Bandera del Reino de Portugal (izquierda) y Estandarte del Rey de Portugal (derecha). |
Aunque el Reino de Portugal era
milenario, se había fundado en 1139, la familia
Braganza llevaba reinado desde que el país luso se había independizado de
la Monarquía Hispánica en 1640. No había sido un camino siempre fácil, pues a
pesar de las innumerables riquezas que venían de las Américas, la nueva dinastía
había tenido que hacer frente al no reconocimiento por parte de la Iglesia Católica,
al terrible Terremoto de Lisboa de 1755, a la Invasión Napoleónica y a la
rocambolesca huída de la Familia Real a las colonias en 1807, a la independencia
de Brasil en 1822 y a la Guerra Civil Portuguesa que de 1831 a 1834 enfrentó a
los partidarios de Miguel I (absolutistas) con los de Maria II (liberales).
Como en su vecina España, a partir de mediados
de siglo, Portugal se enfrentaba a un complicado proceso de industrialización en una sociedad aún profundamente
tradicional, los conflictos sociales no tardaron en aparecer. Paralelamente, la
implantación del liberalismo tampoco
estuvo exenta de conflictos y fracasos, pero hacia la década de los setenta los
dos principales partidos liberales, el Partido
Regenerador (de centro-derecha y con sus raíces en el cartismo) y el Partido
Progressista (de centro-izquierda y con sus orígenes en el setembrismo) pactaron una alternancia en
el poder conocida como el Rotativismo (muy parecida el
Turnismo en España). Asimismo, en 1883, se fundaba, como alternativa a los dos
partidos dinásticos, el Partido
Republicano Português, de clara influencia jacobina francesa y con raíces
en la masonería y en la Carbonária.
Tras la relativa estabilidad del reinado
de Luís I (1861-1889), el de su hijo Carlos parecía destinado a ser
turbulento. Carlos I subió al trono
en 1889, ironías de la Historia, el mismo año que un golpe de estado militar
proclamaba la república en el Imperio de Brasil (1822-1889). El problema
endémico al que el joven monarca tuvo que hacer frente fue la progresiva
desintegración del Rotativismo,
minado por la corrupción, por las constantes luchas políticas y por el hecho
que era escasamente representativo (el sufragio era
censatario).
La Familia Real Portuguesa pintada en 1876 por Layraud. El rey Luís I y la reina Maria Pia junto a sus hijos el príncipe Carlos (derecha) y el infante Alfonso (izquierda). |
El Palácio da Ajuda, residencia de la Familia Real durante el reinado de Luís I (1861-1889). Actualmente un museo indispensable. |
Sala dos Grandes Jantares en Ajuda. © Concierge.2C. |
El rey Carlos I pintado hacia 1900 por Columbano Bordalo Pinheiro. |
Pero el reinado de Carlos I ya comenzó mal, con el llamado asunto del Mapa Cor-de-Rosa. En este finales de siglo XIX, las potencias
europeas se batían por conseguir grandes porciones de África y el proyecto
presentado por Portugal a la Conferencia de Berlín de 1884 preveía la unión de
sus dos colonias (Angola y Mozambique) a través de la adquisición de nuevos
territorios (actuales Zimbabue y Zambia) que habían sido coloreados en rosa en
la versión oficial del proyecto, de ahí el nombre. Pero dichas pretensiones
chocaban frontalmente con las británicas, que pretendían establecer una sucesión
ininterrumpida de colonias desde Egipto hasta Suráfrica y todas ellas unidas
por una vía férrea. A pesar de las garantías de Francia y de Alemania, la
crisis se fue alargando hasta que en 1890
el Ultimátum
Británico amenazó con acciones más severas, y Portugal, prácticamente
aislado internacionalmente, tuvo que ceder. Todo el asunto fue visto como una
inmensa humillación nacional al antaño “Portugal de los Navegantes”. Poco a
poco el Partido Republicano fue
acumulando no solo las tendencias disidentes sino también las nacionalistas.
Las cosas estallaron el 31 de enero de 1891 con la “Revuelta Republicana en
Porto”, que aunque fracasada, fue un precedente.
Por otro lado, las progresivas crisis financieras demostraban
que Portugal era incapaz de mantener un gran imperio colonial. Desde mediados
de siglo se había lanzado a una campaña desenfrenada de obras públicas y de modernización
de infraestructuras (conocida como la Regeneração); en 1892, y por
sexta vez en lo que se llevaba de siglo, Portugal se declaraba en bancarrota a
pesar de poseer la renta-per-cápita más alta de Europa después de Francia.
No es de extrañar pues, que la popularidad
de la monarquía se resintiera lentamente a causa de estos reveses, pues Carlos I representaba, en cierto modo, a un régimen que se perpetuaba sin aportar
soluciones. El monarca carecía de gustos extravagantes y pomposos, le gustaba, en cambio, la caza, la buena comida y las mujeres; sus infidelidades eran de
sobra conocidas y también sus visitas al más famoso burdel de Paris, Le Chabanais, donde solía encontrar a su
compañero de juergas: Edward, hijo de la reina Victoria y Príncipe de Gales
(futuro Edward VII). Es cierto también, que las infidelidades de las cabezas
coronadas en la Europa finisecular tampoco preocupaban excesivamente a la
gente. Pero Carlos I era un hombre afable y de trato fácil, que por lo general
se conformaba con los pequeños placeres de la vida, amaba también el dibujo y
la pintura, pero por encima de todo su gran pasión era el mar. El Rey había heredado de su padre la pasión por todo lo
marino, desde la navegación hasta las ciencias naturales, el monarca fue
responsable de varias publicaciones e hizo largos viajes de exploración a bordo
del yate real Amélia.
El príncipe Carlos, Duque de Braganza (circa 1883). |
Sua Majestade Fidelíssima Carlos I, hacia 1889, año de su subida al trono. |
Carlos I en el yate Amélia (circa 1905), se nota que al hombre le gustaba comer. |
Una de las pinturas de temática marinera pintadas por el Rey. |
En 1886, siendo aún príncipe heredero (o Duque de Braganza), Carlos se casó con Amélie d’Orléans, hija del Conde de Paris (pretendiente al trono francés por ser nieto de Louis-Philippe I de Francia). La joven Amélie o Amélia, en portugués, era una mujer sencilla, pero dotada de un fuerte estoicismo, educada por su severa madre, jamás olvidó su deber real, pero carecía de la extravagancia y del magnetismo de su predecesora, la reina Maria Pia; era amable y educada, pero tímida e incapaz de ser espontánea, defectos que con frecuencia se confundieron con altivez. Compartía con su marido la afición por la caza y por la pintura, concretamente las acuarelas, además también gustaba de las travesías marítimas. Pero la gran preocupación de la Reina eran las actividades benéficas, que le interesaban profundamente y las que dedicaba, casi siempre de forma privada, una gran atención. Visitaba con frecuencia y apoyaba financieramente a sanatorios, orfanatos y albergues. Entre sus obras cabe destacar el Real Instituto de Socorros a Náufragos (1892) o el Instituto da Rainha D. Amélia (1899) para los tuberculosos.
Jovencísima Amélia antes de su boda (circa 1880-1885). |
Foto de la boda, Amélia medía 1.82. |
La reina Amélia al poco de subir al trono. |
La reina Amélia hacia 1900-1905. |
Viaje a Egipto: la reina Amélia visitando las pirámides (marzo de 1903). |
Los hijos de la pareja real, el príncipe Luís Filipe y el infante Manuel junto al khedive de Egipto (marzo 1903). |
El rey Carlos I bañándose en Cascais (circa 1905-1908). |
A principios de siglo, el Rotativismo hacia aguas, no solo el Partido Republicano había entrado en el
parlamento sino que en 1901, se había formado una escisión del Partido Reformista llamada Partido
Reformista Liberal y liderada por el carismático João Franco. En las
elecciones de 1906 y por primera vez en décadas, el Partido Reformista Liberal conseguía más votos que los partidos
tradicionales, el rey Carlos I pidió a João Franco que formara gobierno.
El Palácio das Necessidades, residencia habitual de la Familia Real en Lisboa. |
Dormitorio del Rey en el Palácio das Necessidades. |
Gabinete de la Reina en el Palácio das Necessidades. |
El programa de João Franco era
muy ambicioso, se trataba de una completa reforma de la vida política, de la administración,
de la contabilidad pública y de las finanzas de la Casa Real, además proponía
mano dura con los anarquistas (recordemos que también en 1906 sucedió el
atentado anarquista durante la boda de Alfonso XIII). “Hay que hacer la revolución desde arriba, antes que la
hagan desde abajo” decía el nuevo jefe de gobierno y su programa contó con la aprobación
de varios intelectuales, entre ellos los escritores Ramalho Ortigão o Filhao de
Almeida. Pero João Franco no solo tenía a los
republicanos en su contra sino también a los partidos tradicionales que veían
como el poder se les escapaba de las manos. Al mismo tiempo la tensión social aumentaba
y en la primavera de 1907 la “Huelga Estudiantil de Coímbra” demostró hasta qué
punto los ánimos estaban caldeados. Perdiendo apoyos por momentos, el gobierno
centrista de João Franco decidió pasar de gobernar “a la inglesa” a gobernar “a
la turca”; consiguió que el Rey autorizara la disolución del Parlamento y que
le diera poderes especiales. El gobierno de João Franco se convirtió en una “dictadura administrativa”. Solo el Rey
parecía sostener al gobierno, no le gustaban especialmente los métodos de João
Franco, pero vista la situación ¿por quién podía substituirlo? ¿Quién podía reformar
el país? En cualquier caso las elecciones ya habían sido programadas, la “dictadura”
terminaría pronto.
A finales de enero de 1908, la
Familia Real residía en su residencia favorita, el Paço Ducal de Vila Viçosa, cuando llegaron las noticias de un
intento de golpe de estado republicano en Lisboa conocido como la Intentona
do Elevador. João Franco preparó un polémico decreto para poder exiliar sin
juicio previo a todos aquellos a los que un tribunal acusara de alterar el
orden público, el decreto buscaba obviamente fracturar las filas republicanas.
Se dice que mientras el Rey lo firmaba en Vila Viçosa, exclamó “Esta es mi
sentencia de muerte”.
La Familia Real decidió adelantar la vuelta a la capital, el día 1 de febrero al mediodía, cogieron
el tren y luego cruzaron la Bahía del Tajo en un vapor que los dejó en la
céntrica y célebre plaza lisboeta del Terreiro
do Paço. Allí fueron recibidos por el jefe del gobierno y por varias
autoridades. Inicialmente se había decidido que la Familia Real ocuparía varios
carruajes, pero finalmente montaron todos en un landau abierto, para
mostrar normalidad. El Rey, con su uniforme, montó en el lado izquierdo en
dirección a la marcha, la Reina a su derecha; enfrente de la pareja real sus
dos hijos, el príncipe heredero Luis Filipe a su izquierda y el infante Manuel
a su derecha. Hacia tiempo que se rumoreaba que algo se estaba preparando.
El carruaje avanzaba por el lado izquierdo de la plaza, cerca de los
soportales. Una vez el landau había pasado, un hombre salió de entre la multitud y se situó en medio de la calle, de
su largo abrigo sacó una carabina y disparó al carruaje, el tiro dio en la nuca
del Rey, que murió en el acto. El nombre del tirador era Manuel Buíça, instructor de tiro expulsado del Ejército y miembro
del Partido Republicano.
El caos se desató en la plaza, la gente empezó a correr, y se produjo un intercambio de disparos entre la guardia real y varios otros tiradores camuflados entre la multitud. Buíça tuvo tiempo
de realizar otro disparo, que impactó en el hombro del Rey, cuyo cuerpo se ladeó hacia la izquierda. De pronto, en medio del caos, salió otro hombre de los
soportales, subió al estribo izquierdo del landau y volvió a disparar al Rey, esta vez en el torso. Era Alfredo Luís da Costa, escritor y
editor también vinculado al republicanismo radical. Da Costa se giró luego
hacia los dos príncipes, pero entonces la Reina se levantó y empezó a golpear
al atacante con lo único que tenía en la mano, un ramo de flores, mientras
gritaba “¡¡Infames!! ¡¡Infames!!” Costa, no obstante, consiguió disparar
al príncipe Luís Filipe en el pecho, pero la herida fue superficial. El príncipe
sacó entonces un revólver y disparó cuatro tiros a Costa que cayó del carruaje,
luego Luís Filipe se levantó, pero Buíça realizó un último y fatal disparo que entró por la mejilla izquierda del príncipe y le salió por la nuca. Mientras tanto el
cochero, a pesar de estar herido en la mano, logró hacer que los caballos arrancaran y dirigió el carruaje hacia la izquierda, hacia el Arsenal de Marinha. Era las
cinco y veinte de la tarde, en menos de un minuto y medio, la historia de Portugal había cambiado para siempre.
Representación que transmite el caos y la confusión de los escasos minutos en que duró el atentado. |
Ninguno de los asesinos sobrevivió, fueron abatidos por la policía. Jamás se supo quien organizó el Regicidio y el juicio que debía empezar a finales de 1910 jamás se realizó. |
Los cadáveres fueron bajados del landau,
la Reina contempló entonces a su hijo, el infante Manuel, salpicado con la
sangre de su padre y de su hermano, él era lo único que le quedaba. Más tarde
llegó al Arsenal la reina-madre Maria Pia, se dice que al entrar en la
habitación donde hacían los cadáveres
exclamó “¡Han matado a mi hijo!” y su nuera le respondió “Y al mío también”; “¿El
tuyo?” inquirió Maria Pia, solo entonces se dio cuenta que en la estancia había
dos cuerpos.
El asesinato conmocionó a toda
Europa, donde desde hacía décadas los radicales
habían atentado contra la vida de varias testas coronadas, el zar Aleksandr II había
fallecido en 1881, la emperatriz Elisabeth en 1898, el rey Humberto I en 1900; también
los regímenes republicanos habían sufrido el terrorismo radical: el presidente
francés Sadi Carnot había sido asesinado en 1894 y el americano William
Mckinley en 1901. Todo ello sin contar los atentados fallidos (como el de la
boda de Alfonso XIII en 1905) o dirigidos contra otros emblemas de la clase
dominante (como el del Liceu en 1893).
El joven infante Manuel fue
proclamado Rey de Portugal con el nombre de Manuel II, apenas tenía 19 años. De rostro pálido y tímido, el
joven Manuel había recibido una educación general, un poco de todo, pero jamás
nada en relación con el papel que ahora le tocaba desempeñar, sin ser
brillante, era correcto en sus estudios, amaba la música y la lectura, y tenía
buenas intenciones, pero su conocimiento de la delicada situación política era
inocente, casi pueril. Su primera decisión fue pedir la dimisión de João Franco, al que se acusaba de haber fracasado no
habiendo protegido a la Familia Real y de haber polarizado la sociedad. João
Franco reconoció que temía un atentado, pero dirigido hacia su persona, jamás creyó
que atentarían contra el rey Carlos.
Manuel II inició entonces una política
llamada de acalmaçao (literalmente “de tranquilidad”) se formó un
gobierno “de concentración nacional” con todos los partidos dinásticos
presentes en el Parlamento y fue decretada una amplia amnistía. El joven
monarca no quería repetir los errores de su padre, no deseaba vincularse con
los partidos, sino ceñirse estrictamente a su papel de monarca constitucional. Paralelamente, inició una larga serie de
visitas al norte del país y de viajes al extranjero. Allí donde Manuel II iba era ovacionado, y la propaganda monárquica
exprimió al máximo la trágica muerte de su padre y su hermano y las buenas
intenciones del joven monarca. Pero esto no bastaba para gobernar el país.
Manuel II no supo o no pudo encontrar al hombre capaz de enderezar el maltrecho
y seriamente fragmentado Reino de Portugal, y era obvio que los partidos rotativistas no harían nada. La oposición al régimen no solo crecía
entre la izquierda republicana, sino
también entre la derecha, que acusaba
al Rey de no llevar a cabo una política más firme y de estar dejando que el
país se consumiera. Al mismo tiempo los sentimientos republicanos también
crecían en el ejército, pero sobretodo en la Marinha Real Portuguesa.
Manuel II se estaba quedando solo.
La reina Amélia y su hijo Manuel II en el Palácio das Necessidades. |
La reina Amélia aconsejó a su hijo que actuara con moderación y conciliación, lamentablemente sus consejos no siempre tuvieron el resultado esperado. |
En junio de 1910, la fallida del banco Crédito
Predial Português, administrado por el gobierno de turno, contribuyó no
solo a aumentar la desconfianza sino a generalizar el pánico entre la pequeña y
gran burguesía lisboeta que veía como la clase dirigente dilapidaba la economía
nacional. Todo el mundo parecía ser consciente ya, quizás incluso el propio
Rey, que tarde o temprano, ya fuera por medios legales o revolucionarios, el Partido
Republicano tomaría el poder.
En octubre todo terminó. El día 1
llegó a Lisboa en visita oficial el
presidente brasileño Hermes da Fonseca a bordo del acorazado São Paulo, y el ministro de Asuntos
Exteriores tuvo que hacer malabares para adelantar el desembarco del Presidente
y así evitar la aglomeración de simpatizantes republicanos. No obstante, el día
siguiente éstos se congregaron en masa ante el Palacio de Bélem, residencia oficial de los jefes de estado
extranjeros que visitaban Lisboa. El día
3, un martes, por la mañana, Lisboa se levantó con la noticia del asesinato
del doctor Miguel Bombarda, conocido republicano, se decidió entonces adelantar
el golpe.
Ese mismo martes, el Rey asistió a un banquete
en honor del presidente brasileño, que viendo lo deteriorada que estaba la situación y el fervor de las manifestaciones republicanas llegó a ofrecerle asilo al monarca, Manuel II lo declinó amablemente. Después de la
cena partió hacia el Palácio das Necessidades y se puso a jugar al bridge
con algunos cortesanos y miembros de su séquito.
Mientras tanto, el republicano Machado Santos rebelaba al regimiento 16 de infantería, luego al 1
de artillería, su intención era marchar sobre el palacio, pero al encontrarse
repelidos por la Guardia Municipal tuvo que atrincherarse en la Rotunda
(actual Praça Marquês de Pombal). La
misma intención tenía en el cuartel de
marineros de Alcântara, a escasos 100 metros del Palácio das Necessidades, pero también tuvo que retroceder ante
la concentración de tropas pro-monárquicas frente al palacio. Paralelamente, las
tropas gubernamentales, previendo disturbios, se habían concentrado en el Rossio, al otro lado de
la Avenida da Libertade, justo
enfrente de la Rotunda.
Mapa de Lisboa en octubre de 1910 que permite apreciar la localización de la Rotunda, del Rossio, del Palácio das Necessidades o de los cuarteles sublevados. |
Hacia las 5 de la mañana, mientras amanecía, la situación parecía estancada,
con las tropas revolucionarias esencialmente atrincheradas. Pero desde las
ventanas del palacio, Manuel II pudo ver como los
cruceros Adamastor y San Raphael enarbolan la bandera
republicana. Pasadas las 8, el Rey consiguió hablar con su madre, la reina
Amélia, que se encontraba en el castillo de Pena en Sintra, Manuel II deseaba salir a la calle, parlamentar, pero su madre le
rogó que no saliera, que no se expusiera, era lo único que le quedaba y sabía si se
ponía a tiro los revolucionarios acabarían con él. Manuel II aceptó y permaneció en palacio. Un poco más tarde, recibió la llamada del jefe su gobierno, António
Teixeira de Sousa, éste le aconsejaba abandonar el palacio ya que podía ser bombardeado en cualquier momento, el
Rey se negó. Pero alrededor de las once, los cruceros Adamastor y San Raphael
abrieron fuego contra el Palácio das Necessidades.
El bombardeo causó un pánico
terrible entre los habitantes del palacio y los regimientos que lo protegían.
La mayoría de los sirvientes y cortesanos abandonaron el lugar, el Rey se refugió en la capilla y se puso a rezar, inmediatamente un puñado de cortesanos
fieles le aconsejaron que se refugiara en uno de los pabellones del jardín. Manuel II llamó entonces a Teixeira de
Sousa, y éste le volvió a pedir que abandonara el palacio, así las tropas pro-monárquicas
se podrían reconcentrar en el Rossio para
atacar a los republicanos de la Rotunda,
el Rey se volvió a negar, arguyendo que esto permitiría que los marineros tomar el palacio, pero finalmente aceptó. Antes de partir, llamó a su madre Amélia y a su abuela Maria Pia, que estaban ambas en Sintra, y les pidió que se dirigieran a Mafra, desde donde se podría organizar mejor la defensa de la Familia Real. Más o menos a las dos de la tarde un convoy de dos vehículos escoltados por la caballería
de la Guardia Municipal abandonaba Lisboa, en ellos viajan, el Rey, dos cortesanos fieles (el Conde
de Sabugosa y el Marqués de Fayal), y dos criados; es todo lo que quedaba de la
Corte de los Reyes de Portugal.
Los marineros sublevados ocupan el Palácio das Necessidades. |
El convoy llegó a Mafra, a 40km al norte de Lisboa, sobre las 4, una hora más tarde llegaron las dos reinas provenientes de Sintra. Las ironías de la Historia hicieron que la Familia Real pasara su última noche en el descomunal Convento de Mafra, monumento por excelencia al poder y a la riqueza de la monarquía absoluta portuguesa construido en el siglo XVIII con los fabulosos cargamentos de plata que llegaban del Brasil. Pero ahora, el monasterio-palacio permanecía casi vacío, sin criados ni cortesanos y sus cavernosas salas a oscuras. El Rey, su madre y su abuela, cenaron solos, en silencio, esperando noticias de Lisboa, esperando una llamada telefónica que nunca llegó. Manuel II durmió por última vez en Portugal, mientras su médico, el Conde de Mafra, montaba guardia en la puerta del dormitorio real.
El Convento de Mafra, el Escorial portugués. |
Basílica del palacio-convento de Mafra. |
El Quarto da Rainha en Mafra, donde Manuel II pasó su última noche. |
Mientras tanto, en Lisboa, la moral
de las tropas gubernamentales decayó lentamente, corría el rumor que el Rey ha partido, incluso se decía que se había refugiado a bordo del acorazado São Paulo
junto al séquito del presidente Hermes da Fonseca. Asimismo, las tropas leales concentradas en el Rossio
debían soportar ahora el doble fuego proveniente
de los sublevados de la Rotunda y de los acorazados Adamastor, San Raphael y ahora también del Don
Carlos fondeados en el Tajo. Los combates se alargaron todo el día y toda la noche, hasta
que finalmente a las 8 y media de la mañana se declaró un armisticio, poco
después las tropas leales se rindieron, mientras tanto, los ministros del
gobierno se habían ido escondiendo en distintas casas particulares. Pasadas las 9, desde el balcón de la Câmara Municipal se proclamó la
República, es el 5 de octubre de 1910.
Esa misma mañana, en Mafra,
Manuel II esperaba una llamada del presidente del gobierno, dicha llamada nunca llegó. Fue el alcalde de
la ciudad el que le informó de lo sucedido en Lisboa y de que no podía garantizar su seguridad. La Familia Real eran ahora unos proscritos en su propio país. Se planteó entonces ir a Porto para organizar la contra-revolución, pero era imposible
ir por tierra. Hacia el mediodía llegó la noticia que el infante Alfonso (tío
del Rey y hermano de Carlos I) estaba en Ericeira con el yate real Amélia. No
quedaba otra alternativa, pues, que ir a Ericeira.
Antes de las 4, tres coches llegaron a la escarpada playa con la Familia Real y los restos de la Corte. Como el yate no podía atracar, se decidieron alquilar, a precio de oro, barcas de pescadores para transportar a los fugitivos. El muelle y la playa estaban repletos de curiosos. La Familia Real y diez personas más se repartieron entre dos barcas. En la primera subieron la reina Maria Pia, nerviosa al borde del colapso y la reina Amélia, más serena y que exclamaba al ver las humildes barcas de pesca “No esperaba esto de los portugueses, ¡es una infamia!” mientras se agarraba a la única pertenencia que ha podido coger, un gran bolso con ropa blanca. Manuel II, extremadamente pálido, subió en la segunda barca, llevaba consigo una pequeña caja repleta de dibujos de su padre, de su hermano y suyos.
Antes de las 4, tres coches llegaron a la escarpada playa con la Familia Real y los restos de la Corte. Como el yate no podía atracar, se decidieron alquilar, a precio de oro, barcas de pescadores para transportar a los fugitivos. El muelle y la playa estaban repletos de curiosos. La Familia Real y diez personas más se repartieron entre dos barcas. En la primera subieron la reina Maria Pia, nerviosa al borde del colapso y la reina Amélia, más serena y que exclamaba al ver las humildes barcas de pesca “No esperaba esto de los portugueses, ¡es una infamia!” mientras se agarraba a la única pertenencia que ha podido coger, un gran bolso con ropa blanca. Manuel II, extremadamente pálido, subió en la segunda barca, llevaba consigo una pequeña caja repleta de dibujos de su padre, de su hermano y suyos.
La intención de ir a Porto quedó abortada cuando se recibió la noticia que allí
también a triunfado la revolución, se dirigieron, pues, a Gibraltar. Allí dejaron el yate Amélia,
propiedad del estado, y embarcan en el yate personal del rey George V rumbo a
Inglaterra.
Manuel II nunca volvió a Portugal y murió a la temprana edad de 42 años, solo la
reina Amélia pudo volver a visitar, en junio de 1945, el país sobre el que había reinado.
En Portugal, la nueva Primeira República Portuguesa estuvo lejos de ser una panacea, en sus 16
años de existencia hubo 7 legislaturas, 8 presidentes de la República, 39
presidentes del gobierno, 1 presidente del gobierno provisional, 2 presidentes
que no llegaron a tomar su cargo, 2 presidentes interinos, una junta
constitucional, una junta revolucionaria y una junta ejecutiva. Su fin llegó en mayo de 1926, con la instauración
de la Dictadura militar que en 1933
se convirtió en el Estado Novo
liderado por Oliveira Salazar.
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