martes, 27 de marzo de 2018

Los bains de mer I: los orígenes y la Côte Fleurie.




Durante décadas, el verano ha sido indisociable de la playa y los baños de mar. ¿Pero cómo empezó todo? Pues primero fue salud, luego fue moda.

Desde la Antigüedad, el uso curativo de ciertas aguas y manantiales fue algo muy valorado. Sin embargo, no fue hasta la llegada del Siglo de la Razón, cuando se empezó a separar el sentido religioso de las propiedades médicas de estos manantiales. Por primera vez, se empleaban explicaciones y razonamientos científicos lejos de razones milagrosas. 

Paralelamente, fue creciendo interés por las cualidades terapéuticas del mar. En 1753, un doctor británico publicó The Uses of Sea Water, primera obra que anunciaba al público las bondades del mar. Dichos consejos emergían en el siglo XVIII, en medio de una nueva valoración de la vida privada y la intimidad, y supusieron un incentivo para que la gente empezara a acercarse a los pueblos de mar, buscando salud y calma.

El primer seaside resort surgió en Brighton, donde el extravagante príncipe de Gales (futuro Geoge IV) compró en 1787 una pequeña propiedad para residir lejos de los cotilleos de Londres con su amante y esposa secreta Maria Fitzherbert. A lo largo de los años la pequeña mansión se transformó en un extravagante palacio de aspecto oriental al mismo tiempo que el modesto pueblo de pescadores se metamorfoseaba en una localidad de veraneo donde la alta sociedad londinense venía a disfrutar de las bondades médicas del mar y de un cierto desenfado y libertinaje. Las élites se extasiaban con esta nueva moda y especialmente con el llamado dipping, es decir, sumergir el cuerpo enteramente en el agua.

El coqueto Marine Pavilion que el príncipe de Gales compró en 1787.

La costa de Brighton pintada por John Constable en 1826-27 con su característico paisajismo dramático. 

Brighton fue el primer ejemplo de la metamorfosis que sufrirán pequeñas poblaciones costeras reconvertidas en el escenario de la interacción entre las élites y los baños de mar. A lo largo de siglo XIX la emergencia de este tipo de poblaciones será rapidísima y constante, primero a través de Europa y luego del mundo. Las costas francesas jugaran un papel protagonista en todo este desarrollo.

En Francia, la historia de los bains de mer empezó en Dieppe, localidad ideal por su cercanía tanto a las costas inglesas como a Paris. En 1822, durante Restauración Borbónica, se empezó a construir el primer casino, lugar idóneo para las reuniones de la alta sociedad y que se convertiría en uno de los edificios más emblemáticos de las stations balnéaires. Éste contaba además con unas termas de agua marina, el origen de la talasoterapia.

Sin embargo, la consagración de Dieppe vino dada por otro miembro de la realeza, en este caso la duquesa de Berry, nuera del rey Charles X. La duquesa, conocida por ser el miembro más jovial y carismático de la familia real, descubrió Dieppe en 1824. A partir de entonces pasó seis semanas durante cinco veranos (hasta 1829) en la pequeña población. Sus visitas tenían casi un carácter oficial, ya que se alojaba en el ayuntamiento, pero sirvieron como imán para que la corte y la alta sociedad parisina acudieran en masa a Dieppe.

La Duquesa de Berry pintada por Thomas Lawrence.

Los visitantes más aventurados probaban incluso bañarse en el mar, aunque, eso sí, siempre bajo prescripción médica y bajo la atenta mirada de los vigilantes. La proximidad de Dieppe a París la hacía muy apetecible para las élites de la capital y ni siquiera el derrocamiento de Charles X y el exilio de la Familia Real en 1830 frenaron su crecimiento. La población se expandió y cada verano se convertía en una especie de sucursal de los mejores barrios de Paris, altivas damas y caballeros se pasean por la playa vestidos elegantemente mientras a pocos metros los bañistas, mucho más ligeros de ropa, experimentan las bondades del agua de mar. Algunas manzanas más allá, en el casco antiguo, los humildes pescadores veían con cierto recelo toda esa invasión de la "gente bien", que traía beneficios pero también sus extrañas costumbres.

Pero poco a poco, el motivo médico fue quedando relegado a un segundo plano. Los baños de mar estaban simplemente de moda, formaban parte del ocio de las clases altas. Lo importante era ver y dejarse ver: había nacido la villégiature.

Dieppe en 1899. El puerto, el pueblo de pescadores y los establecimientos para la alta sociedad conviven en un mismo espacio.


Las famosas casetas de baño, era móviles y se empujaban hasta tocar el mar, servían para poder cambiarse cerca del agua  porque se consideraba inadecuado pasearse por la playa en traje de baño.

En 1848 el ferrocarril llegó a Dieppe, a partir de entonces las actividades se diversificaron y aparecieron también el teatro y el hipódromo. Al mismo tiempo se fueron imponiendo unas normativas en las playas para guardar el decoro y evitar conflictos con los aldeanos. Se reguló la forma y medidas del traje de baño (cada ciudad establecerá las suyas), se instauró el uso de casetas de baño y se separó a hombres y a mujeres (no en todas las poblaciones). Con el tiempo, franceses y extranjeros acabaron sabiendo que playas eran más conservadoras y cuáles eran más liberales.

Al primer casino de Dieppe (lugar de reunión por excelencia de la alta sociedad) rápidamente le sucedió en 1852 el segundo, hecho de cristal y hierro como los grandes palacios de las exposiciones universales.

El segundo Casino de Dieppe, inaugurado en 1852.
© Bibliothèque nationale de France/Gallica. 

En 1886, se inauguró el tercer casino de Dieppe, era un enorme edificio de estilo morisco y una clara muestra de la arquitectura que caracterizó estas nuevas poblaciones: lúdica, extravagante y experimental en contrapunto a la arquitectura más rígida y monumental de las capitales y grandes ciudades. La villégiature era sinónimo de disfrute.


Cartel promocional de la inauguración del tercer Casino de Dieppe en 1886, por Jules Chéret.
© Bibliothèque nationale de France/Gallica.


El tercer casino (1886) de Dieppe, en estilo mauresque.

El tercer Casino en un pintura de Jacques-Émile Blanche. En 1925, todo el edificio fue rehecho en estilo Art Déco y fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial.

Muy cerca de Dieppe, el pequeño pueblo de Le Tréport también experimentó un considerable auge cuando el rey Louis-Philippe I y su numerosa familia establecieron su residencia veraniega en el cercano castillo de Eu. Allí fue recibida la reina Victoria en dos ocasiones, 1843 y 1845, después de desembarcar en el pequeño puerto pesquero. El Pavillon d'Orléans, construido en primera linea de mar para la familia real, puede considerarse una de la primeras villas de playa de Francia.

El Pavillon d'Orléans en Le Tréport.
© Château d'Eu / Musée Louis-Philippe.

Pero si Dieppe fue la primera station balnéaire de Francia, no fue la única. El punto de inflexión llegó en 1852 con la instauración del Segundo Imperio Francés y el inicio de una ambiciosa política ferroviaria.

Con la llegada de ferrocarril al pueblo mercante de Le Havre, los aristócratas y ahora también la alta burguesía, podían llegar desde Paris y tomar un transbordador que conectaba con distintos puntos de la costa.

La moda de los bains de mer llegó entonces a Trouville, pequeño pueblo de pescadores a los pies de los acantilados normandos y al lado de la desembocadura del río Tocques. Bajo el impulso del crecimiento económico y de la bonanza política del Segundo Imperio, la trasformación de esta localidad fue aun más rápida que Dieppe. El lado del río Tocques, Trouville mantuvo su aspecto pintoresco con su arquitectura vernácula, pero al lado del mar se desarrolló la ciudad orientada a los baigneurs, de la arena emergieron elegantes villas para los aristócratas y altos funcionarios del Imperio. En 1868 se instalaron las planches en la playa, pasarelas de madera que permitían a los selectos visitantes pasear sin llenarse los zapatos de arena. El mismo año abrió el primer hotel, el célebre Hôtel des Roches Noires, dos años después lo hizo el Hôtel de Paris. Un bañista describía la localidad del siguiente modo:

antes era una auténtico puerto de pescadores, con casas esparcidas detrás de un muelle cerrado por trozos de roca, con redes secándose al sol, tendidas en los alrededores, con pescadores con gorros rojos […]; pero ahora es, como se dice, el punto de encuentro de la "bonne société", donde pueden verse parisinas con bellos vestidos, mozos ingleses, cocheros con librea y profesores de equitación

Mezcolanza de gentes en Étretat (cerca de Le Havre) pintada por Eugéne Le Poittevin en 1866.

Elegantes visitantes al lado de un pescador. La convivencia entre estos dos mundo fue algo muy habitual, incluso algo buscado.

La nueva estación balnearia sedujo a los visitantes por su doble carácter rústico y sofisticado, sencillo y encopetado. La misma emperatriz Eugénie visitó Trouville en varias ocasiones, pero fueron dos pintores los que inmortalizaron su fama: Eugène Boudin y Claude Monet. Ambos se dejaron cautivar por la amplia playa de arena blanca que otorgaba a Trouville una luminosidad evanescente en ciertos momentos del día.

Sur les planches de Deauville (circa 1870) de Claude Monet. 

Les figures sur la plage à Trouville (1869) de Eugène Boudin.

No obstante, no todas las estaciones balnearias tuvieron su origen en pequeños pueblos de mar. Muchos hombres de negocios visionarios, viendo el auge de los baños de mar decidieron crear ciudades ex-novo. Fue el caso de Deauville.

Enfrente de Trouville, en la otra orilla del Tocques se extendía una amplia llanura arenosa llamada Deauville. En 1859, el duque de Morny, hermanastro de Napoleón III, decidió impulsar la creación de una nueva localidad. La nueva población seguía un plan reticular y los preceptos planteados por Haussmann en Paris, pero en vez en inmuebles se construyen villas de diversos estilos. Si en principio Deauville se concibió como un apéndice de Trouville, la amplia llanura sobre la que se erguía le permitió un crecimiento mayor y más rápido, así pues en 1863 se inauguró la línea férrea que unía Paris y Trouville-Deauville, ese mismo año también abrió el hipódromo.

Junto con el casino, el hipódromo era uno de los principales lugares de sociabilización mundana; en invierno se iba a la ópera y durante la temporada estival al hipódromo. Obviamente lo menos relevante era las carreras, una vez más, como decía My Fair Lady, lo más importante era ver y dejarse ver.

Trouville-Deauville alrededor de 1900. Trouville se encuentra en la parte superior, al pie de las colinas, y Deauville, aún a medio desarrollar, es la amplia explanada de la parte inferior, tocando al margen de abajo aparece el hipódromo.

Elegantes señoritas en el hipódromo de Deauville hacia 1914.
© Bibliothèque nationale de France/Gallica.

El Hôtel Royal de Deauville poco después de su inauguración en 1912.

El Hôtel Royal y las características sombrilla de colores de Deauville en el actualidad.
© Paravision.

El ciclo de una station balnéaire fue, no obstante, más acelerado que el de una gran ciudad o capital, y las fases de nacimiento, crecimiento, cenit y decadencia se sucedían aquí más rápido, creando constantes parones y reflujos.

En 1870, con la caída del Segundo Imperio, Deauville se estancó y se convirtió en un mero apéndice de su vecina, su única atracción era su gran hipódromo. Hubo que esperar hasta inicios del siglo XX para encontrar un renacimiento. En 1912 el inversor Eugène Cornuché construyó un nuevo casino y el Hôtel Normandy, un año después inauguró el Hôtel Royal. A partir de entonces Deauville tomó el relevo de su vecina. Antes de la guerra, cada medio día, despues del almuerzo, toda la bonne societé se encontraba en los cafés de la Rue Gontaut-Biron y en esa misma calle Coco Chanel abrió su primera tienda en 1913.

Durante los Années folles (los años 20) se convirtió en lugar de moda repleto de fiestas y soirées para las élites europeas, con frecuencia recibió visitas de socialites como Alfonso XIII, Churchill, Aga Khan III o Elvire Popescu. En esta fase final, se inauguraron los Bains Pompéiens en 1924 y el Yacht Club en 1929, en un estilo Art Déco mucho más contenido que el de las décadas precedentes.

La playa de Deauville en los años 20, ya sin las típicas casetas de baño.

La planches de Deauville, instaladas a imitación de las de Trouville (que se aprecia en el horizonte), "marcher sur les planches de Deauville" fue considerado sinónimo de exhibirse.

A lo largo de las primeras décadas del siglo, los bañadores fueron acortándose considerablemente.

La lectura, ahora y siempre, es uno de los principales pasatiempos en la playa.

Hay que ir siempre estupendo a la playa.
Lady Edwina Mountbatten luciendo su bata de baño y su turbante a juego.

Pero el ejemplo de Deauville no fue el único. La mejora de las comunicaciones y la bonanza económico-política durante el Segundo Imperio fue causa de una rápida expansión de las estaciones balnearias. En 1853 se creó Cabourg, en 1854 Houlgate y en 1856 Villiers-sur-Mer. Cabourg pasó a la historia como lugar de veraneo, entre 1907 y 1914, de Marcel Proust, que inmortalizó la ciudad en su obra À la recherche du temps perdu.

El espectacular florecimiento, metafórico y real, que experimentó esta región de la costa normanda entre Le Havre y Sallenelles pronto le valió el sobrenombre de Côte Fleurie.

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