Se dice que entre las
mujeres que inspiraron la obra La Dame
aux camélias (1848) de Alexandre Dumas hijo había una aventurera y demi-mondaine rusa, Thérèse Pauline
Blanche Lachmann (1819-1884), llamada La Païva, cuya ascensión social quedaría
labrada en piedra en su exuberante hôtel parisino.
Thérèse o Esther nació en un
gueto de Moscú, en 1819, en el seno de una pobre familia de origen judío. A los
17 años sus progenitores la casaron con un joven sastre francés afincado en la
ciudad. Un año después, en 1837, abandonó a su marido y a su recién nacido y se
trasladó a Paris en busca de fortuna. Su historia de demi-mondaine empezó, como muchas otras, en las calles, con el
nombre de Thérèse y bajo la sombra de Notre-Dame-de-Lorette. Cuenta la leyenda,
que un día, un cliente insatisfecho la rechazó y la izo bajar de malas maneras
de su fiacre en plenos Champs-Élysées, la joven tropezó y cayó de bruces sobre
la acera, herida y humillada juró y perjuró que en ese mismo lugar erigiría el
monumento a su triunfo.
Pero a pesar de los
tropiezos, la vida de Thérèse prosperó y en 1837 se convirtió en amante de
Henri Herz, reconocido pianista y exitoso fabricante de pianos. Su relación con
Herz pronto la introdujo al mundillo cultural, conoció a Chopin, Liszt y
Théophile Gautier y por ende se introdujo en las veladas nocturnas de la alta
sociedad parisina, conociendo personajes influyentes y “mecenas”. No obstante
diversos “enredos de faldas” en el círculo de músicos y escritores la obligaron
a partir una temporada hacia Londres. Llegada a la capital británica en 1848,
Thérèse empezó a exhibirse en los palcos de Covent Garden y pronto los my lords cayeron rendidos a sus pies.
Diane de Poitiers de Jules Elie Delaunay. Se cree que podría ser una retrato de Thérèse. |
Con una considerable suma de
dinero ahorrada, la bella, ambiciosa y carismática Thérèse se reinstaló en
Paris en 1850, donde adquirió un apartamento frente al hôtel del mismísimo Adolphe Tiers. En su residencia recibía
ilustres visitantes, actuaba como salonnière y se rodeaba de lujos y de lo
último en confort moderno, en un intento de borrar sus duros comienzos. Un año
después, triunfó al casarse con un noble portugués, el Marqués Albio Francisco
Araújo de Païva. Desde entonces la satisfecha Thérèse se haría llamar Marquesa
de Païva, aunque la sociedad la conocería como La Païva.
No obstante, el matrimonio
pronto de mostró como una farsa y el marqués partió hacia Estados Unidos para
invertir en el ferrocarril. La Païva se quedó sola en el fulgurante Paris del
Segundo Imperio y continuó con su vida de demi-mondaine
recibiendo a más de un soberano (y sus regalos) en su apartamento.
En 1854, mientras jugaba al
baccarat en Baden-Baden, La Païva conoció al Conde Guido Henckel von
Donnersmarck, noble alemán, rico industrial que poseía numerosas minas y además
primo del mismísimo Bismarck. Donnersmarck se convirtió en su “mecenas”. Su protector
no tardaría en comprarle el Château de Pontchartrain, donde vivía como una
reina después de extensas y carísimas reformas. Pero es su residencia parisina
lo que causó furor.
Hôtel de la Païva, número 25, Avenue Champs-Élysées. |
En el mismo lugar donde antaño
había tropezado al salir de un carruaje, La Païva mandó construir un suntuoso
palacete que hizo hablar al tout Paris.
De 1855 a 1866, Pierre Manguin construyó, con el dinero de Donnersmarck, un
coqueto palacete en los Champs-Élysées, el inmueble pasará a la historia como
el Hôtel de la Païva.
Salle à manger © Olivier Hallot |
El hôtel es un grito a la exuberancia y al poder de una cortesana en
la cima de su gloria. La residencia, inaugurada en 1867, fascinó y horrorizó
por igual y los hermanos Goncourt no tardaron en definirla como una muestra del
gusto nouveau-riche. La construcción,
elegantemente retirada de la calle se reconoce por sus grandes ventanales y su
decoración neo-renacentista. Pero lo que fascina es realmente el interior. En la
planta baja se sitúan el gran salón y el comedor ambos en un recargado estilo
neo-renacentista y con pesadas chimeneas que imitan las de los châteaux de la Loire. En la parte trasera
un jardin d’hiver estuvo antaño
ornado profusamente con plantas exóticas y fragantes.
La Fontaine de Joseph Victor Ranvier. |
La vague et la perle de Paul Baudry. Ninguna de las dos obras estuvo nunca en el hôtel, pero ambos pintores fueron decoradores de la residencia, obras parecidas habrían colgado de las paredes. |
La joya del hôtel es, no obstante, la escalera en
espiral hecha enteramente de ónix proveniente de las minas del Conde y muestra
de la extravagante riqueza con la que La Païva podía rodearse. Se afirma que
cuando el escritor Émile Augier vio la escalera exclamó: “Como la virtud, el
vicio también tiene grados.”
Escalier d'Onyx © Olivier Hallot |
En el piso superior se
sitúan las estancias privadas de la Marquesa y su protector. El dormitorio, con
un techo que imita una capilla gótica y una chimenea de malaquita era el sancta
sanctorum de La Païva, y se dice que su cama imitaba una concha (referencia a
Venus) y presentaba incrustaciones de marfil. Finalmente su baño de estilo
árabe, también recubierto de ónix, destaca por la bañera de bronce plateado con
tres grifos, que originariamente tuvieron incrustaciones de turquesa. Si, tres
grifos, uno para el agua fría, otro para la caliente y el último…para el
champán.
Salle de bains © Ivan Terestchenko |
Bañera de bronce plateado con los tres grifos © Olivier Hallot |
Por toda la casa imágenes de
mujeres sensuales recordaban al visitante la historia de La Païva, no importaba
que fuera Cleopatra, Diane de Poitiers o Magdalena penitente; el hôtel era un templo dedicado a la sensualidad y al
poder femenino. Asimismo las iniciales P y B aparecían entrelazadas en varios
lugares, P de Païva, claro; y B de Blanche, tercer nombre de Thérèse, que ésta había
adoptado en un vano intento de purificar su poco virginal pasado.
Durante tres años, el Hôtel de la Païva fue una de las
direcciones más célebres y polémicas de la capital, todo el mundo quería ver a
la famosa marquesa y su extravagante morada. Artistas, intelectuales, aristócratas
y empresarios fueron habituales en las soirées
de La Païva, aunque nunca jamás ninguna “mujer digna” puso un pie en la
residencia. Se dice que las reuniones del “círculo literario” (estrictamente
masculino) en el hôtel terminaban siempre
en orgías, aunque es solo un mero rumor, pues se sabe que La Païva y
Donnersmarck tenían una relación sentimental por aquel entonces.
Finalmente cuando llegó la
Guerra Franco-prusiana (1870-1871), La Païva y su protector tuvieron que
abandonar la ciudad rumbo a Berlín. En 1871, se ultimó el divorcio con el Marqués
de Païva y Thérèse finalmente se casó con Von Donnersmarck, dejaba de ser una
marquesa portuguesa para convertirse en una condesa prusiana. Huelga decir,
como anécdota, que el Marqués, arruinado por sus inversiones americanas, se pegaría
un tiro el año siguiente.
Los recién casados no
volvieron a Paris hasta 1872, aunque el recibimiento fue frío, eran prusianos y
encima La Païva era de ascendencia judía (recordar el famoso Escándalo Dreyfus).
Cierto que los invitados continuaban fluyendo hacia el hôtel aunque cada vez eran menos y les costaba más disimular su antipatía.
Por ende, el matrimonio era estrechamente vigilado por la policía bajo sospecha
de ser espías al servicio de Bismarck.
La Païva y su marido
vivieron en Paris hasta 1882, aunque sin los fastos de antes de la guerra, ese
año la salud de Thérèse declinó seriamente y decidieron retirase al Schloss
Neudeck, castillo en Silesia propiedad del Conde. Allí murió La
Païva en 1884.
No hay comentarios:
Publicar un comentario