lunes, 17 de marzo de 2014

La guerra olvidada de Crimea.

Ayer, 16 de marzo, se celebró en Crimea el anunciado referéndum, cuyo resultado era más que evidente, también se vislumbran con bastante claridad las consecuencias a medio plazo, aunque aquellas a largo plazo resultan inquietantemente más difusas. Pero aunque para muchos Crimea sea un nombre nuevo, para muchos es ya un viejo conocido, los conocedores de la historia de la Rusia zarista sabemos que el clima benigno de la península fue el principal reclamo para convertirse en el lugar favorito de veraneo de las élites rusas pre-revolucionarias. Aun hoy en día, entre horrendos bloques de hormigón sesenteros, se pueden contemplar los exuberantes palacios finiseculares.

Pero Crimea también saltó, hace no mucho tiempo, a las portadas de los periódicos internacionales, no hablo de la Conferencia de Yalta (1945), sino de la olvidada Guerra de Crimea que tuvo lugar a mediados del siglo XIX.

Desde que los otomanos fracasaron en su asedio a Viena en 1683 su expansión territorial fue lentamente decayendo, primero la monarquía de los Habsburgo recuperó Hungría (Tratado de Passarowitz, 1718) y luego afirmó su control sobre la cuenca norte del Danubio y sobre Croacia (Tratado de Belgrado, 1739). Mientras los Habsburgo ponía el primer pie en los Balcanes, Rusia despertaba. Con el reinado del zar Pyotr I el Grande (1682-1725), Rusia despertaba de su secular letargo para reclamar la categoría de potencia mundial. No obstante, la expansión de Rusia hacia el sur empezó mal: el Imperio Otomano recuperó Azov en 1711, después de que los rusos la hubieran tomado años antes (1696). Pero el gigante ruso pronto aprendió de sus errores, la VII Guerra Ruso-Turca (1768-1774), conducida bajo el reinado de Yekaterina II la Grande (1762-1796), permitió recuperar Azov, ganar el control del sur de Ucrania y del estrecho de Kerch y permitir la independencia del Kanato de Crimea respecto al Imperio Otomano. Crimea fue anexionada a Rusia en 1783 y un año después de creó la base naval rusa de Sebastopol. La VIII Guerra Ruso Turca (1787-1792) fue la demostración definitiva de la decadencia del Imperio Otomano y de la potencia de Rusia como elemento configurador de las relaciones internacionales, la guerra propició la adquisición de la región de Yedisán, en donde se fundó Odessa (1794), el primer gran puerto ruso en el Mar Negro.
Europa en 1714, al final de la Guerra de Sucesión Española, el Mar Negro es, aún, un "lago otomano".

Europa en 1815, después de las Guerras Napoleónicas, Rusia controla la orilla norte del Mar Negro y la península de Crimea.

Otros conflictos enfrentaron a Rusia y al Imperio Otomano en la primera mitad del siglo XIX, la meta siempre fue la misma, el Imperio Ruso aspiraba a conquistar Constantinopla y con ella el Estrecho de Bósforo y el Estrecho de los Dardanelos, cosa que le daría acceso naval al Mediterráneo. Tales planes no era muy bien vistos ni por Reino Unido, que veía su poderío marítimo amenazado, ni por Francia, que temía conflictos con sus nuevas adquisiciones en el norte de África. En 1840, la Convención de los Estrechos garantizó el cierre del Bósforo y de los Dardanelos a cualquier barco de guerra no militar. Asimismo también evidenció la importancia estratégica del decrépito Imperio Otomano y que su partición entre las Grandes Potencias (Francia, Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia) iba a ser tan problemática que la mejor solución sería mantenerlo fuerte y con vida el máximo tiempo posible. Pero Rusia juzgaba la interferencia británica inaceptable y Reino Unido las pretensiones rusas peligrosas.
Desintegración del antaño extenso Imperio Otomano a lo largo del siglo XIX.

A inicios de los años 50, el conflicto sobre la custodia de los Lugares Santos de Jerusalén (parte del Imperio Otomano) entre monjes católicos apoyados por Francia y monjes ortodoxos secundados por Rusia fue la excusa para el detonante de otro conflicto. En junio de 1853, Rusia dio un ultimátum al gobierno de Constantinopla que, apoyado por Francia y Gran Bretaña, lo rechazó. El 2 de julio las tropas rusas cruzaban la frontera turca e invadían Moldavia y Valaquia (estados vasallos del Imperio Otomano) en nombre de “la defensa de la religión ortodoxa”.

Inicialmente no parecía que los otomanos necesitaran ayuda, bien pertrechados en la cuenca del Danubio supieron repeler las tropas rusas, pero el 30 de noviembre, la potente flota rusa hundió a una flotilla otomana en el pequeño puerto de Sinope, dejando solo un pequeño barco de vapor para llevar la noticia a Constantinopla. La imagen del desproporcionado ataque ruso, que dejó cerca de 4000 muertos, llegó hasta Londres y Paris y fue hábilmente instrumentalizada por la prensa, que jugaría un papel fundamental en el conflicto. Pronto surgieron masivas manifestaciones pro-turcas, y la prensa británica fue especialmente dura acusando al gobierno de “hombres imbéciles, lacayos de Rusia”.
Versión idealizada de la Batalla de Sinope según Ivan Aivazovsky.

En San Petersburgo, el zar Nikolay I (1825-1855), que pasó a la historia por ser un firme defensor del absolutismo, había calculado mal la reacción de las otras potencias. En Prusia, Bismarck aun había de salir a escena y el emergente estado, regido por Friedrich Wilhelm IV (1840-1861), se debatía sobre qué postura tomar en la “Cuestión Germana”, Turquía estaba demasiado lejos. En Austria, el emperador Franz Joseph I hacia apenas cinco años que reinaba, joven e inexperto, su principal preocupación era Hungría. Rusia había ayudado, además, a estos dos estados a sofocar las revoluciones liberales de 1848, el zar esperaba que como agradecimiento permanecerían quietos. Francia había vivido el derrocamiento del rey liberal Louis Philippe I en febrero de 1848 y la elección de un nuevo presidente de la república en diciembre del mismo año en la persona de Louis Napoléon Bonaparte. Pero en 1852, Louis Napoléon había dado un golpe de estado y después de un plebiscito se había proclamado emperador Napoléon III. “Demasiados cambios y problemas internos para intervenir tan lejos”, debió pensar el Zar, pero olvidó que el nuevo emperador, como buen miembro del clan Bonaparte, estaba deseoso de glorias militares para afianzar su prestigio nacional e internacional. Finalmente, según el Zar, Reino Unido, regido por la reina Victoria, estaba internacionalmente aislado. Pero aunque el gobierno de Lord Aberdeen estaba indeciso, Lord Palmerston, que era Secretario del Interior y que antes lo había sido de Exteriores, apoyaba una actuación decidida.
Nikolay I (1856) pintado por Vladimir Sverchkov.

Napoléon III pintado en su primer retrato oficial (1852) por Franz Xaver Winterhalter.
  
Henry John Temple, 3er Vizconde de Palmerston, llamado Lord Palmerston y apodado Pam.

Fitzroy Raglan, 1er Barón de Raglan, fotografiado en 1855 por Roger Fenton. Lord Raglan perdió el brazo derecho en la Batalla de Waterloo (1815).

El 3 de enero de 1854, la fuerza expedicionaria anglo-francesa llegó a Constantinopla. En febrero se envió un ultimátum a Rusia y al no recibir respuesta se procedió a la declaración formal de guerra el 28 de marzo. Rusia a su vez declaró la guerra a Francia y al Reino Unido el 11 de abril. A finales de abril llegaron a Constantinopla los hombres de debían dirigir el cuerpo expedicionario, el general Lord Raglan y el mariscal Saint Arnaud. Pero a finales de junio, mientras la tropas esperaban casi festivamente en Constantinopla y Varna (a pesar de que la disentería hacia sus primeros estragos), los rusos se retiraron sin previo aviso de Moldavia y de Valaquia. El motivo para la guerra había desaparecido.
El sultán Abdülmecid I (1839-1861) vestido "a la occidental".

Vista idealizada de la Constantinopla de mediados de siglo por Ivan Aivazovsky.
  
Vista idealizada de la Constantinopla de mediados de siglo por el italiano Hermann Corrodi.

Pero eran muchas las voces en Paris y Londres que opinaban que Rusia debía ser escarmentada de una vez por todas y que su flota en el Mar Negro debía ser eliminada. El 16 de julio, Lord Raglan recibió un despacho del Duque de Newcastle, Secretario de Guerra, que le ordenaba atacar y apresar o destruir la base de la flota rusa en Sebastopol, Crimea. El mando inglés dudaba de la posibilidad de llevar a cabo tal acción debido a lo avanzado del año, a la dificultad para plantear una ofensiva rápida y eficaz con los otros aliados y sobre todo a causa del desconocimiento del terreno y de la situación de las tropas rusas (se estimaba que podían ser entre 45.000 y 120.000). Pero había intereses políticos detrás. El Duque de Cambridge dijo “el gobierno insiste en ello y los comandantes no tienen el coraje de decir no”.

A causa de numerosos imprevistos y de una organización deficiente, la partida de Varna no se produjo hasta el 2 de setiembre. Mientras tanto, en el lado ruso se creía que debido a lo avanzado del año ya no habría ninguna expedición militar.
Guerra de Crimea I

Guerra de Crimea II

El 14 de setiembre se produjo el desembarco en una playa cercana al pueblecito de Eupatoria a 48 kilómetros al norte de Sebastopol, desde allí las tropas aliadas se dirigieron hacia el sur. El primer encuentro se produjo el 20 de setiembre la cruzar el río Alma. La Batalla de Alma, a pesar de la superioridad de las tropas rusas la mando el Príncipe Menshikov, fue una clamorosa victoria a causa de la mala planificación rusa. Se dice que Menshikov, previendo la victoria, permitió a ciudadanos de Sebastopol observar la batalla desde una colina cercana, las tropas aliadas encontraron, más tarde, parasoles y cestas de picnic apresuradamente abandonadas.
Guerra de Crimea III.

Se decidió entonces rodear Sebastopol y asediarla por el sur. El 25 de setiembre, el mariscal Saint Arnaud, terminantemente enfermo, fue substituido por el general Canrobert. Dos días después, empezó oficialmente el asedio de Sebastopol.
Vista lejana de Sebastopol desde el sur (1854) por Roger Fenton.

El 25 de octubre se produjo la Batalla de Balaclava para tomar el pequeño puerto de Balaclava, que serviría para abastecer a las tropas durante el asedio de Sebastopol. En ella se produjo de la famosa Carga de la Brigada de Caballería Ligera. La carga de la caballería británica, comandada por Lord Cardigan, contra una batería rusa fue un sonado desastre, y aunque se alabó la heroica acción y muerte de los caballeros, también se demostró que la gallardía de las guerras de antaño poco podía hacer contra la capacidad destructiva de las armas modernas.
Versión idealizada de la Carga de la Brigada Ligera.

Pequeño puerto de Balaclava por Roger Fenton..

La mala planificación obligó al ejército aliado a asediar Sebastopol durante el invierno, Lord Raglan sopesó la posibilidad de evacuar la península de Crimea para volver en primavera, pero otro exitoso desembarco sorpresa sería entonces prácticamente imposible. El Asedio de Sebastopol se prolongó durante casi un año y las tropas aliadas tuvieron que soportar constantes problemas de suministros, inclemencias meteorológicas (especialmente la “Gran Tormenta” del 14 de noviembre), y sobretodo enfermedades. Se estima que un quinto del cuerpo expedicionario aliado murió por causas no militares, principalmente a causa del cólera y de la difteria. La opinión pública francesa y británica quedó horrorizada al saber la cantidad de soldados que literalmente habían “muerto de la espera”. Las condiciones de los hospitales militares también fueron un tema ampliamente comentado, especialmente cuando Florence Nightingale contempló espeluznada las condiciones higiénicas de las instalaciones de Scutari (un suburbio de Constantinopla).
Vista del campamento aliado hacia el este de Sebastopol, por Roger Fenton.
  
Oficiales de Octavo de Húsares Británicos, por Roger Fenton.
  
Oficiales del Nonagésimo Regimiento de Caballería Ligera (Perthshire Volunteers), por Roger Fenton.

Dos sargentos del Cuarto Regimiento de Dragones, por Roger Fenton.

Tres miembros del 72 Regimiento de Highlanders: William Noble, Alexander Davison y John Harper.

Asimismo, las opiniones encontradas entre los oficiales británicos y franceses dificultaron una acción conjunta y contundente. La prensa británica acusó a los oficiales de estar alargando el asedio y con ello la agonía y la muerte por enfermedad de miles de hombres, Lord Raglan, por su parte, se defendió arguyendo que la mala planificación y la falta de suministros dificultaba enormemente el asedio. Cierta era, no obstante, que la mayoría de oficiales británicos no había pisado un campo de batalla desde Waterloo (1815), no así los franceses, que habían realizado la exitosa en la Conquista de Argelia (1830-1847). El Times escribió: “Sus aristocráticos oficiales [de las tropas aliadas] y sus igualmente aristocráticos miembros del staff ven este desastre con la tranquilidad de un gentleman…deberían volver con sus caballos, su vajilla, su cocinero alemán, varias toneladas de despachos oficiales y con el último anuncio de un soldado muerto”.
Reunión de Lord Raglan (izquierda), Omar Pasha (centro) y el lugarteniente-coronel Pélissier (derecha), el 7 de junio de 1855.
El capitán Thomas, aide-de-camp del general Bosquet, por Roger Fenton.

En enero, el Reino de Cerdeña de sumó a la coalición enviando un pequeño cuerpo expedicionario, su intención era congraciarse con Francia e internacionalizar el problema del Risorgimiento.

El 6 de febrero de 1855, se produjo una importante muerte simbólica en Londres, el primer ministro, Lord Aberdeen, profundamente impopular por su gestión del conflicto, tuvo que dimitir y fue substituido por Lord Palmerston, que comentó que si él hubiera sido primer ministro antes “Crimea se habría evitado”, siendo él más partidario de una ofensiva diplomática. En marzo, el estrepitoso fracaso de la tropas rusas para tomar Eupatoria y cortar la cadena de suministros aliados ocasionó la destitución del Príncipe Menshikov y su substitución por el Príncipe Gorchakov, pero más importante aún, parece ser que el disgusto del zar Nikolay I fue tan grande que propició su muerte el 2 de marzo, aunque lo más probable es que muriera de una neumonía. Su hijo y sucesor, Aleksandr II (1855-1881), que era más próximo a las tendencias liberales y al que sobretodo le disgustaba que Rusia se hubiera convertido en la “oveja negra” de Europa, decidió iniciar conversaciones de paz informales a través de la embajada de Viena, se necesitaba una paz que no fuera excesivamente humillante.
Aleksandr II (1856) pintado por Yegor Botkin.

Panorama de los asediados en Sebastopol pintado por Franz Roubaud (1905).

Solo el 9 de abril, después del largo invierno se pudo proceder al Segundo Bombardeo de Sebastopol, que se vio deslucido por la poca visibilidad a causa de la lluvia y de la niebla. En mayo, el general Canrobert fue substituido por el lugarteniente-coronel Pélissier.

Llegado el verano se decidió diversificar la ofensiva con una expedición al Mar de Azov para tomar Taganrog, la operación fue un completo fracaso y los aliados tuvieron que levantar el asedio Taganrog a mediados de junio. El día 28, murió en el campamento aliado Lord Raglan, a causa de la difteria y probablemente también de una depresión clínica, nunca llegó a ver como sus denodados esfuerzos llegaban a buen puerto. Fue substituido por el general Sir James Simpson.
El lugarteniente-coronel Pélissier, por Roger Fenton.

El general Sir James Simpson, por Roger Fenton.

Finalmente el 8 de setiembre tras el Sexto Bombardeo, los franceses liderados por el general Mac-Mahon tomaron el bastión Malakoff de Sebastopol, el día siguiente los aliados entraban en la ciudad. Pocas otras operaciones militares se realizaron en el resto del año a excepción de la pequeña Batalla naval de Kinburn (17 de octubre) que fue una victoria aliada y la toma de Kars (25 de noviembre) por parte de los rusos.
La Prise de Malakoff par le général Mac-Mahon et ses zouaves (1858) de Horace Vernet.

En diciembre, Austria propuso un plan de paz que el Zar aceptó en enero, el 28 de febrero se firmó un armisticio y el 30 de marzo se rubricó el Tratado de Paris. Las últimas tropas aliadas dejaron Crimea el 12 de julio. Cerca de 140.000 soldados aliados y 110.000 rusos habían muerto en la guerra.

Aunque el Tratado de Paris prohibió la presencia de naves militares en el Mar Negro y garantizó la integridad del Imperio Otomano, fue más una reconciliación que un castigo, y Rusia salió relativamente bien parada.

Más allá de las anécdotas, como que Lord Cardigan dio nombre a un tipo de suéter y Lord Raglan a un tipo de manga, la Guerra de Crimea fue especialmente importante por el papel que jugó la prensa aliada al crear una determinada corriente de opinión, que no siempre correspondió a la realidad del frente, paradójicamente fue la primera guerra de la que hubo fotografías. También fue importantísima la labor de Florence Nightingale, que revolucionó la enfermería moderna en los hospitales de Constantinopla y Scutari y salvó directa o inderectamente un número considerable de vidas. Muy remarcables fueron los estragos de las enfermedades, que fueron juzgados inaceptables en pleno siglo XIX, y los estragos de las armas de fuego modernas. La Guerra de Crimea también inauguró el concepto de “guerras justas” que los países civilizados hacían para defender a otros estados de “agresiones bárbaras” y en los que los costes humanos y monetarios quedaban a un segundo plano.
William H. Russell, corresponsal del Times, por Roger Fenton.

Versión idealizada de Florence Nightingale trabajando en un hospital de Scutari.

Pero en el plano internacional, la Guerra de Crimea poco solucionó, a pesar de que su sombra fue alargada. En Francia, Napoléon III se revistió de los laureles necesarios para iniciar su reinado, otras aventuras militares siguieron (como la Guerra de Italia, 1859), pero su régimen estaba destinado a terminar, irónicamente, con el estrepitoso fracaso durante la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871). En Reino Unido, Lord Palmerston fue primer ministro en dos ocasiones y fue el emblema del intervencionismo británico, especialmente notable en la Segunda Guerra del Opio en China (1856-1860). Las buenas relaciones con Rusia no se recuperaron hasta la muerte de la reina Victoria (que detestaba a los rusos), y la Entente Anglo-rusa (1907) fue posible, en parte, gracias a las maniobras de las princesas Alexandra y Dagmar de Dinamarca, casadas respectivamente con el rey Edward VIII y el zar Aleksandr III. En el Imperio Otomano el sultán Abdülmecid I (1839-1861) siguió su amplio programa reformista, que lamentablemente perdió fuerza con los reinados de sus sucesores Abdülaziz (1861-1876) y Abdül Hamid II (1876-1909), los problemas sistémicos del imperio persistieron y se agrandaron y la imparable pérdida de territorios supuso una fuente de constantes dolores de cabeza durante los siguientes 60 años. Paradójicamente fue en Austria donde la sombra de la Guerra de Crimea fue más siniestra.

Nikolay I había esperado que Austria secundara sus pretensiones (en compensación por la ayuda rusa prestada durante la Revolución Húngara, 1848-1849), o como mínimo que se mantuviera neutral. Todo lo contrario, Austria presionó militarmente a Rusia para que abandonara los principados de Moldavia y Valaquia y más tarde para que aceptara un acuerdo de paz. En Rusia esto se interpretó como una vil traición y Austria lo pagó con el aislamiento internacional que provocó su derrota en la Guerra Austro-prusiana (1866) y que permitió la creación del Imperio Alemán ideado por Bismarck.

La rivalidad austro-rusa aumentó en los Balcanes y, en 1871, a causa de la Guerra Franco-Prusiana, Rusia ignoró las cláusulas del Tratado de Paris y decidió remilitarizar sus bases en el Mar Negro. El Tratado de San Stefano (1878) evidenció la renovada influencia rusa en la zona. Rusia se erguió como protectora de las nacionalidades en revuelta contra el Imperio Otomano y de los reinos que les sucedieron como el Reino de Rumanía (1881), el Reino de Serbia (1882) o el Reino de Bulgaria (1908). El Imperio Otomano por su parte acabó afianzando una alianza con el Imperio Alemán que ofreció tecnología y adiestramiento militar a cambio de concesiones ferroviarias.
Europa en 1911.

La rivalidad entre Austria y Rusia se enconó definitivamente con la Anexión de Bosnia (1908), que fue vista por Rusia como una jugarreta. Todas estas tensiones estaban presentes en los Balcanes el fatídico 28 de junio de 1914, día en el que Gavrilo Princip disparó su pistola. La Crisis de los Balcanes jugó, junto al aislamiento diplomático del Imperio Alemán, al revanchismo de Francia y al miedo de Reino Unido de perder su poderío naval, un papel determinante en el trágico estallido de la Primera Guerra Mundial.

2 comentarios:

  1. ¡Hola! buenas tardes
    Soy nuevo por aquí y quiero felicitar al autor de esta entrada, pues la Guerra de Crimea no es nada nueva bajo el Sol, (para los expertos de la Historia Universal en general).

    Aunque fue uno de los imperios más poderosos en el siglo XIX (donde ciertamente no se ponía el Sol), la Rusia Zarista tenía escaso acceso al comercio marítimo y era lógico que ambicionara expandirse a través del Mar Negro.
    Si se hubiesen cumplido las más caras ambiciones de conquistar Estambul, le habría dado no sólo salida al Mediterráneo, sino también el control absoluto de los Dardanelos, valiosísimo estrecho estratégico desde los remotos tiempos de Homero.

    Ahora se habla de un resurgimiento de la Guerra Fría, pues obviamente la anexión parametrada de la península, va traer secuelas insospechadas.

    Felicitaciones una vez más por este completísimo compendio de la Guerra de Crimea, que en la actualidad va más vigente que nunca.

    Frederick

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    1. ¡¡Muchas gracias!! Es verdad que la presente situación nos permite recuperar y aprender de un conflicto tan olvidado como la Guerra de Crimea, que, encajada en pleno siglo XIX entre las Guerras Napoleónicas y la Primera Guerra Mundial, suele considerarse de menor importancia que la Guerra Franco-prusiana, cuyos efectos fueron, a priori, más inmediatos.

      Cierto es que el acceso ruso al Mediterráneo era inaceptable para Francia (que siempre había sido una potencia en dicho mar) y para Reino Unido (nueva dueña de los océanos y con importantes rutas comerciales hacia la India que pasaban por el Norte de África), incluso para Austria que, desbancada en Centroeuropa por Prusia, miraba cada vez más hacia los Balcanes y el Adriático. Intereses geopolíticos y comerciales, como siempre. Quizás si el Imperio Otomano se hubiera dividido y repartido con un regla en la mano como se hizo con África nos habríamos ahorrado muchos problemas, aunque es cierto que su repartición post-1GM dejó flecos sueltos que aún estamos pagando.

      También es interesante, como dices, ver la vigencia en las actitudes parecidas de ambos bandos: Occidente como “paladín de la justicia” y Rusia deseando recuperar su “imperio perdido”.

      ¡Gracias por tu comentario!

      Enric de Giménez.

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