En pleno zenit del llamado
Imperio Neoasirio, su monarca, Sargón II (722-705 a. C.), decidió construir una
nueva capital en Dur-Sharrukin (actual Khorsabad), las faraónicas obras no
llegaron a terminarse nunca debido a la temprana muerte del rey.
Senaquerib (705-681 a. C.),
su hijo, poco interesado en el proyecto, decidió orientar sus esfuerzos constructivos
hacia Nínive (o Nineveh) situada 20 quilómetros al sur. La ciudad, que hacía
siglos que existía, sufrió monumentales trasformaciones que la convirtieron en
la urbe más grandiosa del mundo conocido. Se dedicaron grandes esfuerzos a la construcción
de un “palacio sin rival” en lo alto de la colina que ocupaba el centro de la
ciudad, y el monarca lo llenó de extensos bajorrelieves y de estatuas colosales.
Asimismo importantes trabajos se llevaron a cabo para mejorar la red hidráulica de
la ciudad hasta el punto que el palacio era conocido por sus fragantes y exuberantes
jardines aterrazados; jardines que algunos historiadores afirman que podrían
ser los famosos Jardines Colgantes, que, según esta hipótesis, nunca estuvieron
en Babilonia.
El legendario esplendor de Nínive
sería mantenido y ampliado por los monarcas sucesivos, especialmente por
Asarhaddón (681-669 a. C.) y Asurbanipal
(668-627 a. C.), que mandarían construir sus propios palacios y jardines.
La mítica urbe sería
finalmente tomada y saqueada en el 612 a. C. por los medos y los babilonios; y
el poderoso Imperio Neoasirio caería con ella.
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