Ayer, 16 de marzo, se celebró en Crimea el anunciado referéndum, cuyo
resultado era más que evidente, también se vislumbran con bastante claridad las consecuencias
a medio plazo, aunque aquellas a largo plazo resultan inquietantemente más
difusas. Pero aunque para muchos Crimea sea un nombre nuevo, para muchos es ya
un viejo conocido, los conocedores de la historia de la Rusia zarista sabemos
que el clima benigno de la península fue el principal reclamo para convertirse
en el lugar favorito de veraneo de las élites rusas pre-revolucionarias. Aun
hoy en día, entre horrendos bloques de hormigón sesenteros, se pueden
contemplar los exuberantes palacios finiseculares.
Pero Crimea también saltó, hace no mucho tiempo, a las portadas de los periódicos
internacionales, no hablo de la Conferencia de Yalta (1945), sino de la
olvidada Guerra de Crimea que tuvo lugar a mediados del siglo XIX.
Desde que los otomanos fracasaron en su asedio a Viena en 1683 su expansión
territorial fue lentamente decayendo, primero la monarquía de los Habsburgo
recuperó Hungría (Tratado de Passarowitz, 1718) y luego afirmó su control sobre
la cuenca norte del Danubio y sobre Croacia (Tratado de Belgrado, 1739).
Mientras los Habsburgo ponía el primer pie en los Balcanes, Rusia despertaba.
Con el reinado del zar Pyotr I el Grande (1682-1725), Rusia despertaba de su
secular letargo para reclamar la categoría de potencia mundial. No obstante, la
expansión de Rusia hacia el sur empezó mal: el Imperio Otomano recuperó Azov en
1711, después de que los rusos la hubieran tomado años antes (1696). Pero el
gigante ruso pronto aprendió de sus errores, la VII Guerra Ruso-Turca
(1768-1774), conducida bajo el reinado de Yekaterina II la Grande (1762-1796),
permitió recuperar Azov, ganar el control del sur de Ucrania y del estrecho de
Kerch y permitir la independencia del Kanato de Crimea respecto al Imperio
Otomano. Crimea fue anexionada a Rusia en 1783 y un año después de creó la base
naval rusa de Sebastopol. La VIII Guerra Ruso Turca (1787-1792) fue la
demostración definitiva de la decadencia del Imperio Otomano y de la potencia
de Rusia como elemento configurador de las relaciones internacionales, la
guerra propició la adquisición de la región de Yedisán, en donde se fundó
Odessa (1794), el primer gran puerto ruso en el Mar Negro.
Europa en 1714, al final de la Guerra de Sucesión Española, el Mar Negro es, aún, un "lago otomano". |
Europa en 1815, después de las Guerras Napoleónicas, Rusia controla la orilla norte del Mar Negro y la península de Crimea. |
Otros conflictos enfrentaron a Rusia y al Imperio Otomano en la primera
mitad del siglo XIX, la meta siempre fue la misma, el Imperio Ruso aspiraba a
conquistar Constantinopla y con ella el Estrecho de Bósforo y el Estrecho de
los Dardanelos, cosa que le daría acceso naval al Mediterráneo. Tales planes no
era muy bien vistos ni por Reino Unido, que veía su poderío marítimo amenazado, ni por Francia, que temía conflictos con sus nuevas adquisiciones en el norte de
África. En 1840, la Convención de los
Estrechos garantizó el cierre del Bósforo y de los Dardanelos a cualquier
barco de guerra no militar. Asimismo también evidenció la importancia estratégica
del decrépito Imperio Otomano y que su partición entre las Grandes Potencias
(Francia, Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia) iba a ser tan problemática que
la mejor solución sería mantenerlo fuerte y con vida el máximo tiempo posible.
Pero Rusia juzgaba la interferencia británica inaceptable y Reino Unido las
pretensiones rusas peligrosas.
A inicios de los años 50, el conflicto sobre la custodia de los Lugares
Santos de Jerusalén (parte del Imperio Otomano) entre monjes católicos apoyados
por Francia y monjes ortodoxos secundados por Rusia fue la excusa para el
detonante de otro conflicto. En junio de 1853, Rusia dio un ultimátum al
gobierno de Constantinopla que, apoyado por Francia y Gran Bretaña, lo rechazó.
El 2 de julio las tropas rusas cruzaban la frontera turca e invadían Moldavia y
Valaquia (estados vasallos del Imperio Otomano) en nombre de “la defensa de la
religión ortodoxa”.
Inicialmente no parecía que los otomanos necesitaran ayuda, bien pertrechados
en la cuenca del Danubio supieron repeler las tropas rusas, pero el 30 de
noviembre, la potente flota rusa hundió a una flotilla otomana en el pequeño
puerto de Sinope, dejando solo un pequeño barco de vapor para llevar la noticia
a Constantinopla. La imagen del desproporcionado ataque ruso, que dejó cerca de
4000 muertos, llegó hasta Londres y Paris y fue hábilmente instrumentalizada
por la prensa, que jugaría un papel fundamental en el conflicto. Pronto surgieron
masivas manifestaciones pro-turcas, y la prensa británica fue especialmente
dura acusando al gobierno de “hombres imbéciles, lacayos de Rusia”.
Versión idealizada de la Batalla de Sinope según Ivan Aivazovsky. |
En San Petersburgo, el zar Nikolay I (1825-1855), que pasó a la historia
por ser un firme defensor del absolutismo, había calculado mal la reacción de
las otras potencias. En Prusia, Bismarck aun había de salir a escena y el emergente
estado, regido por Friedrich Wilhelm IV (1840-1861), se debatía sobre qué
postura tomar en la “Cuestión Germana”, Turquía estaba demasiado lejos. En Austria, el
emperador Franz Joseph I hacia apenas cinco años que reinaba, joven e inexperto, su principal preocupación era Hungría. Rusia había ayudado, además, a estos dos
estados a sofocar las revoluciones liberales de 1848, el zar esperaba que como
agradecimiento permanecerían quietos. Francia había vivido el derrocamiento del
rey liberal Louis Philippe I en febrero de 1848 y la elección de un nuevo
presidente de la república en diciembre del mismo año en la persona de Louis
Napoléon Bonaparte. Pero en 1852, Louis Napoléon había dado un golpe de estado
y después de un plebiscito se había proclamado emperador Napoléon III.
“Demasiados cambios y problemas internos para intervenir tan lejos”, debió
pensar el Zar, pero olvidó que el nuevo emperador, como buen miembro del clan
Bonaparte, estaba deseoso de glorias militares para afianzar su prestigio
nacional e internacional. Finalmente, según el Zar, Reino Unido, regido por la
reina Victoria, estaba internacionalmente aislado. Pero aunque el gobierno de
Lord Aberdeen estaba indeciso, Lord Palmerston, que era Secretario del Interior y que antes lo había sido de Exteriores, apoyaba una actuación decidida.
Nikolay I (1856) pintado por Vladimir Sverchkov. |
Napoléon III pintado en su primer retrato oficial (1852) por Franz Xaver Winterhalter. |
Henry John Temple, 3er Vizconde de Palmerston, llamado Lord Palmerston y apodado Pam. |
Fitzroy Raglan, 1er Barón de Raglan, fotografiado en 1855 por Roger Fenton. Lord Raglan perdió el brazo derecho en la Batalla de Waterloo (1815). |
El sultán Abdülmecid I (1839-1861) vestido "a la occidental". |
Vista idealizada de la Constantinopla de mediados de siglo por Ivan Aivazovsky. |
Vista idealizada de la Constantinopla de mediados de siglo por el italiano Hermann Corrodi. |
Pero eran muchas las voces en Paris y Londres que opinaban que Rusia debía
ser escarmentada de una vez por todas y que su flota en el Mar Negro debía ser
eliminada. El 16 de julio, Lord Raglan recibió un despacho del Duque de
Newcastle, Secretario de Guerra, que le ordenaba atacar y apresar o destruir la
base de la flota rusa en Sebastopol, Crimea. El mando inglés dudaba de la
posibilidad de llevar a cabo tal acción debido a lo avanzado del año, a la
dificultad para plantear una ofensiva rápida y eficaz con los otros aliados y sobre
todo a causa del desconocimiento del terreno y de la situación de las tropas rusas
(se estimaba que podían ser entre 45.000 y 120.000). Pero había intereses
políticos detrás. El Duque de Cambridge dijo “el gobierno insiste en ello y los
comandantes no tienen el coraje de decir no”.
A causa de numerosos imprevistos y de una organización deficiente, la
partida de Varna no se produjo hasta el 2 de setiembre. Mientras tanto, en el
lado ruso se creía que debido a lo avanzado del año ya no habría ninguna
expedición militar.
El 14 de setiembre se produjo el desembarco en una playa cercana al
pueblecito de Eupatoria a 48 kilómetros al norte de Sebastopol, desde allí las
tropas aliadas se dirigieron hacia el sur. El primer encuentro se produjo el 20
de setiembre la cruzar el río Alma. La Batalla de Alma, a pesar de la
superioridad de las tropas rusas la mando el Príncipe Menshikov, fue una clamorosa
victoria a causa de la mala planificación rusa. Se dice que Menshikov,
previendo la victoria, permitió a ciudadanos de Sebastopol observar la batalla
desde una colina cercana, las tropas aliadas encontraron, más tarde, parasoles
y cestas de picnic apresuradamente abandonadas.
Se decidió entonces rodear Sebastopol y asediarla por el sur. El 25 de
setiembre, el mariscal Saint Arnaud, terminantemente enfermo, fue substituido
por el general Canrobert. Dos días después, empezó oficialmente el asedio de Sebastopol.
El 25 de octubre se produjo la Batalla de Balaclava para tomar el pequeño
puerto de Balaclava, que serviría para abastecer a las tropas durante el asedio
de Sebastopol. En ella se produjo de la famosa Carga de la Brigada de Caballería
Ligera. La carga de la caballería británica, comandada por Lord Cardigan, contra
una batería rusa fue un sonado desastre, y aunque se alabó la heroica acción y
muerte de los caballeros, también se demostró que la gallardía de las guerras
de antaño poco podía hacer contra la capacidad destructiva de las armas
modernas.
Versión idealizada de la Carga de la Brigada Ligera. |
La mala planificación obligó al ejército aliado a asediar Sebastopol
durante el invierno, Lord Raglan sopesó la posibilidad de evacuar la península de
Crimea para volver en primavera, pero otro exitoso desembarco sorpresa sería
entonces prácticamente imposible. El Asedio de Sebastopol se prolongó durante
casi un año y las tropas aliadas tuvieron que soportar constantes problemas de suministros,
inclemencias meteorológicas (especialmente la “Gran Tormenta” del 14 de
noviembre), y sobretodo enfermedades. Se estima que un quinto del cuerpo
expedicionario aliado murió por causas no militares, principalmente a causa del
cólera y de la difteria. La opinión pública francesa y británica quedó
horrorizada al saber la cantidad de soldados que literalmente habían “muerto de
la espera”. Las condiciones de los hospitales militares también fueron un tema
ampliamente comentado, especialmente cuando Florence Nightingale contempló espeluznada
las condiciones higiénicas de las instalaciones de Scutari (un suburbio de
Constantinopla).
Vista del campamento aliado hacia el este de Sebastopol, por Roger Fenton. |
Oficiales de Octavo de Húsares Británicos, por Roger Fenton. |
Oficiales del Nonagésimo Regimiento de Caballería Ligera (Perthshire Volunteers), por Roger Fenton. |
Dos sargentos del Cuarto Regimiento de Dragones, por Roger Fenton. |
Tres miembros del 72 Regimiento de Highlanders: William Noble, Alexander Davison y John Harper. |
Asimismo, las opiniones encontradas entre los oficiales británicos y franceses
dificultaron una acción conjunta y contundente. La prensa británica acusó a los
oficiales de estar alargando el asedio y con ello la agonía y la muerte por
enfermedad de miles de hombres, Lord Raglan, por su parte, se defendió arguyendo
que la mala planificación y la falta de suministros dificultaba enormemente el
asedio. Cierta era, no obstante, que la mayoría de oficiales británicos no había pisado un campo de batalla desde Waterloo (1815), no así los franceses, que habían realizado la exitosa en la Conquista de Argelia (1830-1847). El Times escribió: “Sus aristocráticos
oficiales [de las tropas aliadas] y sus igualmente aristocráticos miembros del staff ven este desastre con la
tranquilidad de un gentleman…deberían
volver con sus caballos, su vajilla, su cocinero alemán, varias toneladas de
despachos oficiales y con el último anuncio de un soldado muerto”.
Reunión de Lord Raglan (izquierda), Omar Pasha (centro) y el lugarteniente-coronel Pélissier (derecha), el 7 de junio de 1855. |
El capitán Thomas, aide-de-camp del general Bosquet, por Roger Fenton. |
En enero, el Reino de Cerdeña de sumó a la coalición enviando un pequeño cuerpo
expedicionario, su intención era congraciarse con Francia e internacionalizar
el problema del Risorgimiento.
El 6 de febrero de 1855, se produjo una importante muerte simbólica en
Londres, el primer ministro, Lord Aberdeen, profundamente impopular por su gestión
del conflicto, tuvo que dimitir y fue substituido por Lord Palmerston, que
comentó que si él hubiera sido primer ministro antes “Crimea se habría evitado”,
siendo él más partidario de una ofensiva diplomática. En marzo, el estrepitoso
fracaso de la tropas rusas para tomar Eupatoria y cortar la cadena de suministros
aliados ocasionó la destitución del Príncipe Menshikov y su substitución por el
Príncipe Gorchakov, pero más importante aún, parece ser que el disgusto del zar
Nikolay I fue tan grande que propició su muerte el 2 de marzo, aunque lo más probable
es que muriera de una neumonía. Su hijo y sucesor, Aleksandr II (1855-1881), que
era más próximo a las tendencias liberales y al que sobretodo le disgustaba que
Rusia se hubiera convertido en la “oveja negra” de Europa, decidió iniciar
conversaciones de paz informales a través de la embajada de Viena, se necesitaba
una paz que no fuera excesivamente humillante.
Aleksandr II (1856) pintado por Yegor Botkin. |
Panorama de los asediados en Sebastopol pintado por Franz Roubaud (1905). |
Solo el 9 de abril, después del largo invierno se pudo proceder al Segundo Bombardeo
de Sebastopol, que se vio deslucido por la poca visibilidad a causa de la
lluvia y de la niebla. En mayo, el general Canrobert fue substituido por el
lugarteniente-coronel Pélissier.
Llegado el verano se decidió diversificar la ofensiva con una expedición al
Mar de Azov para tomar Taganrog, la operación fue un completo fracaso y los aliados
tuvieron que levantar el asedio Taganrog a mediados de junio. El día 28, murió en
el campamento aliado Lord Raglan, a causa de la difteria y probablemente también
de una depresión clínica, nunca llegó a ver como sus denodados esfuerzos llegaban
a buen puerto. Fue substituido por el general Sir James Simpson.
El lugarteniente-coronel Pélissier, por Roger Fenton. |
El general Sir James Simpson, por Roger Fenton. |
Finalmente el 8 de setiembre tras el Sexto Bombardeo, los franceses liderados
por el general Mac-Mahon tomaron el bastión Malakoff de Sebastopol, el día siguiente
los aliados entraban en la ciudad. Pocas otras operaciones militares se
realizaron en el resto del año a excepción de la pequeña Batalla naval de
Kinburn (17 de octubre) que fue una victoria aliada y la toma de Kars (25 de
noviembre) por parte de los rusos.
En diciembre, Austria propuso un plan de paz que el Zar aceptó en enero, el 28 de febrero se firmó un armisticio y el
30 de marzo se rubricó el Tratado de Paris. Las últimas tropas aliadas dejaron
Crimea el 12 de julio. Cerca de 140.000 soldados aliados y 110.000 rusos habían
muerto en la guerra.
Aunque el Tratado de Paris prohibió la presencia de naves militares en el
Mar Negro y garantizó la integridad del Imperio Otomano, fue más una reconciliación
que un castigo, y Rusia salió relativamente bien parada.
Más allá de las anécdotas, como que Lord Cardigan dio nombre a un tipo de suéter
y Lord Raglan a un tipo de manga, la Guerra de Crimea fue especialmente importante
por el papel que jugó la prensa aliada al crear una determinada corriente de opinión,
que no siempre correspondió a la realidad del frente, paradójicamente fue la
primera guerra de la que hubo fotografías. También fue importantísima la labor
de Florence Nightingale, que revolucionó la enfermería moderna en los
hospitales de Constantinopla y Scutari y salvó directa o inderectamente un
número considerable de vidas. Muy remarcables fueron los estragos de las enfermedades,
que fueron juzgados inaceptables en pleno siglo XIX, y los estragos de las
armas de fuego modernas. La Guerra de Crimea también inauguró el concepto de “guerras
justas” que los países civilizados hacían para defender a otros estados de “agresiones
bárbaras” y en los que los costes humanos y monetarios quedaban a un segundo
plano.
William H. Russell, corresponsal del Times, por Roger Fenton. |
Versión idealizada de Florence Nightingale trabajando en un hospital de Scutari. |
Pero en el plano internacional, la Guerra de Crimea poco solucionó, a pesar
de que su sombra fue alargada. En Francia, Napoléon III se revistió de los
laureles necesarios para iniciar su reinado, otras aventuras militares siguieron
(como la Guerra de Italia, 1859), pero su régimen estaba destinado a terminar, irónicamente,
con el estrepitoso fracaso durante la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871). En
Reino Unido, Lord Palmerston fue primer ministro en dos ocasiones y fue el emblema
del intervencionismo británico, especialmente notable en la Segunda Guerra del
Opio en China (1856-1860). Las buenas relaciones con Rusia no se recuperaron
hasta la muerte de la reina Victoria (que detestaba a los rusos), y la Entente
Anglo-rusa (1907) fue posible, en parte, gracias a las maniobras de las princesas
Alexandra y Dagmar de Dinamarca, casadas respectivamente con el rey Edward VIII
y el zar Aleksandr III. En el Imperio Otomano el sultán Abdülmecid I (1839-1861)
siguió su amplio programa reformista, que lamentablemente perdió fuerza con los
reinados de sus sucesores Abdülaziz (1861-1876) y Abdül Hamid II (1876-1909),
los problemas sistémicos del imperio persistieron y se agrandaron y la imparable
pérdida de territorios supuso una fuente de constantes dolores de cabeza
durante los siguientes 60 años. Paradójicamente fue en Austria donde la sombra
de la Guerra de Crimea fue más siniestra.
Nikolay I había esperado que Austria secundara sus pretensiones (en compensación
por la ayuda rusa prestada durante la Revolución Húngara, 1848-1849), o como mínimo
que se mantuviera neutral. Todo lo contrario, Austria presionó militarmente a Rusia para que
abandonara los principados de Moldavia y Valaquia y más tarde para que aceptara
un acuerdo de paz. En Rusia esto se interpretó como una vil traición y Austria
lo pagó con el aislamiento internacional que provocó su derrota en la Guerra
Austro-prusiana (1866) y que permitió la creación del Imperio Alemán ideado por
Bismarck.
La rivalidad austro-rusa aumentó en los Balcanes y, en 1871, a causa de la
Guerra Franco-Prusiana, Rusia ignoró las cláusulas del Tratado de Paris y decidió
remilitarizar sus bases en el Mar Negro. El Tratado de San Stefano (1878)
evidenció la renovada influencia rusa en la zona. Rusia se erguió como
protectora de las nacionalidades en revuelta contra el Imperio Otomano y de los
reinos que les sucedieron como el Reino de Rumanía (1881), el Reino de Serbia (1882)
o el Reino de Bulgaria (1908). El Imperio Otomano por su parte acabó afianzando
una alianza con el Imperio Alemán que ofreció tecnología y adiestramiento
militar a cambio de concesiones ferroviarias.
La rivalidad entre Austria y Rusia se enconó definitivamente con la Anexión
de Bosnia (1908), que fue vista por Rusia como una jugarreta. Todas estas
tensiones estaban presentes en los Balcanes el fatídico 28 de junio de 1914, día
en el que Gavrilo Princip disparó su pistola. La Crisis de los Balcanes jugó,
junto al aislamiento diplomático del Imperio Alemán, al revanchismo de Francia
y al miedo de Reino Unido de perder su poderío naval, un papel determinante en
el trágico estallido de la Primera Guerra Mundial.
¡Hola! buenas tardes
ResponderEliminarSoy nuevo por aquí y quiero felicitar al autor de esta entrada, pues la Guerra de Crimea no es nada nueva bajo el Sol, (para los expertos de la Historia Universal en general).
Aunque fue uno de los imperios más poderosos en el siglo XIX (donde ciertamente no se ponía el Sol), la Rusia Zarista tenía escaso acceso al comercio marítimo y era lógico que ambicionara expandirse a través del Mar Negro.
Si se hubiesen cumplido las más caras ambiciones de conquistar Estambul, le habría dado no sólo salida al Mediterráneo, sino también el control absoluto de los Dardanelos, valiosísimo estrecho estratégico desde los remotos tiempos de Homero.
Ahora se habla de un resurgimiento de la Guerra Fría, pues obviamente la anexión parametrada de la península, va traer secuelas insospechadas.
Felicitaciones una vez más por este completísimo compendio de la Guerra de Crimea, que en la actualidad va más vigente que nunca.
Frederick
¡¡Muchas gracias!! Es verdad que la presente situación nos permite recuperar y aprender de un conflicto tan olvidado como la Guerra de Crimea, que, encajada en pleno siglo XIX entre las Guerras Napoleónicas y la Primera Guerra Mundial, suele considerarse de menor importancia que la Guerra Franco-prusiana, cuyos efectos fueron, a priori, más inmediatos.
EliminarCierto es que el acceso ruso al Mediterráneo era inaceptable para Francia (que siempre había sido una potencia en dicho mar) y para Reino Unido (nueva dueña de los océanos y con importantes rutas comerciales hacia la India que pasaban por el Norte de África), incluso para Austria que, desbancada en Centroeuropa por Prusia, miraba cada vez más hacia los Balcanes y el Adriático. Intereses geopolíticos y comerciales, como siempre. Quizás si el Imperio Otomano se hubiera dividido y repartido con un regla en la mano como se hizo con África nos habríamos ahorrado muchos problemas, aunque es cierto que su repartición post-1GM dejó flecos sueltos que aún estamos pagando.
También es interesante, como dices, ver la vigencia en las actitudes parecidas de ambos bandos: Occidente como “paladín de la justicia” y Rusia deseando recuperar su “imperio perdido”.
¡Gracias por tu comentario!
Enric de Giménez.