LO ORIENTAL
El siglo XIX fue el siglo de los
ismos, el siglo en el que el Arte buscó en épocas pasadas y civilizaciones
exóticas la materia prima para reinventarse. Fue en este siglo en el que las
visiones de las culturas de Oriente (Próximo y Lejano) se concretarían bajo la
forma de algo que se llamó “Orientalismo”. Pero el Orientalismo solo era una visión de Oriente, un fragmento visto
desde Europa y cuyo objetivo era seducir, explorar, imaginar y escandalizar.
Del mismo modo que en el siglo XIX
se imaginó una Edad Media llena de fantasía, también Oriente se revistió de fantasías, mitos y leyendas; pero claro
está que Oriente era más lejano y mucho más difícil de entender para la
sociedad occidental.
Así pues, temáticas orientales inundaron
las pinturas, desde batallas históricas a la vida en las ciudades aún por
descubrir. Pero aquello que sin duda atrajo más la atención de Occidente fue la
vida de los sultanes y marajás: sus extravagancias, su crueldad, su refinamiento
y su harem.
La danza en el harem de Giulio Rosatti, claro ejemplo de las edulcoradas visiones de Oriente, en este caso como telón de fondo aparece una arquitectura claramente andalusí. |
Grandes pintores como Ingres y
Jerôme plasmaron en sus telas décadas de mitos y confusiones y nos ofrecieron visiones eróticas y a la vez opresivas de
los harenes de Oriente, lugares creados para satisfacer los caprichos del monarca,
en los que placer y muerte se intercambiaban y se confundían.
De todos los harenes de Oriente, el
que sin duda más hizo volar la imaginación de artistas e historiadores fue el
harem del Sultán del Imperio Otomano, recluido en el no menos misterioso
palacio de Topkapi en Constantinopla (recordemos que fue el nombre oficial
hasta en los años 20).
¿Pero qué hay de cierto en todas las leyendas sobre el Harem Imperial?
Poco, la verdad. Lejos de ser una jaula dorada llena de bellas mujeres que
satisfacían los deseos sexuales del Sultán, el Harem, fue ante todo una
compleja, pero precisa, máquina
dinástica encargada de perpetuar el linaje gobernante y estructurar las
relaciones de los miembros de la familia del Sultán entre ellos y con el mundo.
Así pues, debemos definir el harem de dos formas, como el conjunto de
familiares (mujeres y varones no adultos) del Sultán y el lugar en el que
habitan en cualquiera de las residencias del soberano.
LO SAGRADO
La palabra harem es un vocablo árabe que deriva de la raíz h-r-m, dicha raíz
tiene dos significados: sagrado e inviolable/prohibido. Por consiguiente el
harem y su contenido (mujeres e hijos del Sultán) se revisten para el súbdito
otomano de un carácter sagrado. El harem era el lugar más reservado y secreto
de la residencia del monarca, allí donde vivían él y su familia.
En Occidente, durante la Edad
Moderna, los grandes soberanos habitaron grandes palacios que no solo servían para
alojar al soberano y a su séquito, sino para mostrar al mundo la riqueza y el
poder el monarca (léase Versailles). Éste estaba en constante exhibición ante
su corte y su pueblo, él era el epicentro de un teatro de veneración y
adulación. Los grandes palacios europeos
fueron magnas obras en donde la privacidad era prácticamente inexistente y
en donde una corte multitudinaria (y poco restringida) asistía a cada uno de
los actos de la vida del soberano.
Las monarquías de Oriente estaban dotadas, en cambio, de un carácter mucho
más místico, el soberano no era solo el elegido de Dios sino una emanación
de la divinidad o la divinidad misma. Recordemos que el Sultán “es la sombra de
Ala”, el Emperador de China “es el hijo del Cielo” y el Emperador de Japón
tiene calidad de dios. Dotados de esta aura mística, los soberanos orientales
no se exhibían; al contrario, se escondían detrás de los muros y fosos de su
palacio. En Oriente en soberano no se veía, se intuía, como una divinidad. El
aislamiento se estableció entonces como una necesidad y una obligación. Los
palacios de Oriente anteriores al siglo XIX son construcciones muy complejas, laberínticas,
formadas por una interminable sucesión de pabellones y galerías (contrariamente
al edificio compacto y único de Europa). El visitante (en el caso hipotético en
que lo hubiera) nunca sabía dónde estaba el soberano, donde habita; no lo veía,
solo lo intuía. Todo está disgregación quedaba reforzada por el aislamiento de
un foso y/o muralla: el palacio era un lugar separado del mundo exterior,
situado en una esfera más allá de lo terrenal.
El amplio foso de la Ciudad Prohibida de Pekín, claro ejemplo del sagrado aislamiento del soberano oriental. |
En el Imperio Otomano, varios
ejemplos sirven para ilustrar este aspecto. Primeramente, en la mezquita, un
espacio altamente igualitario para la sociedad musulmana, el Sultán siempre se situaba
en un palco elevado cerrado por celosías; nadie común podía ver al Sultán, solo
veían una sombra, un espectro. Por otro lado, cuando en 1517, los Otomanos
conquistaron el Egipto mameluco (1250-1517) ordenaron a los exiliados califas
Abasidas que entregaran al Sultán su título (el califa es el supremo dirigente
espiritual de los musulmanes) y el conjunto de reliquias más preciadas del
mundo musulmán (que comprende dientes y pelos de Mahoma entre otras cosas).
Cuando las reliquias llegaron a Constantinopla no es instalaron en la mezquita
más importante de la ciudad, sino que fueron guardadas directamente a las
estancias privadas del Sultán. Ningún súbdito otomano creía que fuera un lugar inadecuado,
al contrario, estaban convencidos de su sacralidad porque era allí donde habitaba
el Sultán.
Un último ejemplo para entender el
sacro aislamiento en el que vivía el monarca. En la sociedad otomana, la forma de progresar socialmente no era ir de
abajo hacia arriba, sino de fuera hacia adentro, es decir, desde las zonas
más comunes de la ciudad hasta las inaccesibles estancias del Sultán.
LO PROHIBIDO/AISLADO
Como ya he dicho, el otro
significado de las palabras con la raíz h-r-m es el de inviolable o prohibido. Evidentemente la asociación entre
lo sagrado y lo prohibido es más que lógica, pues todo aquello que es sacro debe revestirse de una distancia respecto a
lo que no lo es.
Tanto en la Mesopotamia como en el
Egipto antiguos, considerados…., el templo se consideraba la casa de la
divinidad en la tierra, y solo tenían acceso a ella las élites sacerdotales, la
gente común debía conformarse con poder entrar en el recinto templario.
El mismo principio puede
extrapolarse al Harem Imperial. El laberíntico conjunto de estancias era donde
residía el Sultán, sus familiares y su potencial sucesor/es, por lo tanto las
barreras físicas y la estricta vigilancia deben entenderse más como una protección contra el mundo exterior que
como una privación de libertad.
Pero para el súbdito otomano esta
prohibición era inapelable y no se necesitaban grandes medidas de seguridad
para remarcarla. Cuando en los siglos XVII-XVIII diversos sultanes fueron
depuestos y asesinados, rara vez los golpistas penetraron en el relativamente poco
defendido Harem Imperial e incluso cuando Selim III fue apuñalado en 1808, sus
asesinos fueron eunucos, cuya presencia en el harem era más que lógica.
Esta especial “auto-prohibición”
iba más allá del ámbito físico. Para cualquier musulmán, el harem era un concepto tabú, y no se consideraba adecuado hablar
de sus historias y secretos en el mundo exterior, así pues, los súbditos del
Sultán poco sabían de ese sancta sanctorum y poco les importaba saber. Pero
para el visitante occidental, la cosa era distinta, había un interés obsesivo
hacia al harem, hacia su exotismo y hacia lo que se percibía como una mezcla de
sexo y muerte. Pero el súbdito occidental pecaba lógicamente de etnocentrismo y
solo era capaz de ver, entender y comunicar una visión fragmentada y sesgada del
Harem Imperial. Durante décadas Occidente
se nutrió de mitos y rumores, y los pocos occidentales que pudieron entrar
en el Harem Imperial (relojeros y artistas) solo fueron capaces de dar
informaciones referentes a la distribución de las estancias y a su decoración,
pues de ningún modo se les permitía ver a sus sacros habitantes. Así pues, para
alimentar al Occidente ávido de fantasías, solo quedaron los mitos, mitos que
se perpetuán hasta la actualidad.
LO FAMILIAR
Bien, después de ver estas dos
dimensiones (la sacralidad y la inaccesibilidad) que rodeaban el Harem Imperial
veamos ahora su elemento esencial: la
familia, el linaje. Sí, la piedra angular del harem no era el sexo, sino la
familia. Ciertamente que el sexo tenía un papel importante, pero no era el
factor determinante.
En una monarquía absoluta, el sexo
no es simplemente un capricho ni una diversión al contrario, trae aparejada una
dimensión dinástica: el sexo es cuestión de estado, porque de él depende la
supervivencia física de la monarquía. Por lo tanto, el Harem Imperial era ante
todo la forma de garantizar esa supervivencia y el placer sexual era importante, pero accesorio.
Todo musulmán tenía derecho a
poseer más de una esposa (generalmente cuatro) y un número ilimitado de
concubinas, pero, como ya he dicho el harem no estaba definido por la
sexualidad, sino por las relaciones familiares, por lo tanto también incluía tías,
hermanas, e hijas sin casar y también hijos (no adultos) del cabeza de familia.
Los mismos preceptos se aplicaban al Harem Imperial, que lógicamente era más
complejo, más estricto y más sofisticado.
Este aspecto familiar también era
otro de los factores que definían la accesibilidad del harem, pues se consideraba inadecuado que un foráneo
penetrara en las estancias privadas de la familia. Por lo tanto, en las
casas y palacios otomanos se reservaba una sección (el Selamik) para recibir
visitas y hacer negocias, áreas a priori reservadas para los hombres.
Esta voluntad de aislar lo privado
de lo público queda muy bien explicada con el siguiente ejemplo. En 1869, la
emperatriz Eugénie se dirigía a Suez a inaugurar el canal, en su paso por
Constantinopla recibió la afectuosa acogida de sultán Abdülaziz, pero cuando oso entrar en el Harem Imperial acompañada
del monarca recibió un sonoro bofetón de la madre del Sultán.
EL PODER
No obstante, sería incorrecto pensar que lo privado y el poder no podían ser
sinónimos. Fue en el siglo XIX con la emergencia de la moral burguesa
cuando se establecería la dicotomía entre lo público/el poder/la política y lo
privado/lo silencioso/lo apolítico. Así pues, la interferencia de la mujer en
los asuntos de su marido sería considerada inadecuada. Del mismo modo, cuando
la naciente y occidentalizada República Turca empezó a revisar su propia historia, estableció los
siglos XVII-XVIII-XIX como un período de decadencia, y una de las causas de dicho
declive se atribuyo al llamado “sultanado de las mujeres”, es decir a la intervención
de las mujeres del Harem Imperial en la política del Imperio.
Pero para la mujer otomana, el harem no era una privación de poder,
sino al contrario, una forma de potenciarlo. Veámoslo.
Las mujeres entraban en el Harem
Imperial como esclavas traídas desde todos los rincones del Imperio. Después de
un período de aprendizaje, en el que gozaban de una considerable comodidad, se
las dividía en dos grupos, las que se encargaría de administrar el harem (halayiks) y las más bellas, aquellas que
se coinvertirían en sirvientas (odalisque)
de las concubinas. Si una chica era especialmente dotada se le daban enseñanzas
complementarias (canto, baile, elegancia…) para que pudiera empezar a servir al
Sultán y a su familia. Si el monarca se fijaba en ella podía convertirse en su
concubina (cariye) y si el monarca se
fijaba repetidamente en ella ascendía la rango de favorita (ikbal). Pero como ya he repetido varias
veces, lo importante en el harem no era el sexo, sino el linaje y las máximas
posiciones se lograban cuando se conseguía dar un hijo al Sultán, la mujer
ascendía entonces al rango de esposa consorte (kadinefendi), es decir madre del posible futuro sultán.
La culminación de la ascensión en
el Harem Imperial llegaba cuando la esposa conseguía que su hijo (y no el de
otra) se sentara en el trono, entonces ella alcanzaba el rango de Valide Sultan, es decir, madre del sultán
o reina madre si se prefiere. Con este título regía el Harem Imperial y todo
era supervisado por ella. Pero esta posición también conllevaba un
importantísimo poder político (es decir fuera de los muros del harem); la Valide Sultán formaba junto con el Gran
Visir y el Eunuco Jefe el trío más poderoso después del Sultán.
Evidentemente esta ascensión no estaba exenta de intrigas, envidias y en
algunos casos asesinato.
Como hacía su hijo, el poder de la
Valide Sultán se mostraba fuera de los muros del palacio a través de la
promoción de faraónicas obras públicas, así pues, algunas de las grandes
mezquitas y hamam de Constantinopla
fueron pagados por las Valide Sultán.
La Yeni Cami (1597-) de Istanbul, obra promocionada por Safiye Sultan, esposa de Murad III (1574-1595) y madre de Mehmed III (1595-1603). |
Pero si la madre del Sultán gozaba
de un importantísimo poder, recursos financieros y libertad de movimientos, lo
mismo podía aplicarse, en gradación descendente evidentemente, al resto de las
mujeres del harem. Pocos conocen, y menos en Occidente, que a las mujeres del harem se les permitía
salir fuera de los muros del palacio para pasear por la ciudad o a navegar por
el Bósforo, eso sí, rodeadas de un importante séquito de eunucos. Dichos
eunucos servían no tanto como carceleros sino más bien como guardaespaldas. Por
otro lado, los finos velos de tul y encaje para tapar la cara eran obligatorios
si se salía de la Corte, pues como familiares del Sultán, sus concubinas
también se revestían de un carácter sagrado y distante. Eso sí, cualquier
salida de palacio requería el visto bueno de la Valide Sultan, dirigente
indiscutible de la morada que también debía aprobar las mujeres con las que el
Sultán tenía intención de acostarse.
Le harem au kioske (1870) de Jean-Léon Gérôme. Las mujeres del harem, con sus rostros velados, reposando en las orillas del Bósforo bajo la atenta vigilancia/protección de los Eunucos Negros. |
Por otro lado, el Harem Imperial no era
eterno, si alguna de sus inquilinas no estaba de acuerdo con las normas podía
solicitar (una vez alcanzada cierta posición) salir del harem, es más, podía
pedirle al Sultán un buen marido, que generalmente era un miembro de la
administración de palacio (fuera del harem pero igualmente prestigiosa), y una
dote.
A lo largo de este artículo he intentado
desgranar los principales mecanismos que hacia funcionar el Harem Imperial y al
mismo tiempo arrojar un poco de luz sobre una institución revestida de excesivo
misterio y confusiones para el visitante occidental. Comprendiendo el carácter sagrado
y prohibido del Sultán y su corte se puede comprender como se articularon las
relaciones entre el “interior” y el “exterior”, partiendo de esta base resulta más
fácil comprender el sentido del Harem Imperial y su estructuración interna. En relación
al poder y al estatus de la mujer en la sociedad otomana, me he limitado al
Harem Imperial puesto que en general es un tema bastante complejo.
Quisiera acabar con un diálogo de
la película El último harem (1999) de
Ferzan Ozpetek. En 1909, durante la Revolución de los Jóvenes Turcos, los
soldados constitucionales entran en el Harem Imperial y ante las asustadas
mujeres exclaman:
- - ¡Os traemos la libertad!
Safiye, protagonista del film y una
de las favoritas del Sultán responde.
- ¿Libertad?
¿Qué libertad? La libertad de morir de frío y de hambre, desde que Su Majestad
se fue, nadie se ha ocupado de nosotras.
Debido a que esta cultura está lejos de la mía, me pareció de gran interés, ya que para mí el concepto de Harem radicaba solo en el hecho de que una persona con poder tenía muchas mujeres. Sin embargo el concepto no va enfocado a tener sexo, es algo más sobre esquema socio-cultural. Gran aporte.
ResponderEliminar¡¡ Mil gracias !! Me alegra leer que le ha resultado interesante y ameno el artículo, efectivamente, el concepto de harén va más allá de la sexualidad o la sensualidad, y se "enriquece" también con cuestiones políticas, sociales, culturales e incluso religiosas ;)
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