jueves, 6 de septiembre de 2012

Obsesiones Arquitectónicas: Hôtel de la Païva

Se dice que entre las mujeres que inspiraron la obra La Dame aux camélias (1848) de Alexandre Dumas hijo había una aventurera y demi-mondaine rusa, Thérèse Pauline Blanche Lachmann (1819-1884), llamada La Païva, cuya ascensión social quedaría labrada en piedra en su exuberante hôtel parisino.

Thérèse o Esther nació en un gueto de Moscú, en 1819, en el seno de una pobre familia de origen judío. A los 17 años sus progenitores la casaron con un joven sastre francés afincado en la ciudad. Un año después, en 1837, abandonó a su marido y a su recién nacido y se trasladó a Paris en busca de fortuna. Su historia de demi-mondaine empezó, como muchas otras, en las calles, con el nombre de Thérèse y bajo la sombra de Notre-Dame-de-Lorette. Cuenta la leyenda, que un día, un cliente insatisfecho la rechazó y la izo bajar de malas maneras de su fiacre en plenos Champs-Élysées, la joven tropezó y cayó de bruces sobre la acera, herida y humillada juró y perjuró que en ese mismo lugar erigiría el monumento a su triunfo.

Pero a pesar de los tropiezos, la vida de Thérèse prosperó y en 1837 se convirtió en amante de Henri Herz, reconocido pianista y exitoso fabricante de pianos. Su relación con Herz pronto la introdujo al mundillo cultural, conoció a Chopin, Liszt y Théophile Gautier y por ende se introdujo en las veladas nocturnas de la alta sociedad parisina, conociendo personajes influyentes y “mecenas”. No obstante diversos “enredos de faldas” en el círculo de músicos y escritores la obligaron a partir una temporada hacia Londres. Llegada a la capital británica en 1848, Thérèse empezó a exhibirse en los palcos de Covent Garden y pronto los my lords cayeron rendidos a sus pies.

Diane de Poitiers de Jules Elie Delaunay. Se cree que  podría ser una retrato de  Thérèse.

Con una considerable suma de dinero ahorrada, la bella, ambiciosa y carismática Thérèse se reinstaló en Paris en 1850, donde adquirió un apartamento frente al hôtel del mismísimo Adolphe Tiers. En su residencia recibía ilustres visitantes, actuaba como salonnière y se rodeaba de lujos y de lo último en confort moderno, en un intento de borrar sus duros comienzos. Un año después, triunfó al casarse con un noble portugués, el Marqués Albio Francisco Araújo de Païva. Desde entonces la satisfecha Thérèse se haría llamar Marquesa de Païva, aunque la sociedad la conocería como La Païva.

No obstante, el matrimonio pronto de mostró como una farsa y el marqués partió hacia Estados Unidos para invertir en el ferrocarril. La Païva se quedó sola en el fulgurante Paris del Segundo Imperio y continuó con su vida de demi-mondaine recibiendo a más de un soberano (y sus regalos) en su apartamento.

En 1854, mientras jugaba al baccarat en Baden-Baden, La Païva conoció al Conde Guido Henckel von Donnersmarck, noble alemán, rico industrial que poseía numerosas minas y además primo del mismísimo Bismarck. Donnersmarck se convirtió en su “mecenas”. Su protector no tardaría en comprarle el Château de Pontchartrain, donde vivía como una reina después de extensas y carísimas reformas. Pero es su residencia parisina lo que causó furor.

Hôtel de la Païva, número 25, Avenue Champs-Élysées.
En el mismo lugar donde antaño había tropezado al salir de un carruaje, La Païva mandó construir un suntuoso palacete que hizo hablar al tout Paris. De 1855 a 1866, Pierre Manguin construyó, con el dinero de Donnersmarck, un coqueto palacete en los Champs-Élysées, el inmueble pasará a la historia como el Hôtel de la Païva.

Salle à manger © Olivier Hallot
El hôtel es un grito a la exuberancia y al poder de una cortesana en la cima de su gloria. La residencia, inaugurada en 1867, fascinó y horrorizó por igual y los hermanos Goncourt no tardaron en definirla como una muestra del gusto nouveau-riche. La construcción, elegantemente retirada de la calle se reconoce por sus grandes ventanales y su decoración neo-renacentista. Pero lo que fascina es realmente el interior. En la planta baja se sitúan el gran salón y el comedor ambos en un recargado estilo neo-renacentista y con pesadas chimeneas que imitan las de los châteaux de la Loire. En la parte trasera un jardin d’hiver estuvo antaño ornado profusamente con plantas exóticas y fragantes.

La Fontaine de Joseph Victor Ranvier.

La vague et la perle de Paul Baudry. Ninguna de las dos obras estuvo nunca en el hôtel, pero ambos pintores fueron decoradores de la residencia, obras parecidas habrían colgado de las paredes.
La joya del hôtel es, no obstante, la escalera en espiral hecha enteramente de ónix proveniente de las minas del Conde y muestra de la extravagante riqueza con la que La Païva podía rodearse. Se afirma que cuando el escritor Émile Augier vio la escalera exclamó: “Como la virtud, el vicio también tiene grados.”

Escalier d'Onyx © Olivier Hallot


En el piso superior se sitúan las estancias privadas de la Marquesa y su protector. El dormitorio, con un techo que imita una capilla gótica y una chimenea de malaquita era el sancta sanctorum de La Païva, y se dice que su cama imitaba una concha (referencia a Venus) y presentaba incrustaciones de marfil. Finalmente su baño de estilo árabe, también recubierto de ónix, destaca por la bañera de bronce plateado con tres grifos, que originariamente tuvieron incrustaciones de turquesa. Si, tres grifos, uno para el agua fría, otro para la caliente y el último…para el champán.

Salle de bains © Ivan Terestchenko 

  Bañera de bronce plateado con los tres grifos © Olivier Hallot
Por toda la casa imágenes de mujeres sensuales recordaban al visitante la historia de La Païva, no importaba que fuera Cleopatra, Diane de Poitiers o Magdalena penitente; el hôtel  era un templo dedicado a la sensualidad y al poder femenino. Asimismo las iniciales P y B aparecían entrelazadas en varios lugares, P de Païva, claro; y B de Blanche, tercer nombre de Thérèse, que ésta había adoptado en un vano intento de purificar su poco virginal pasado.

Durante tres años, el Hôtel de la Païva fue una de las direcciones más célebres y polémicas de la capital, todo el mundo quería ver a la famosa marquesa y su extravagante morada. Artistas, intelectuales, aristócratas y empresarios fueron habituales en las soirées de La Païva, aunque nunca jamás ninguna “mujer digna” puso un pie en la residencia. Se dice que las reuniones del “círculo literario” (estrictamente masculino) en el hôtel terminaban siempre en orgías, aunque es solo un mero rumor, pues se sabe que La Païva y Donnersmarck tenían una relación sentimental por aquel entonces.

Finalmente cuando llegó la Guerra Franco-prusiana (1870-1871), La Païva y su protector tuvieron que abandonar la ciudad rumbo a Berlín. En 1871, se ultimó el divorcio con el Marqués de Païva y Thérèse finalmente se casó con Von Donnersmarck, dejaba de ser una marquesa portuguesa para convertirse en una condesa prusiana. Huelga decir, como anécdota, que el Marqués, arruinado por sus inversiones americanas, se pegaría un tiro el año siguiente.

Los recién casados no volvieron a Paris hasta 1872, aunque el recibimiento fue frío, eran prusianos y encima La Païva era de ascendencia judía (recordar el famoso Escándalo Dreyfus). Cierto que los invitados continuaban fluyendo hacia el hôtel aunque cada vez eran menos y les costaba más disimular su antipatía. Por ende, el matrimonio era estrechamente vigilado por la policía bajo sospecha de ser espías al servicio de Bismarck.

La Païva y su marido vivieron en Paris hasta 1882, aunque sin los fastos de antes de la guerra, ese año la salud de Thérèse declinó seriamente y decidieron retirase al Schloss Neudeck, castillo en Silesia propiedad del Conde. Allí murió La Païva en 1884.

No hay comentarios:

Publicar un comentario