Colosos arquitectónicos de Akhenatón (30) del templo de Atón en Karnak.
Dinastía XVIII (1552-1305 a.d.C.).
Arenisca con indicios de policromía, 4 metros de altura.
Museo Egipcio de El Cairo.
EL conjunto de colosos formaron parte de un templo dedicado a Atón situado en el recinto de Karnak, anteriormente dedicado al dios Amón. El templo fue demolido posteriormente, probablemente durante el reinado de Rameses II.
Los colosos servían como elemento decorativo escultórico y se encontraban, siguiendo la tradición, adheridos a pilares. En reinados anteriores, las esculturas se vinculaban volumétricamente con el elemento arquitectónico, estableciéndose casi como apéndices esculpidos, no obstante, en este caso, observamos todo lo contrario, las obras poseen un valor independiente, una entidad propia. Los ropajes, antaño rígidos y pétreos, son substituidos ahora por finas telas que no disimulan el cuerpo y sus formas, al contrario, las potencian. Los ropajes de faraón, el shenti, aparecen solamente perfilados, apenas disimulando los volúmenes sinuosos del monarca. El torso, estrecho, contrasta con los amplios muslos y el vientre hinchado ofreciendo una visión diametralmente opuesta a los torsos atléticos y compactos hasta ahora representados en estatuas regias.
La representación de la cara del monarca también sufre cambios importantes. Los rasgos se alejan de la proporción absoluta de anteriores retratos: el rostro aparece alargado del mismo modo que las orejas, los ojos entrecerrados y rasgados y los labios y la barbilla prominentes y remarcados. El resultado se acerca a una alteración, a una abstracción que aporta un extraño realismo al rostro, realismo que tiende sin complejos al expresionismo.
Asimismo, la substitución de las líneas moduladas y continuas por perfiles enérgicos y agudos y por superficies ininterrumpidas y ondulantes otorga luminosidad a los pétreos volúmenes y los impregna de un movimiento y una vitalidad profundamente emotivos.
Este conjunto de esculturas representa el epítome de la Revolución Amarniense y el efecto que tuvo en el arte. El efecto principal fue el de renovación y vivificación. Del mismo modo que las anquilosadas estructuras del clero de Amón y otros cleros desaparecieron y el culto a Atón fue una nueva experiencia regeneradora, la lengua abandonó la tradición a favor de una apuesta por el lenguaje vivo y hablado. Asimismo el arte se orientó hacia lo espontáneo frente a lo normativo. El faraón, como gran vidente de Atón tenía un poder regenerador, y sus estatuas debían ser muestra de ello. Por lo tanto, la rigidez se abandonó a favor de ademanes cuotidianos y realistas (que tienden al expresionismo) y la vida del día a día lo impregnó todo, pues, nunca antes, se habían representado imágenes de carácter oficial de la Familia Real en actitudes risueñas y familiares.
Las esculturas, se inscriben pues en una voluntad programática de fomentar un nueva estética, símbolo de una nueva era en el Reino de la Doble Corona dominada por la luz, la bondad, la igualdad y la verdad , se trataba de la mayor ruptura en toda la historia de Egipto, política, social, religiosa y artísticamente.
Así pues el vitalismo cuotidiano que impregna estas obras supone el sello distintivo del período Amarniense, y su presunto escultor, Bak, se convierte en el materializador de un manifiesto a favor de la innovación.
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