia). Luego pasa por Luneville y Commercy, ciudades famosas por los antaño suntuosos palacios de la Casa de Lorena. Después de pasar Bar-le-Duc el cortejo cruza un arco de triunfo erigido en Châlons-sur-Marne, poco sospecha Marie-Antoinette que décadas más tarde, y en condiciones muy distintas, cruzará este mismo arco después de que ella y su familia sean detenidos en Varennes. A la llegada a Soissons, se suceden una vez más muchedumbres en las calles, salvas de artillería, misas y fuegos artificiales. En Soissons, Marie-Antoinette espera a que la Corte se traslade de Versailles a La Compiègne.

El lunes 14 por la mañana, la prometida abandona Soissons rumbo a La Compiègne. A las tres de tarde se produce el esperado encuentro. En un claro del bosque de La Compiègne, cerca de Pont-de-Berne, una acumulación de carruajes centelleantes y coloridos escuadrones militares indica la presencia de la Corte de Francia. Marie-Antoinette desciende de su berlina sobre una mullida alfombra roja, el Príncipe de Starhemberg le coge la mano y le presenta al Duque de Choiseul, Ministro de Exteriores francés y uno de los artífices de la alianza franco-austríaca. La joven exclama “Nunca olvidare que sois responsable de mi felicidad” y el Duque contesta “Y de la de Francia”. A continuación el Rey, el Dauphin y Mesdames bajan de su carruaje. El Duque de Cröy presenta, esta vez, a “Madame la Dauphine” al rey Louis XV. Ella realiza una solemne y exquisita reverencia mientras exclama “Hermano y muy querido abuelo mío”. El monarca, con una sonrisa en la cara la alza y le da dos besos en las mejillas. Luego el Rey le presenta al ansiado prometido, el dauphin Louis-Auguste, un hombre alto, robusto, tímido y con la mirada un tanto perdida propia de un miope. Él la besa ceremoniosamente en la mejilla. Luego son presentadas Mesdames, la hijas solteronas del Rey y por lo tanto tías políticas de Marie-Antoinette, las princesas Adélaïde, Sophie y Victoire que han pasado a la historia por ser muy religiosas, increíblemente aburridas y, a la vez, el centro de todos los chismorreos que había en Versailles.
Momento de la llegada a La Compiègne en la película de Sofia Coppola. En la realidad hubo, seguramente, muchísima más gente en el lugar. 

Mapa del Bosque de La Compiègne (1729). La flecha amarilla indica la carretera hacia Soissons, el punto azul el claro del encuentro y el punto rojo la ciudad y el Château de La Compiègne. El norte está en la parte inferior del mapa.
© Gallica / Bibliothèque nationale de France.

El joven dauphin Louis-Auguste (1769) pintado por Louis-Michel Van Loo.

En un mismo carruaje Marie-Antoinette, el Rey y el Dauphin recorren los pocos kilómetros que les separan del Château de La Compiègne, uno de los pabellones de caza favoritos de Louis XV y que ahora está sufriendo importantes trabajos de ampliación. El Rey charla animadamente con la novia, el Dauphin, en cambio, permanece silencioso, habla latín, italiano, inglés y un poco de alemán, pero nadie le ha enseñado qué decirle a su futura esposa.
Patio de entrada del Château de La Compiègne (hacia 1770). El castillo sufrió constantes cambios durante el reinado de Louis XV. A la derecha el castillo viejo (con una nueva fachada de 1730s) con los aposentos del Rey. Enfrente la nueva ala de los años 50, que probablemente contenía las estancias del Dauphin y de la Dauphine. En el extremo izquierdo el nuevo pabellón de entrada erigido a finales de los 60 que servirá de modelo al nuevo patio de entrada construido bajo Louis XVI.

En el Château de La Compiègne se le presentan a la Dauphine los llamados Princes de Sang (Príncipes de Sangre, miembros de la alta nobleza emparentados con la Familia Real). Primero el todopoderoso Duque de Orléans y su hijo el Duque de Chartres, que mas tarde será el famoso Philippe Égalité, uno de los más acérrimos enemigos de Marie-Antoinette durante la Revolución. Luego el Príncipe de Condé, famoso por su fastuoso castillo en Chantilly y el Príncipe de Conti, conocido por su firme oposición a la política absolutista del Rey. Y finalmente el anciano Duque de Penthièvre, que se rumorea que es el hombre más rico de Francia y su nuera, la encantadora viuda la Princesa de Lamballe, que se convertirá en una de las grandes amigas de Marie-Antoinette.

Cae la noche y tras un agotador día con sobredosis de presentaciones, todo el mundo se retira a sus aposentos, el Dauphin y la Dauphine en habitaciones separadas, aún no es su noche de bodas. Esa misma noche Louis-Ausguste escribe en su lacónico diario personal Entrevue avec la Dauphine” (Encuentro con la Dauphine).

lunes, 9 de junio de 2014

Los mitos del Castillo de Drácula (primera parte).


Hace unos meses apareció en los periódicos la curiosa noticia sobre la venta del “castillo de Drácula”. Se trataba evidentemente de una técnica publicitaria, pues los artículos hacían referencia al Castelul Bran (Castillo de Bran) en Rumanía, que usualmente se ha identificando como el edificio que inspiró al irlandés Bram Stoker para describir la residencia del protagonista de la magna obra Dracula (1897). Difícil, pues se sabe que Stoker nunca visitó Rumanía. Algunos, no obstante, han preferido argumentar que Bran sirvió de modelo para el castillo de Drácula porque fue residencia y propiedad de Vlad III Dracula, Príncipe de Valaquia, conocido como Vlad “Tepes” (Vlad “el Empalador”) que perece ser que inspiró al Conde Drácula de la novela.
La "tétrica" silueta emerge entre los bosques del sur de Transilvania.

Sea como sea, lo cierto es que cada año miles de turistas visitan el Castillo de Bran bajo el reclamo simplón de que es “el Castillo de Drácula”, en él esperan encontrar historias macabras, supersticiones, interiores tétricos y una bonita tienda de souvenirs. Los historiadores sabemos, no obstante, que entre los tópicos que se venden al turismo de masa y la realidad histórica suele haber un abismo. Veamos, pues, la verdadera historia del Castillo de Bran y de su célebre propietario.
Sofisticado sistema de iluminación nocturna para darle un aire más fantasmagórico.

La historia del castillo de Bran empezó en 1377, ese año Lajos I de Anjou, Rey de Hungría, decidió construir una fortaleza encima del promontorio rocoso de Bran, las razones eran militares y económicas. En primer lugar el Imperio Otomano empezaba a amenazar la frontera sureste del reino y en segundo lugar, por la Garganta de Bran pasaba la más importante ruta comercial que unía Valaquia (sur) con Transilvania (norte). La protección de dicha ruta comercial implicaba, además, el cobro de nuevos impuestos y aduanas, con lo que la nueva guarnición de Bran podía ser en el fondo muy lucrativa. Pronto se constituyó un mayorazgo para el castillo, que incluía once pueblos, y se nombró a un señor, que pasó a ejercer las funciones del Rey en la región y, muy importante, a recibir un 3% del cobro de los impuestos.
Europa a inicios del siglo XV, Transilvania se encuentra justo al norte de Valaquia y por aquel entonces formaba parte del Reino de Hungría.

A finales del siglo XIV, el Rey de Hungría cedió Bran al Príncipe de Valaquia, con la intención de que bajo su control pudiera ejercer una resistencia más eficiente contra el invasor otomano. No obstante, parece ser que los constantes abusos de poder de los señores feudales favorecieron que el rey Zisgmond I otorgara la propiedad al Príncipe de Transilvania en 1419. Mientras tanto Valaquia sucumbía al poderío turco y en 1417 aceptaba convertirse en un estado vasallo del Imperio Otomano.

Décadas más tarde, Valaquia se hallaba sumida en una guerra civil que enfrentaba a las familias rivales Daneshti y Draculeshti (que quería decir “del dragón”). En agosto de 1456, el entonces príncipe Vladislav II Daneshti murió a manos de su rival Vlad III Dracul, que se proclamó nuevo príncipe e inició su reinado (1456-1462). Vlad III, que la historia apodaría Vlad “el Empalador” por su afición a empalar a sus enemigos y prisioneros (que hasta entonces no había sido una técnica de ejecución muy popular), fue un gobernante sin escrúpulos aunque hábil. Luchó ferozmente contra las tropas otomanas en un intento por recuperar la completa independencia de su principado, también tuvo que enfrentarse a su vecino del norte, el Príncipe de Transilvania, y a las cambiantes alianzas del Rey de Hungría. Asimismo, llevó a cabo una auténtica purga contra los boyardos (nobles), a los que acusaba de cuestionar su poder y sus prerrogativas, de empobrecer al país con sus continuas luchas internas y de haber traicionado a su padre Vlad II en 1442, cosa que había obligado al joven príncipe a tener que exiliarse a Edirne.
El Principado de Valaquia durante el reinado de Vlad III. Bran se encuentra en la zona central de la frontera norte.

Las crónicas nos has dejado la imagen de un personaje sanguinario, aunque son fuentes, como en el caso de los emperadores romanos, excesivamente parciales. Se dice que el propio sultán Mehmed II, que también tenía fama de sanguinario, quedó conmocionado al ver cerca de 20.000 turcos empalados fuera de las murallas de Targovishte, la capital de Vlad. Es difícil saber hasta qué punto las sanguinarias historias son ciertas, aunque el uso metódico del terror mezclado con la crueldad irracional fueron ampliamente usados como sistema de control por distintos gobernantes a lo largo de toda la Edad Media.
Copia de un supuesto retrato de Vlad III que se halla en la famosa colección de los Habsburgo en el Schloss Ambras.

La "prensa" germana fue especialmente activa narrando los barbaridades de Vlad "el Empalador"; aún se nos escapa el porqué.

De Vlad III se suelen obviar, sin embargo, sus actividades constructoras, se sabe que financió la construcción de numerosas iglesias y monasterios, que mejoró la red de caminos para favorecer el comercio y que se aseguró de establecer una administración más eficiente y menos clientelar y de disminuir el crimen y la inseguridad.

¿Y qué tiene que ver todo esto con el castillo de Bran? Pues poco, la verdad. Al estar Bran cerca de la frontera entre Valaquia y Transilvania fue objeto de serias disputas. En 1459, los sajones de Transilvania exigieron un aumento de las tasas comerciales y, además, empezaron a apoyar al rival de Vlad III en el trono valaquio. En el invierno de ese año, las tropas de Vlad cruzaron la Garganta de Bran rumbo hacia la floreciente ciudad comercial de Brasov (unos kilómetros más al norte, aunque en territorio transilvano), allí quemaron los suburbios y la vieja iglesia de San Bartolomé y empalaron a varios centenares de sajones transilvanos. Si Vlad “el Empalador” llegó a residir o siquiera a poner un pie en el castillo de Bran ya es cosa de nuestra imaginación.

No obstante, el turista o la cultura popular suelen olvidar los auténticos restos pétreos que aún permanecen en pie y que se pueden conectar con la vida de Vlad III. En su capital de Targovishte, se pueden ver las ruinas de su palacio, un complejo de edificios que contenía varias capillas y un gran salón de banquetes, pero es poco espectacular. El auténtico castillo (o quizás mejor, fortaleza) de Vlad “el Empalador” se encuentra en Poenari, la fortaleza se construyó en un escarpado promontorio encima del valle del rio Argesh y fue una elaboradísima obra de ingeniería, aunque, una vez más, de ella solo quedan las ruinas.
Ruinas de la Fortaleza de Poenari, también visitada, aunque mucho menos que Bran, por los aficionados al turismo vampírico.

El final de Vlad llegó en 1462. Viajó hasta Budapest para pedir al rey Mátyás I de Hungría dinero para financiar sus continuas campañas, pero ignorante de la compleja política a nivel internacional y del carácter maquiavélico del Rey, fue enviado al calabozo, de él salió en 1476 tras convencer al Rey de que recuperar el trono sería bueno para contener a los otomanos. Pero su último reinado fue corto, a finales de ese mismo año fue capturado y ejecutado en las afueras de Bucarest por hombres del Sultán con la complicidad de su rival Basarab III de Valaquia.

Mientras tanto la historia de Bran siguió su curso, en 1498, el castillo (y su derecho cobrar impuestos) fue adquirido por los boyardos de Brasov; las relaciones entre la ciudad y el castillo y sus siervos fueron a veces tensas y las revueltas por los abusos de poder fueron frecuentes. Asimismo, también fueron frecuentes los encontronazos entre la ciudad de Brasov y el Príncipe de Transilvania por la propiedad del castillo de Bran, no obstante, es cierto que la relación Brasov-Bran fue económicamente muy productiva.

Paralelamente, el Reino de Hungría sucumbía ante el poderío otomano, la Batalla de Mohács (1526) selló de destino de Hungría, que fue incorporada el Imperio Otomano. A pesar, de ello, tanto Transilvania como Valaquia (que se habían convertido en estados vasallos con anterioridad) conservaron en gran parte su autonomía y sus instituciones.
El Imperio Otomano dueño de los Balcanes a mediados del siglo XVII. Transilvania y Valaquia rodeadas de los distintos eyalatos (provincias) otomanas. El punto rojo indica la localización aproximada de Bran.

Al estar situado en la frontera entre Valaquia y Transilvania, Bran fue a veces protagonista en las frecuentes luchas que enfrentaron a los príncipes de ambas regiones entre ellos y contra los húngaros o los otomanos. Numerosas escaramuzas tuvieron lugar en Bran, sin ser ninguna de ellas relevante. Bran cambió frecuentemente de bando, en función de los intereses comerciales de la villa de Brasov, y, en varias, ocasiones el castillo y su propiedad fueron confiscados ya fuera por necesidades militares o como castigo por las “malas alianzas” de la ciudad. La cesión definitiva del castillo a la villa de Brasov no se produjo hasta que, en 1651, Gheorghe Rákóczy, Príncipe de Transilvania, firmó un documento al respecto. Progresivamente el castillo fue adquiriendo una labor más administrativa y menos militar.

El desquite contra los otomanos no vino hasta finales del siglo XVII, bajo el liderazgo del famoso general, el príncipe Eugen von Saboyen. Después de que los turcos fracasaran en su asedio a Viena en 1683, Leopold I de Habsburgo, Sacro Emperador Germano, le encargó que recuperara Hungría. En 1686, se recuperó Buda (futura Budapest) y en 1697, la derrota turca en la Batalla de Zenta permitió recuperar el Principado de Transilvania (y Brasov y Bran). Transilvania se integró en el Reino de Hungría, que a su vez lo hizo en las posesiones de la Casa de los Habsburgo o Monarquía Habsbúrgica, pero con el llamado “Leopoldine Diploma”, el emperador reconoció todos los privilegios e instituciones transilvanas.
Europa a inicios del siglo XVIII, con los Habsburgo dueños de Hungría y Transilvania.

A partir de entonces, muchas de las ciudades y lugares usaron sus nombres alemanes como Kronstadt/Brasov, Törzburg/Bran, o la capital de Transilvania, Sibiu, que fue conocida como Hermannstadt.
Pocas cosas ocurrieron en Törzburg/Bran hasta 1836, en ese año, la frontera con el Imperio Otomano fue movida más hacia el sur, montañas arriba; y la aduana se trasladó a Fundata. En 1836, se sabe que alrededor del castillo existía el edificio de la aduna y sus oficinas, una posada, una capilla, una oficina de correos y una pequeño jardín para el castellano.
Bran en un gravado de mediados del siglo XIX.

Postal fotográfica de Bran con su nombre en alemán, Törzburg, finales del siglo XIX.

Mientras tanto, la función militar del castillo se había quedado obsoleta, la Monarquía Habsbúrgica, convertida en Imperio Austríaco en 1804, había pasado de la defensa al ataque y con el Imperio Otomano en decadencia, la fortaleza de Bran parecía ahora irrelevante. Pero la turbulenta región de los Balcanes evolucionaba. Las antaño etnias del Imperio Otomano proclamaron una tras otra su independencia y como no se aguantaban entre ellas se disputaron  frecuentemente el territorio. En 1866 se fundó el Principado de Rumanía (unión de Valaquia y Moldavia), que en 1881 se transformó en reino.

Durante la Guerra Ruso-Turca (1877-1878) se escribió la última página de la historia militar de Bran; aunque Austria permaneció neutral, desconfiaba de las intenciones de Rumanía que reclamaba Transilvania como parte de su territorio “nacional”.  Austria no pensaba satisfacer dichas reclamaciones y ordenó preparar sus fortalezas de la frontera. El ejercito “alquiló temporalmente” la fortaleza y procedió a preparar sus defensas; con los muros gruesos y firmes no había problema, pero como la fortaleza podía ser bombardeada desde posiciones más elevadas se decidió reparar los techos, cuyas goteras ya habían deteriorado seriamente algunas de las edificaciones. A causa de problemas burocráticos y financieros las reparaciones no se llevaron a cabo hasta 1883-1886. Dos años después el ejército “devolvió” el castillo de Bran a la ciudad de Brasov y en él se instalaron los guardabosques y también se adecuaron algunas estancias para almacenar verduras.
El Imperio Austro-húngaro a finales del siglo XIX, Kronstadt/Brasov se encuentra en el extremo oriental. Para la mayoría de los europeos "la civilización" terminaba en Budapest, más allá se extendían amplias llanuras y angostos valles repletos de supersticiones y gente con extrañas tradiciones.

Convertido en poco más que un almacén, al "tétrico" castillo de Bran le faltaban solo unos años, sin embargo, para pasar a la Historia. En 1897, Bram Stoker publicó Dracula.

jueves, 13 de marzo de 2014

Chez-moi: el Grünlackiertes Zimmer.

A partir de 1720, Johann Philipp Franz von Schönborn, obispo de Würzburg (uno de los estados del Sacro Imperio Romano Germánico), encargó la construcción de una nueva Residenz (palacio en la ciudad). El arquitecto en jefe, Balthasar Neumann, era uno de los más emblemáticos de la Alemania central y su forma de entender y modelar en espacio, sobretodo en edificios religiosos, hicieron de él uno de los mejores exponentes del Tardo-barroco. Neumann también contó con la colaboración de afamados arquitectos como Robert de Cotte (el discípulo de Mansart que terminó la Chapelle Royale de Versailles) y Johann Lukas von Hildebrandt (uno de los dos arquitectos que definieron la Viena dieciochesca). El resultado fue un inmenso palacio que es, quizás, el mejor resumen de la arquitectura cortesana del siglo XVIII.
Fachada de la Residenz que da al jardín, en ella se muestra la mezcla de influencias francesas (pabellones laterales) y vienesas (pabellón central).

Paradójicamente la envergadura de la nueva Residenz, contrasta con la pequeñez del extinto Obispado de Würzburg, pero resulta emblemática de lo que fue el auge constructivo en los medianos y pequeños estados que formaron el Sacro Imperio Romano Germánico. El obispo Schönborn pretendía con esta magna realización, no solo remarcar el poder económico y el prestigio cultural del obispado y de su reinado, sino también recalcar la fidelidad hacia la figura del Emperador. Muy habitual fue, sobre todo entre los estados religiosos, que los grandes monumentos destilaran una gran deferencia hacia la institución imperial, que no en vano era vista como garante de su independencia frente a los potentes estados emergentes como Prusia o Baviera.
La Kaisersaal, uno de los mejores ejemplos del grandilocuente Rococó centro-europeo.
© Bildarchiv Foto Marburg.

Así pues, la sala más importante de la Residenz, la Kaisersaal, glorificaba, a través de los magníficos frescos de Giovanni Battista Tiepolo, las espléndidas relaciones que siempre había habido entre los obispos de Würzburg y los distintos emperadores y dinastías. Al norte y al sur de la Kaisersaal se abrían en enfilade los llamados Kaiserappartements (Apartamentos Imperiales) o Paradezimmer (Estancias de Parada). Estas suntuosas series de habitaciones no estaban destinadas a servir de residencia al obispo, sino para alojar al Emperador o a visitantes muy importantes que pasaran por Würzburg, y siguiendo la costumbre medieval solo se amueblaban cuando recibían las regias visitas.

La distribución de dichas estancias era aquella que, originada en los grandes palacios de los prelados romanos, se había refinado más tarde en Francia para luego expandirse por Europa. Primero varias antecámaras para filtrar las visitas según su rango, luego la cámara que servía de dormitorio público, a continuación el gabinete para recibir visitas en privado y finalmente una galería sin un uso concreto pero que era un resquicio ceremonial de este tipo de estancias que habían aparecido en la Francia del siglo XVI (véase la Galerie de François I en Fontainebleau).
Enfilade de los Paradezimmer, típica muestra de la importancia de los ejes de simetría en el Barroco.
© Bildarchiv Foto Marburg.

Si los Südliche Paradezimmer (1740-1745) fueron realizados según la distribución mencionada, los Nördliche Paradezimmer fueron hechos a toda prisa a partir de 1743 para poder alojar en 1745 al emperador Franz I de camino a Frankfurt para su coronación. Más tarde tuvieron que ser rehechos, las tres primeras antecámaras fueron rehechas de 1749 a 1754. El resto del apartamento tuvo que esperar más, no fue hasta 1769 que las estancias fueron decoradas en un estilo que se considera uno de los últimos ejemplos del Rococó en Europa. Pero por aquel entonces, las nuevas modas francesas que valoraban los espacios más íntimos y cómodos ya habían cuajado en todas las cortes europeas. Después de la cámara se decidió substituir el gabinete y la galería por tres gabinetes más pequeños que constituyeran una especie de appartement privé. El primero de los gabinetes servía como comedor (Souperzimmer), el segundo como saleta de té (Teezimmer) y el último como gabinete de trabajo o de lectura (Grünlackiertes Zimmer).
Planta más o menos definitiva (hacia 1734): E- Escalera de honor; 1- Primera Antecámara; 2- Segunda Antecámara, usada como salón de audiencias; 3- Cámara; 4- Spiegelkabinett (Gabinete de los Espejos); 5- Galería; 6- Primera Antecámara; 7- Segunda Antecámara, usada como salón de audiencias (luego dividida en dos estancias); 8- Tercera Antecámara; 9- Cámara o Napoleonzimmer; 10- Souperzimmer; 11- Teezimmer; 12- Grünlackiertes Zimmer. 
El Napoleonzimmer, así llamado porque el emperador Napoléon se alojó en él (por eso la doble cama style empire) en tres ocasiones: en octubre de 1806, en mayo de 1812 y en agosto de 1813.
© Bildarchiv Foto Marburg.

El Teezimmer.
© Bildarchiv Foto Marburg.

El Grünlackiertes Zimmer (Gabinete Lacado Verde) era la estancia más preciosa de los Nördliche Paradezimmer no solo por la doble exposición que le daba mucha luz sino, y sobre todo, por los elaborados paneles de madera lacada verde que recubrían sus paredes y que esculpió Antonio Bossi de 1769 a 1772.
El Grünlackiertes Zimmer.
© Bildarchiv Foto Marburg.

El Grünlackiertes Zimmer.
© Bildarchiv Foto Marburg.

Sobre-espejo de Antonio Bossio fotografiado antes de 1945.
© Bildarchiv Foto Marburg.

Detalle de los paneles o boiseries, antes de 1945.
© Bildarchiv Foto Marburg.

Detalle de la cornisa, antes de 1945.
© Bildarchiv Foto Marburg.

Después de décadas de construcción, el obispo Adam Friedrich von Seinsheim (1755-1779) fue el primero en ver la residencia terminada, por aquel entonces el Tardo-barroco y el Rococó habían pasado de moda y el obispo mandó redecorar algunas estancias en un exquisito Neoclasicismo Temprano.

Después de la disolución del Sacro Imperio (y del obispado) en 1806, el palacio acabó en manos del Reino de Baviera, y en 1921, tras la caída del Imperio Alemán, se abrió como museo.

En 1945, como todo el patrimonio alemán, la Residenz de Würburg vivió su annus horribilis. El 16 de marzo, apenas mes y medio antes del fin de la guerra, Würzburg fue bombardeada, las estructuras de madera del tejado se incendiaron y los techos no tardaron en desplomarse llevándose por delante cornisas y frescos, afortunadamente las bóvedas de piedra de los salones centrales pintados por Tiepolo resistieron el fuego.
El Grünlackiertes Zimmer hacia 1900.
© Bildarchiv Foto Marburg.

El Grünlackiertes Zimmer en 1946.
© Bildarchiv Foto Marburg.

A lo largo de más de cuatro décadas se ha procedido a una ejemplar restauración del palacio, y a pesar de que algunos aposentos se han perdido para siempre, la Residenz ha tenido la suerte de no desaparecer bajo las palas de excavadoras poco interesadas en restaurar edificios carbonizados.

domingo, 5 de enero de 2014

Pintar con el corazón.

Desde finales del Imperio Romano, fue costumbre embalsamar los restos mortales de monarcas y grandes señores, práctica íntimamente asociada al Cristianismo, pues, recordemos que en la Antigua Roma lo más habitual era la incineración.

Siglos más tarde empezó a practicarse también el entierro por separado del corazón. Extraído del cuerpo del fallecido, el corazón era también debidamente embalsamado y enterrado con gran respeto; razón: la muy antigua creencia que identificaba el corazón como el órgano que contenía el alma y la consciencia. Pero también había otra razón más prosaica: con la dispersión de los restos del difunto entre varias instituciones, más religiosos orarían por la salvación de su alma. Generalmente se suele identificar a los emperadores germánicos Otto I († 973) y Heinrich III († 1056) como los primeros monarcas en seguir dicha práctica.
La Herzgruft (Cripta de los Corazones) en la Augustinerkirche de Viena, donde se guardan los corazones de la dinastía de los Habsburgo.

En el Reino de Francia, el lugar tradicional de entierro de los monarcas fue siempre la Abadía de Saint-Denis, mientras que los corazones fueron inhumados en distintos lugares, aunque a partir del siglo XVII, los corazones de los reyes fueron a la iglesia de Saint-Louis des Jésuites (actual iglesia de Saint Paul – Saint Louis) y los de las reinas y otros miembros de la familia real a la iglesia de Val-de-Grâce. Los protocolarios y barrocos funerales regios se mantuvieron hasta la Revolución Francesa, aunque, como anécdota quizás quepa destacar que cuando Louis XV murió en 1774, el cortejo fúnebre tuvo que viajar de Versailles a Saint-Denis de noche para evitar los abucheos o que a la muerte del delfín Louis-Joseph (hijo mayor de Louis XVI y Marie-Antoinette) en junio de 1789 se tuvo que organizar un funeral muy modesto a causa de la profunda crisis financiera que atravesaba la Corona.
Mausoleo de Louis XII y Anne de Bretagne en Saint Denis (1515).

Efigies de Henri II y Catherine de Médicis (1573) en el interior de su mausoleo. © Ministère de la Culture - Médiathèque du Patrimoine, Dist. RMN-Grand Palais / René-Jacques.

Después de la caída monarquía francesa en agosto de 1792 y de la instauración del Terror, se procedió a una eliminación de los símbolos de la realeza: el mobiliario de las residencias reales fue vendido en subasta, los tronos quemados, las estatuas de los monarcas fundidas y en octubre de 1793, el gobierno “terrorista” decretó la completa destrucción de las tumbas regias de Saint-Denis. Durante el mes de octubre y enero siguiente se procedió a abrir una a una las tumbas para sacar los cuerpos momificados y tirarlos a una fosa común, se abrieron más de 150 tumbas, entre ellas las de Louis XIV, Catherine de Médicis o Saint-Louis. Los monumentos artísticamente relevantes (esencialmente los de finales de la Edad Media y del Renacimiento) fueron conservados, el resto no.
Versión light de la profanación de los sepulcros reales pintada por Hubert Robert.
Versión menos light que muestra la exhumación de Henri IV, primer Borbón que se sentó en el trono francés. Su cuerpo se encontró en un perfecto estado de conservación a pesar de haber muerto en 1610; en cambio, el de Louis XV (muerto en 1774) produjo unos hedores insoportables. Obra pintada por Jean-Baptiste Mauzaisse en 1844. © RMN-Grand Palais (Château de Pau) / René-Gabriel Ojéda.

Lo mismo ocurrió en las iglesia de Saint-Louis des Jésuites y en Val-de-Grâce con los relicarios que contenían los corazones. Pero a diferencia de los cuerpos, los corazones fueron especialmente apreciados por los pintores, pues contenían una substancia llamada “mummie, mezcla de las substancias de embalsamar y de la propia materia orgánica del cuerpo, que, usada como barniz en los cuadros les daba un acabado sobrenatural. Hasta entonces la “mummie” se había podido adquirir a precio de oro a través de mercaderes del Mediterráneo Oriental que la conseguían de los cuerpos de judíos enterrados en Oriente Próximo.

Así pues, en otoño de 1793, el arquitecto Louis François Petit-Radel, encargado de desmantelar y revender los relicarios, llamó a sus colegas pintores para que pudieran adquirir la materia. El pintor Saint-Martin se llevó los corazones de Louis XIII y Louis XIV (que era el más grande de todos), y su amigo Martin Drolling, en Val-de-Grâce, adquirió once corazones pertenecientes entre otros a Anne d’Autriche (madre de Louis XIV y hermana de Felipe IV de España), Marie Thérèse d’Autriche (esposa de Louis XIV y hermanastra de Carlos II de España) y de Louis, Duque de Borgoña (hermano mayor de Felipe V).

El pintor Saint-Martin dudó durante largo tiempo en usar tan preciado y macabro material pero finalmente se decidió a usar una pequeña porción del corazón de Louis XIV. En 1815, con la Restauración Borbónica y la subida al trono de Louis XVIII (hermano del decapitado Louis XVI) se iniciaron pesquisas para saber el paradero de los restos regios. Saint-Martin decidió entonces retornar los corazones y el Rey le recompensó con una pitillera de oro.
Armario de los corazones en Saint-Denis, con algunos de los restos recuperados durante la Restauración Borbónica. http://stephane.thomas.pagespro-orange.fr/

Corazón de Louis XVII (hijo de Louis XVI y de Marie-Antoinette) inhumado en Saint-Denis en...¡2004!

Martin Drolling tuvo menos escrúpulos y utilizó la totalidad del material comprado en Val-de-Grâce, pero a pesar de la “mummie” su obra jamás fue apreciada por el público, y vivió toda su vida de forma humilde rayando la pobreza. Finalmente, en 1817, consiguió que su única obra que hemos conservado fuera expuesta en el prestigioso Salon de peinture et de sculpture. Desafortunadamente murió antes que abriera el certamen y que el público pudiera admirar su obra.

La obra en cuestión es una pintura costumbrista llamada Intérieur d’une cuisine, y actualmente se encuentra expuesta en el Louvre. Es en ella donde, al parecer, se encuentran los corazones de las reinas, príncipes y princesas de Francia. 
Intérieur d'une cuisine (circa 1815) de Martin Drolling, Musée du Louvre.