jueves, 25 de noviembre de 2010

Neblina en Sankt Petersburg


Una curiosa descripción del torbellino de sensaciones y pasiones que habitaban en la capital décadas antes de la Revolución.

En el Grand Hotel Europa, el barman, negro, hablaba con acento de Kentucky, en el teatro Mikhailovsky las actrices interpretaban en francés; las majestuosas columnas de los palacios imperiales daban fe del genio de los arquitectos italianos. Los políticos pasaban tres o cuatro horas al día a la mesa, y los pálidos rayos del sol de medianoche, mientras se deslizaban en junio por las esquinas sombrías de los jardines, encontraban a estudiantes de larga cabellera discutiendo con jóvenes muchachas sobre los valores trascendentales de la filosofía alemana. Se habría podido dudar de la nacionalidad de esta ciudad donde el champagne se encargaba por magnums y nunca por botellas. Sin embargo, estaba el monumento de Pedro el Grande, emperador de bronce, contemplando desde lo alto de su caballo encabritado a las masas severas de la villa. Enfrente, separados por el rio estaban esos soberbios barrios donde se jugaba fuerte, 40.000 personas estaban inscritas como agentes de cambio, los arzobispos no eran los últimos en dejar sus coches en la entrada de la Bolsa.

Marc Ferro, Nicolás II.

VON KLENZE

Leo Von Klenze fue uno de los grandes arquitectos del neoclásico en el siglo XIX. Su obra buscó siempre una inspiración casi mimética en el pasado griego y romano. Pero sus creaciones no son sólo copias, ya que dotó a todas sus criaturas de un abanico de elementos que las hizo originales y monumentales. Su éxito contagió a muchas cortes alemanas deseosas de dignificar sus ciudades durante el boom urbanístico del siglo XIX. No obstante, sus principales creaciones fueron en Múnich, capital del Reino de Baviera, donde trabajó bajo la égida del monarca liberal Ludwig I de Wittelsbach (1825-1848). Él le encargo dignificar la pequeña ciudad de provincias y Von Klenze lo hizo lo mejor que pudo (y que supo). El resultado vale la pena verse.

Munich, Propylon (1854-1862)


Munich, Glyptothek (1816-1830)


Munich, Residenz Festsaalbau (1835-1842)


Su estilo riguroso y grandilocuente le valió ser llamado a Atenas cuando se proclamó el Reino de Grecia (1821), su cometido: reconstruir la nueva capital. La tragedia de Klenze fue ilusionarse demasiado con espectaculares construcciones para una Grecia que era su fuente de inspiración y su gran meta. Su error: sobrestimar las capacidades financieras del joven reino, pronto se escogieron proyectos más factibles y prácticos de otros arquitectos.

Klenze volvió a Alemania y continuó recibiendo encargos para grandes edificios conmemorativos.

Quizás su proyecto más “exótico” fue para el Nuevo Hermitage en San Petersburgo (1839-1852). El edifico debía alojar cómodamente las colecciones del zar Nikolaj I (1826-1855). El resultado fue un museo bien pensado y calculado que supo aunar la monumentalidad clásica con la opulencia zarista.


Sant Petersburgo, Nuevo Hermitage (1842-1851)


Nuevo Hermitage, detalle del Pórtico de los Atlantes


Escalinata principal


Galería de Pintura Antigua


Sala de la Escuela Italiana


Sala de Medallas y Monedas


Sala de Escultura Moderna


Pero Klenze fue también un gran dibujante, no solo nos dejó sus grandes proyectos sobre papel sino espectaculares imágenes de cómo debió ser el pasado en que se inspiró.

Akropolis (1846) de Leo von Klenze, Neue Pinakothek, Munich.