jueves, 6 de julio de 2017

Una amistad improbable: el Zar y la República en Versalles.


Hace exactamente 300 años que se produjo la visita del zar Pedro I de Rusia al palacio de Versalles, se trataba de la primera vez que un soberano de la lejana (y atrasada, en ese momento) Rusia visitaba uno de los centros neurálgicos de la civilización occidental, pero no sería la única.

En este post hablaremos precisamente de la visita que hizo, en 1896, el último monarca ruso, el zar Nicolás II, al templo de la monarquía absoluta francesa.

Desde el reinado del zar Alejandro III, se había forjado una estrecha alianza entre dos estados a priori opuestos: la República francesa, emblema del republicanismo laico, y el Imperio ruso, símbolo del absolutismo autócrata. La realpolitik había convertido a estos dos estados en extraños compañeros de viaje, la Alianza franco-rusa permitía controlar la creciente influencia alemana en Centroeuropa y unir fuerzas frente al expansionismo colonial británico.

En el verano de 1891, lo imposible ocurrió, una escuadra militar francesa visitó San Petersburgo y en la recepción oficial se tocó por primera vez “La Marsellesa”, himno revolucionario que hasta entonces había estado prohibido en Rusia.

Tres años después, en noviembre de 1894, el emperador Alejandro III fue sucedido por su hijo, Nicolás II, que, en mayo de 1896 (después del luto prescrito), fue coronado “Emperador y Autócrata de todas las Rusias por Gracia de Dios”. Precisamente durante las fiestas populares de la coronación ocurrió una avalancha humana en el Campo de Khodynka, en las afueras de Moscú. Más de mil personas fallecieron.

La siguiente noche, el embajador francés, el conde de Montbello, daba una gran recepción para agasajar a los recién coronados. Se habían traído desde los mejores museos franceses tapices, muebles y platería, y más de cien mil rosas habían llegado desde la Riviera francesa en vagones de tren refrigerados. Sin embargo, la Familia Imperial se encontraba dividida: el Zar y la Zarina no querían asistir por respeto a los fallecidos, pero los tíos del Zar argumentaban que la alianza francesa era fundamental. Al final, el baile se celebró como si nada hubiera pasado, y todos los asistentes brindaron con el mejor champagne francés por la alianza franco-rusa. Las consecuencias de este faux pas las dejamos para otro post.
La "Unción del zar Nicolás II" según el pintor Valentin Serov (1897).

Una vez pasadas las agotadoras ceremonias de coronación tocaba el no menos agotador “tour de la coronación”. Los nuevos soberanos viajarían por Europa para darse a conocer: visitarían al emperador Franz-Joseph de Austria, al káiser Wilhelm II de Alemania y a los abuelos de Zar en Dinamarca, el rey Christian IX y la reina Louise de Hesse-Kassel. En Dinamarca recogerían el nuevo yate imperial, el Standart, y viajarían hasta Escocia para ver a la abuela de Zarina, la reina Victoria.
El Zar y la Zarina junto a su primer hija, la gran duquesa Olga.

La pareja imperial visitando a la reina Victoria y al príncipe de Gales en Balmoral.

El broche final al tour sería, por supuesto, una visita a Francia. La primera que un soberano ruso realizaba en 50 años.

El 5 de octubre de 1896, hacia el mediodía, con el mar embravecido, el cielo plomizo y bajo una ligera llovizna el Zar y la Zarina desembarcaron en Cherbourg, donde fueron recibidos por el presidente Félix Faure. Después de las revistas militares, las presentaciones y los banquetes de gala de rigor el cortejo partió al anochecer hacia París.

No deja de ser curioso que un régimen como la Tercera República francesa, que tan antimonárquica se había mostrado en las dos últimas décadas, recibiera con tanto primor y suntuosidad al monarca ruso, que a su llegada a Paris fue recibido con vítores y “Vive l’Empereur!”, exclamaciones que no se habían oído desde que Napoléon III partió hacia el frente en el verano de 1870.
La llegada a la Gare du Ranelagh en Paris.

Multitudes agolpadas para ver al Zar y a la Zarina rodeando el Arc de Triomphe.

En París, a la pareja imperial le esperaba una agenda realmente apretada.

El Zar, la Zarina y la Gran Duquesa Olga (que tenía menos de un año) se alojaron en el Hôtel d’Estrés, la embajada rusa.  Allí tuvieron lugar las audiencias a Mme Carnot, viuda de asesinado presidente Sadi Carnot, al arzobispo de París, al Nuncio Apostólico y al cuerpo diplomático. Luego, almuerzo con lo más granado de la realeza y aristocracia francesa: el duque de Chartres, el duque de Aumale, la princesa Mathilde Bonaparte, el duque de Rohan, el duque de Luynes, el duque de Doudeauville, la duquesa de Uzès y el mariscal de Mac-Mahon, entre otros. Por la noche una cena, un poco más desangelada, ofrecida al presidente de la República.
El Salón del Trono en la embajada rusa, en la actualidad.
© Wikipedia/Chatsam

El Salón del Trono en la embajada rusa, en 1896.

Los tronos de las embajadas rusa (delante) y alemana (detrás).
Ambos convertidos en objetos inútiles después de la Primera Guerra Mundial.

Parada obligada, el Zar asistiendo a misa en la catedral ortodoxa de Alejandro Nevski.

La sucesión de visitas fue particularmente intensa. El primer día, al mediodía, misa solemne en la iglesia ortodoxa de París, la catedral de Alejandro Nevski. Por la tarde, en el Palacio del Élysée, la presentación de los parlamentarios franceses y altos cargos del gobierno y el ejército, por la noche cena de gala oficial de 225 cubiertos. A continuación, el Zar, fatigado, declinó asistir a los fuegos artificiales en el Champ de Mars. Los soberanos y el presidente partieron directamente a representación en la ópera, que finalmente también fue abreviada.
La berlina de gala de la Presidencia de la República, usada para asistir a las representaciones en la Opéra y la Cómedie-Française. Fue encargada en 1896 a Ehrler, antiguo carrosier de Napoléon III.
© RMN-Grand Palais (domaine de Compiègne) / Daniel Arnaudet

El día siguiente, visita matinal a Notre-Dame y luego a la Sainte-Chapelle y al Palacio de Justicia, con recepción a los altos cargos del poder judicial incluida. A continuación un tour por el Panteón, templo a las glorias republicanas francesas, con una parada especialmente emotiva a en la tumba del asesinado presidente Sadi Carnot. Para concluir la mañana, visita a Les Invalides y a la tumba de Napoléon I, que invadió Rusia bajo el reinado de Alejandro I, bisabuelo de Nicolás II. Almuerzo en el antiguo refectorio de la institución.

A las tres y pico de la tarde, con retraso según lo previsto, llegó uno de los puntos culminantes del viaje de estado: la colocación, en medio de una flotilla de yates y barcazas en el Sena, de la primera piedra del Pont Alexandre III, emblema pétreo de la alianza.

Por la tarde, visita a La Monnaie (la Casa de la Moneda), con intercambio de medallas y monedas conmemorativas incluido. Una vez partidos los soberanos y el presidente, se invitó a los trabajadores de la institución a tomar champán. A continuación, la Academie française, la presentación de los académicos, las disquisiciones sobre la visita de Pedro I el Grande en 1717 y la lectura de poesía. Pasadas las cinco, el cortejo se volvió a poner en marcha hacia el Hôtel de Ville (ayuntamiento), donde se presentaron el consejo municipal y tuvo lugar un concierto. Por la noche hubo representación teatral en la Cómedie-Française con fragmentos de obras de Musset, Corneille y Molière.
La colocación de la primera piedra del Pont Alexandre III.
"La colocación de la primera piedra el 7 de octubre de 1896" por Alfred Roll (1899).
© RMN-Grand Palais (Château de Versailles) / Gérard Blot


Llegada al Hôtel de Ville de Paris.

La mañana del tercer día empezó con la visita al Louvre. Paradas obligatorias fueron la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, los restos de las Joyas de la Corona (vendidas en 1886) y la interminable colección de pintura. Todo ello en menos de hora y cuarto, no había tiempo, había que partir, por la tarde tocaba visita a Versalles. Entremedias una visita relámpago a la célebre manufactura de porcelana de Sévres y a su museo, el tiempo previsto era 25 minutos, se alargó más de una hora.

A la cuatro y media llegaban los soberanos rusos y el presidente al palacio de Versalles. Como era tarde, se decidió empezar por la visita a los jardines en calesa. Los solitarios parterres y avenidas, en medio del crepúsculo otoñal ofrecían una imagen particularmente melancólica de las pasadas glorias de la monarquía francesa. Parada excepcional en la Fontaine de Neptune donde fueron encendidos los surtidores.
La pareja imperial y el presidente rumbo a Versailles, detrás, las cascadas monumentales del Parque de Saint-Cloud.
Las ruinas del palacio habían sido demolidas hacía apenas cinco años. 

Entrada de la calesa presidencial a la cour d'honneur del palacio de Versalles.

Acto seguido, visita al interior del palacio empezando por los Aposentos de la Reina y en especial los petits cabinets de Marie-Antoinette, soberana por la que la Zarina sentía una viva curiosidad. A continuación recorrido por la Galerie des Glaces y los Grands Appartements hasta la capilla, luego vuelta hacia la galería para ver la puesta de sol desde el balcón central. Los soberanos quedaron particularmente impresionados por los estanques y los parterres teñidos del rojo crepuscular.

Para que reposaran brevemente, al Zar y a la Zarina se les preparó algunas estancias en el antiguo appartement privé (aposentos privados) de Louis XV y Louis XVI: el boudoir de la Zarina en el dormitorio de Louis XVI, el salón de recepción en el llamado Cabinet de la Pendule, el gabinete del Zar en el antiguo gabinete privado del rey y el tocador del Zar en el gabinete de la princesa Adélaïde. Todas las estancias fueron reamuebladas con una mezcla de muebles antiguos y modernos de procedencia real y con una remarcable profusión de flores.
El boudoir de la Zarina decorado con tapicerías de los Gobelins,
la célebre sillería neorrococó del Duque de Nemours y una psyché de la emperatriz Eugènie.

El Salón de recepción en el antiguo Cabinet de la Pendule.

El reposo duró hasta las siete y media, cuando todo el mundo se reunió en la Galerie des Batailles para la cena. La suntuosa galería, construida bajo Louis-Philippe I para glorificar la historia militar francesa (y a él mismo) había sido dividida en dos. La parte más cercana a la entrada había sido recubierta de tapices y guirnaldas de flores, servía de salón; la parte más lejana era el comedor, con una larga mesa para los ilustres invitados. Una vez finalizada la cena, una parte de los invitados se trasladó a la otra punta del palacio, al Salon d’Hercule, para asistir a una representación de cortas partes de tragedias, comedias y ballets franceses. Sarah Bernhardt fue una de las actrices invitadas.
La Galerie des Batailles, en la actualidad.

La Galerie des Batailles, en 1896.

Menú de la cena de gala.
Curiosamente con las flores de lis monárquicas y los emblemas republicanos entremezclados.

Para concluir, una breve colación en el cercano Salon de Diane. A las once y media de la noche, en una berlina cerrada, el Zar y la Zarina abandonaron el palacio rumbo a la estación de Versalles, tocaba hacer un trayecto nocturno para ir a Châlons.

El último día de la visita a Francia estuvo consagrado a un desfile y a maniobras militares celebradas en el campo de Châlons-sur-Marne. La comitiva llegó a hacía el mediodía desde París. Hubo salvas de artillería, desfiles de los regimientos de ambos ejércitos, de los jefes árabes de las colonias francesas y una carga de la caballería francesa. Por la tarde, fue el turno de las emotivas despedidas, el Zar y la Zarina tomaron el tren imperial rumbo a Rusia. La apoteósica visita a Francia llegaba a su fin.

El año siguiente, el presidente francés sería, a su turno, recibido por el Zar en Peterhof.

Nicolás II encargaría nada más llegar a San Petersburgo un retrato oficial que plasmara sus recuerdos de la visita a París. El sofisticado pintor Ernst Lipgart fue el encargado de pintar a un apuesto y joven zar rodeado del bureau de Louis XV que había visto en el Louvre, del sillón neorrococó del Duque de Nemours colocado en sus aposentos en Versalles y de una galería que recuerda a la del Grand Trianon.
Retrato oficial del Zar, pintado por Ernst Lipgart (circa 1986).

La pareja imperial tendría el honor de volver a visitar Francia. En 1901, el káiser Wilhelm II invitó al Zar y a la Zarina a una revista a la flota alemana en Danzig. El gobierno francés, jugando la baza de la alianza franco-rusa, hizo lo mismo, invitó a la pareja imperial a una revista militar, no fuera el caso que Rusia olvidara quien era su única y auténtica aliada.

Esta vez no hubo visita a París. En su origen, el Zar debía haber visitado la capital francesa en 1900, para inaugurar el Pont Alexandre III, pero el temor a un atentado anarquista hizo cancelar la visita.

En 1901, el Palacio de Compiègne, antigua residencia otoñal de Napoléon III al norte de París, fue reamueblada y electrificada a toda prisa. Nicolás II y Alejandra Feodorovna llegaron a Dunkerque el 18 de setiembre, esta vez fueron recibidos por el presidente Émile Loubet. En Compiègne, el Zar tuvo el honor de dormir en el antiguo dormitorio de Napoléon I y Napoléon III; la Zarina, por su parte, lo hizo en el de las emperatrices Marie Louise y Eugènie.
El Dormitorio de la Zarina en Compiègne, aún con el mobiliario de época de la emperatriz Eugènie.

20.000 visitantes y 11.000 soldados saturaron el pequeño municipio de Compiègne durante la breve visita imperial. El primer día hubo maniobras militares y visita a varios fuertes y a la emblemática catedral de Reims. El segundo día, audiencias privadas y paseos por el parque del palacio, por la noche gran cena de gala. La cacería tuvo que anularse debido al mal tiempo. El tercer y último día se consagró a una revista militar en Bétheny, cerca de Reims. Luego el Zar y la Zarina partieron en tren hacia Darmstadt para visitar al hermano de la Zarina, el gran duque Ernst Ludwig de Hesse.
Acuarela representando la cena de gala en el Galerie de bal del palacio de Compiègne.
© State Hermitage Museum.

El Zar pasando revista en el campo de Bétheny.
© Bibliothèque nationale de France/BNF

Como recuerdo de este segundo viaje, el presidente francés regaló a la zarina un tapiz representando a Marie-Antoinette con sus hijos. Cuan macabra puede llegar a ser la historia.
El retrato-tapiz de Marie-Antoinette instalado en el Salón de recepción de la Zarina en Tsarskoyé Seló.

A lo largo de más de treinta años, como prueban estas dos visitas, la relación entre la más abierta de las repúblicas y la más cerrada de las monarquías siguió siendo estrecha y fundamental. Francia ofrecía importantes préstamos monetarios y un apoyo sin fisuras a la política rusa en los Balcanes, a cambio se esperaba que Rusia re-dirigiera sus planes militares de Austria-Hungría, su enemigo tradicional, a Alemania, el enemigo de Francia.

Durante años, los diplomáticos franceses convirtieron los asuntos balcánicos en uno de los pilares de su política exterior. Al mismo tiempo, presionaban al estado mayor ruso para que mejorara sus conexiones ferroviarias con la frontera alemana.

En el verano de 1914, mientras Europa se deslizaba al abismo de la Gran Guerra, el presidente Raymond Poincaré, acérrimo nacionalista, visitaba a Nicolás II en San Petersburgo. El presidente francés fue recibido en las afueras de la ciudad, en el palacio de Peterhof, entre su séquito se rumoreó que había huelgas y disparos en la capital rusa. Una vez más, una parte esencial de la visita fue una revista militar. A los franceses les pareció estupendo el ejército ruso y a los rusos les maravillaron los acorazados franceses.
El presidente francés Poincaré y el Zar pasando revista a los marinos rusos en julio de 1914.

La alianza franco-rusa, por extraña que parezca, siguió indeleble hasta la Revolución de Febrero. Su influencia en el estallido de la Primera Guerra Mundial no debe infravalorarse. Tampoco su éxito: consiguió distraer a las tropas alemanas de su avance hacía París. El coste humano fue altísimo.

Raison d’état.

miércoles, 20 de abril de 2016

La boda del siglo: Marie-Antoinette se casa con el dauphin Louis-Auguste de Francia (tercera y última parte).


El jueves 17 de mayo, Versailles amanece como de costumbre, con su usual ajetreo. Los grandes señores esperan pacientemente asistir al lever del Rey, las damas realizan sus elaboradas toilettes en sus respectivos appartements, los sirvientes corren arriba y abajo por los laberínticos pasillos y escalerillas de palacio y los patios están llenos de caballos, carruajes y chaises à porteurs. Iniciando una costumbre que perdurará durante todo su posterior reinado, el dauphin Louis-Auguste se ha levantado muy temprano para ir a cazar, la Dauphine, por el contrario, se ha levantado bastante más tarde, alrededor del mediodía. Ella y el Rey asisten a misa y una vez más, se colocan balaustradas a lo largo del Grand Appartement para que el público pueda observar el cortejo real ir y volver de la capilla.
Versailles y su habitual ajetreo, pintado por Jacques Ribaud a principios del siglo XVIII.
© RMN (château de Versailles) - Droits réservés

El acto más importante del día se produce sin embargo en el relativamente exiguo appartement que ocupa Marie-Antoinette en la planta baja. Sentada en un sillón en su Grand Cabinet, las damas y señores acuden a “presentarse” ante la nueva Dauphine, todo aquel o aquella que se considere alguien en la Corte debe asistir. Decenas de personas se apretujan en las antecámaras, pero los aposentos son pequeños, las puertas estrechas y las vanidades anchas. Primero pasan los hombres, se dicen sus nombres (o título) en voz alta, entran en el cabinet, hacen una reverencia, la Dauphine les dice alguna palabra amable y vuelven a salir.
Segunda Antecámara del appartement de Marie-Antoinette (actualmente del Dauphin). Aquí se apretujaron las altivas damas de la Corte a la espera de ser presentadas.

Con las damas es ligeramente más complicado. Todas ellas deben vestir el grand habit de cour, de modo que la presencia de colas de tres metros sostenidas por valets complica aún más la espera de decenas de señoras en las pequeñas antecámaras. Una vez llegan a la puerta del Grand Cabinet, el valet debe dejar la cola de su señora, que tiene que entrar sola en la estancia. Al oír su nombre, la dama hace una primera reverencia en la puerta, avanza hasta la mitad de la estancia, hace una segunda reverencia, avanza hasta el sillón de la Dauphine y hace una tercera y última reverencia. Luego se quita el guante derecho, y con esa mano va a coger el bajo de la falda de la Dauphine para besarlo, pero (siempre, según el protocolo) la Dauphine evita que la dama lo haga y le dice alguna palabra amable. Finalmente, la dama se levanta y hace el mismo recorrido que antes, con las tres reverencias incluidas, pero marcha atrás para evitar dar la espalda a la Dauphine, ni que decir que caminar marcha atrás con una cola de tres metros tiene su complicación.

Marie-Antoinette aguanta toda la ceremonia con una ejemplar paciencia. Pero podemos entender que, después de que le sean presentadas más de cien personas siguiendo el mismo y lento ritual, la Dauphine empiece a detestar la etiqueta cortesana.

Por la tarde/noche toca la presentación de la opera Persée compuesta por Quinault y Lully. La misma Opéra Royal que la noche anterior había acogido el Festín Real, ahora, con los decorados apresuradamente cambiados, acoge la representación de una ópera demasiado solemne, densa y anticuada para la joven Dauphine. Dos horas y media de ópera aburren visiblemente a Marie-Antoinette. Pero la noche no está exenta de sobresaltos, el águila de la Casa de Habsburgo se desprende del decorado y cae ruidosamente sobre el Altar del Himen; poco después Perseo, de camino a pedir solemnemente la mano de Andrómeda, tropieza con un bordillo y cae de bruces en medio del escenario, es uno de los pocos momentos en los que Marie-Antoinette de divierte.
Vista de la escena y el telón de la Opéra Royal.

El viernes 18 es día de descanso, el Dauphin está de caza y la Dauphine solo aparece en público para almorzar sola “au grand couvert” (eso es, en público). El resto del día lo pasa tranquilamente en sus aposentos.

EL GRAND BAL PARÉ

El sábado se reemprenden las celebraciones de la boda con el grand bal paré (algo así como gran baile de gala). Una vez más el decorado de la Opéra Royal se ha metamorfoseado, la platea se ha elevado al nivel del escenario para crear una única y amplia sala de baile y en el escenario un decorado imita una arquitectura palaciega con altas columnas, y brocados azules bordados al hilo de plata.

Pero esta puesta en escena queda empañada por el primer escándalo protocolario que protagonizará la joven Dauphine: el llamado Affaire du Menuet (Asunto del Minueto).

En la jerarquía de la Corte, después de la Familia Real y los princes de sang (nobles emparentados con la Familia Real), vienen los llamados princes étrangers (señores de antiguos estados soberanos que ahora están semi o totalmente incorporados a Francia, como Mónaco o Lorena), luego los duques y pares (el rango más alto de la aristocracia francesa), los Grandes de España (entiéndase nobles franceses con esta distinción, no nobles españoles) y luego el resto de la nobleza. Sin embargo la rivalidad entre princes étrangers y los duques y pares es motivo de infinitas querellas en la Corte, ambos afirman tener más precedencia que los otros.

Bien, pues en el baile, después de que bailen la Familia Real y los princes de sang, la Princesa de Brionne (princesse étrangere) ha pedido que su hija, Mademoiselle de Lorraine, sea la siguiente en bailar el minueto, por ser miembro de la Casa de Lorena (o Lorraine) a la que también pertenecía el padre de Marie-Antoinette. La Princesa había hecho, hace semanas, la petición a la emperatriz Maria-Theresia, que a través de su embajador, el Conde Mercy-Argenteau, se la había trasladado al rey Louis XV. El monarca había accedido. Pero cuando las altivas duquesas se enteraron de esto, decidieron hacer una carta de queja con el apoyo de todos los altos señores de la Corte, ¿Cómo podía ser que un miembro de una familia extranjera bailara antes que ellas que pertenecían a ancestrales familias francesas?

El Rey había emitido una respuesta el día 16, justo antes de la ópera Persée; en la poco sutil carta el monarca decía que era una petición de Viena y que esperaba que sus súbditos la cumplieran y punto. Se rumoreó entonces que la emperatriz Marie-Theresia y la joven Marie-Antoinette habían maniobrado en torno al Rey para defender las pretensiones de la Princesa de Brionne. Es una afrenta a las ilustres familias de la aristocracia francesa. Sin embargo, lo más probable fue que la Dauphine observara el asunto sin dedicarle excesiva atención, las querellas protocolarias siempre le resultaron indiferentes.
Boceto del grand bal paré hecho por Jean-Michel Moreau le Jeune.

Sea como fuere, el baile empieza puntualmente a las siete cuando llega la Familia Real, una vez más, centenares de personas venidas de Paris con invitación llenan las gradas para observar el baile. La platea está exclusivamente reservada a la Corte. Algunas duquesas y Grandes de España asisten finalmente al baile (¿Cómo faltar a un evento tan importante?) pero llegan bastante tarde o se marchan antes que baile Mademoiselle de Lorraine, muchas otras lo observan discretamente desde sus palcos privados. Sin embargo, el baile es un éxito, los espectadores remarcar la afluencia de gente, la belleza del decorado, la suntuosidad de las vestimentas y la elegancia de los bailes.

LOS FUEGOS DE ARTIFICIO Y LES ILLUMINATIONS

A las diez en punto se da por concluido el grand bal paré y todo el mundo se dirige a la Galerie des Glaces para ver los fuegos artificiales, estos estaban previstos para el día de la boda, pero tuvieron que ser suspendidos a causa de la tormenta. La Familia Real se sitúa en las ventanas centrales de la Galerie, la Corte en las otras ventanas y el pueblo, al que se ha dejado entrar excepcionalmente, en la parte alta de los jardines. A las diez y cuarto, a la señal del Rey, empieza el espectáculo, que dura media hora.

Se suceden cascadas luminosas, pirámides de fuego, soles relucientes, esferas, bouquets de petardos, el monograma de los esposos (LA y MA) y no puede faltar un templo del Himen. Mientras tanto la orquestra de más de cien músicos acompaña el espectáculo desde el gran canal. Todo termina con una gran girande (una rueda giratoria) de más de 20.000 cohetes y bengalas.

En menos de una hora, los obreros desmontan las tarimas y las estructuras de los fuegos de artificio y el camino está libre para que el pueblo pueda disfrutar de las illuminations. En el tapis vert hay pirámides y obeliscos y alrededor la Fontaine d’Apollon se erigen tejos podados y estructuras efímeras en forma de arcos de triunfo recubiertos de guirnaldas, todo ello iluminado por más de 160.000 farolillos. Las iluminaciones se extienden por todo el borde del Grand Canal y terminan con un gran templo del sol, por el canal navegan además pequeñas góndolas y galeras igualmente iluminadas con farolillos. Las illuminations también abarcan los principales bosquets del jardín y en algunos de ellos se suceden espectáculos de danza. Todas las fuentes del jardín permanecen encendidas durante toda la noche. Se calcula que 200.000 personas visitan los jardines aquella noche, sin necesidad de invitación y sin distinción de rango, las gentes humildes observan y pasean al lado de grandes señores de la Corte; los princes y princesses de sang y algunos miembros de la Familia Real se pasean entre la muchedumbre en calesa o en chaise à porteur. Sin embargo ni el Rey ni la pareja de recién casados bajan al jardín.
Les illuminations en el Bassin d'Apollon representadas por Moreau le Jeune.
© RMN-Grand Palais (Château de Versailles) - Droits réservés.


Detalle del gravado de Moreau le Jeune.
© RMN-Grand Palais (Château de Versailles) - Droits réservés.

El Duque de Cröy nos deja la siguiente descripción:

“A las doce y media, fui a buscar a las damas a casa de la Princesa de Tingry. Di la mano a la Princesa de Salm y corrimos a ver las illuminations. Lo mejor y realmente admirable fue la iluminación del Grand Canal vista […] desde la terraza por encima de la Fontaine de Latone. […].

Sin embargo, fue decepcionante que al girarme viera la Galerie des Glaces cerrada y a oscuras y que ni el Rey ni la Familia Real se dignaran a permanecer un rato observando las illuminations. La joven Dauphine si que se paró un rato a observarlas, pero cuando pidió permiso para bajar a ver los jardines se lo denegaron. Pareció que la Familia Real despreciaba todo eso. […] se dijo que el Rey tenía miedo de resfriarse. […]

Había en varios bosquets, pequeños teatrillos de divertían al pueblo, y todo estaba iluminado, todo fue digno de ser recordado como una de las fiestas más magnificas que se han celebrado en Versailles hasta la fecha. Recorrimos con las damas todos los sitios y volvimos a casa al amanecer. No he oído hablar de ningún accidente ni altercado.”

EL GRAND BAL MASQUÉ

El domingo es día de descanso, lo único remarcable es la multitud que  viene a ver a la Dauphine mientras asiste a la misa matutina.

El cuarto día de celebraciones, el lunes 21 de mayo, el Rey ofrece un grand bal masqué (baile de máscaras) en el Grand Appartement de Versailles. Esta vez no se extienden invitaciones, la entrada es libre, la única condición es quitarse la máscara e identificarse antes de entrar. La danza se hace en el Salon d’Hercule, recubierto de draperies y con un anfiteatro para sentarse u observar el baile y tres orquestas se reparten por el Grand Appartement además de tres buffets en el Salon de Vénus, el Salon de la Guerre y el Salon de la Paix.
Planta de Versailles hacia 1770, con los principales sitios nombrados en el artículo.
El punto azul representa el Salon d'Hercule.

Gravado representado el bal masqué en la boda del anterior Dauphin en 1745, por Charles Nicolas Cochin.

Marie-Antoinette aparece de incógnito con sus damas de compañía, todas ellas vestidas “en domino” (a cuadros), y baila sin que nadie se percaté de quien es en realidad. Sin embargo apenas discurrida una hora la Condesa de Noailles viene a buscarla para que se retire, el Rey ha ordenado que la joven Dauphine no se fatigue en exceso.

Solo a las 8 de la mañana se da por concluido el baile.

ÓPERAS, TRAGEDIAS Y BALLETS

Si bien las festividades oficiales de la boda terminan con el bal masqué, en el próximo mes y medio se dan varias representaciones en la recién inaugurada Opéra Royal. El miércoles 23 de mayo la tragedia de Racine Athalie, que destaca por su majestuosa puesta en escena, con 500 figurantes en la escena final, una espectacular reconstrucción del Templo de Jerusalén y nueva música compuesta por François-Joseph Gossec.
Representación de Athalie según Jean-Michel Moreau le Jeune.
© RMN (Château de Versailles) - Gérard Blot.


El sábado 26 se vuele a representar la opera Persée. Según el programa inicial el 30 de mayo se tiene que representar la ópera Castor et Pollux y el 9 de junio la tragedia Trancrède y el ballet La Tour Enchantée, sin embargo, no estando listos los decorados, las representaciones se trasladan al 9 y 20 de junio respectivamente.

LA FIESTA DE AUSTRIA

A finales de mayo, cuando el torbellino de actos y fiestas en la Corte parece haberse calmado, empiezan en Paris las celebraciones en honor a los recién casados.

La primera es la fiesta que celebra el Conde de Mercy-Argenteau, embajador austriaco, en su residencia del Petit Luxembourg. Sin embargo como su appartement es demasiado pequeño, se construye una sala de recepción provisoria en el jardín. Obra del abanderado de las nuevas corrientes neoclásicas el arquitecto Jean-François-Thérèse Chalgrin. La sala es un inmenso espacio rectangular articulado con 8x6 colosales columnas corintias. La construcción, que recibe la aprobación unánime de la crítica, se considera una de las edificaciones más destacadas del neoclasicismo temprano francés a inicios de los 70.
Entrada a la sala de baile provisoria del Petit Luxembourg.

Interior de la sala de baile de Chalgrin.

El domingo 27 de mayo en la sala del Petit Luxembourg el Conde ofrece una cena de 90 cubiertos para lo más granado de la aristocracia y alta sociedad parisina. El día 29 le sigue un bal masqué en la misma sala.

Ni los recién casados ni la Familia Real asisten a este evento o los otros celebrados en la capital, la entrada oficial del Dauphin y la Dauphine a la ciudad no se producirá hasta junio de…1773 !

TRAGEDIA EN LA PLACE LOUIS XV

Paralelamente la villa de Paris ha ido organizando sus celebraciones. Inicialmente se habían previsto bailes campestres, carreras de caballos, justas y espectáculos acuáticos en el Sena, mercadillos y teatrillos repartidos por toda la ciudad y además iluminaciones de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.

Pero como las finanzas de la administración local se encuentran bastante mal, al final se decide reducir todo esto a una feria comercial en los iluminados boulevards del norte, de la Madeleine a la Porte Saint Denis (actuales Boulevard des Capucins, des Italiens, Montmartre, Poisonnière y Bonne Nouvelle) y unos fuegos de artificio lanzados en la Place Louis XV (actual Place de la Concorde).

Sobre la feria el Duque de Cröy deja escrito: “Los boulevards […] estaban iluminados con dos hileras de farolas y farolillos en los arboles, y había una larga fila de paradas abiertas. Todo tuvo cierta belleza, pero tuvo un éxito mediocre, así como el fuego de artificio.”

El fuego se programa para el miércoles 30 de mayo, que se declara día festivo en toda la ciudad. A partir de las seis de la tarde la gente empieza a confluir en la Place Louis XV, que por aquel entonces marcaba el limite oeste de Paris, más allá se extendían los nuevos barrios que empezaban a ser urbanizados para la albergar los hôtels y palacetes de la aristocracia y alta burguesía parisina. El ayuntamiento ha desplegado a más de doscientos agentes municipales, hay puestos en los que se da comida gratuita y se han prohibido asimismo la construcción de graderías para evitar que se hundan bajo el peso excesivo de la gente.
La Place Louis XV representada en los años 70, por Nicolas Perignon, antes de la construcción del puente-

En el centro de la plaza se yergue la estatua del Rey, inaugurada en junio de 1763. Hacia el norte hay las dos columnatas que enmarcan visualmente la estatua y sirven de entrada a la Rue Royale, que conduce a la iglesia de la Madeleine, que en 1770 es un inmenso solar en obras repleto de materiales de construcción. Hacia el este hay las verjas que dan entrada al Jardin des Tuileries. Al sur hay una larga balaustrada que da al Sena (el actual puente no se empezará a construir hasta 1787) y la desembocadura de las dos avenidas que bordean el río, el Cours de la Reine al oeste y la Quai des Tuileries al este. Finalmente al oeste empiezan los Champs-Élysées que por aquel entonces son un camino sin pavimentar flanqueado por una doble hilera de árboles y rodeado de solares sin construir.

El caer la noche empieza el espectáculo de fuegos artificiales, que son lanzados desde la balaustrada que da al río al sur de la plaza. Pero como dice el Duque de Cröy el resultado es mediocre: el bouquet final se enciende demasiado temprano y se acaba prendiendo todo el entarimado, en resumen todo resulta precipitado y deslucido.
Mapa de la Place Louis XV con las calles colindantes.

La multitud, decepcionada se dirige entonces hacia la feria de los boulevards del norte, sin embargo como casi todas las entradas a la plaza están taponadas por largas hileras de carruajes solo pueden salir por la Rue Royale al norte. Entre trescientas y cuatrocientas mil personas se dirigen hacia el embudo de la Rue Royale, sin embargo ésta también se encuentra llena de carruajes y dos coches de bomberos avanzan además en dirección contraria para apagar el fuego del entarimado. Los primeros espectadores llegan entonces a la zona en obras de la Madeleine, tropiezan con los materiales, caen y son pisoteados, en la Rue Royale se produce una avalancha, los que pueden suben al techo de los carruajes o a las farolas, otros encima de los caballos que mueren aplastados. Solo varios minutos más tarde la escasa guardia municipal logra controlar la situación. El resultado: 132 muertos y más de mil heridos. El fallecido más joven tiene seis años, el mayor setenta.

Una vez más el Duque de Cröy nos relata parte del trágico episodio:

“Lo más bonito era la cantidad de gente y carruajes que había […] muchísima gente había venido de las afueras solo para ver el espectáculo. […] llegamos con antelación y nos situamos en las columnatas, en el espacio del Duque de Chevreuse […] El fuego fue bonito, pero no excepcional […] Después del fuego, la cantidad de gente que quería salir de la plaza era espectacular y aterradora. Vi esa masa que llegaba y como nuestro carruaje era de los primeros de la Rue Royale comprendí que debíamos partir rápido. Seis nos metimos en el interior y el Duque de Sully y otros subieron detrás […] llegamos a casa de la Princesa de Tingry con bastante calma, tuvimos suerte, porque partimos temprano, si la muchedumbre nos hubiera alcanzado, no sé como hubiera acabado la cosa”.

Cuando a la mañana siguiente, la noticia llega a Versailles, el Dauphin y la Dauphine quedan completamente consternados y deciden dar todo el dinero que el Rey les había dado en honor de su boda a las familias de muertos y heridos, a su imitación varios princes de sang y el arzobispo de Paris hacen lo mismo. Como la picaresca no es exclusividad española, no faltarán los que simularán haber estado en la avalancha o ser familiares de alguien para cobrar de la generosidad real.

Muchos ven, sin embargo, en el suceso un presagio funesto para la nueva pareja que un día está destinada a reinar sobre Francia, y como la Historia es a veces siniestra ciertas casualidades no pueden ser ignoradas. Los cuerpos de los muertos son llevados a un cementerio de las afueras de la ciudad, años más tarde en ese mismo lugar se enterrarán los cuerpos decapitados de Louis XVI y Marie-Antoinette, en dicho lugar se alza hoy la Chapelle Expiatoire. Varias décadas más tarde, en 1896, otra avalancha de consecuencias similares tendrá lugar en la coronación en Moscú de Nikolay II y Aleksandra Feodorovna, los últimos zares de Rusia.

LA FIESTA DE ESPAÑA

El domingo 10 de junio tiene lugar la última celebración en honor a los recién casados, en este caso celebrada por el embajador español, el Conde de Fuentes. El embajador, para asegurar la comodidad del evento, ha alquilado el vauxhall (algo así como un club nocturno) de Torré situado al norte de la ciudad en el Boulevard Saint Martin. Al vauxhall, compuesto por una enorme sala ovalada rodeada de un pórtico, se ha añadido un pabellón que servirá de sala de banquetes y que se une con la anterior por un patio interior recubierto de farolillos. Como la mayoría de las construcciones se encuentran abiertas al exterior o directamente al aire libre es un suerte que ninguna tormenta estropeé la fiesta.
Otro de los vauxhall que había en Paris, en este caso el Vauxhall de la Foire St Germain.

A las nueve y pico empieza la celebración con unos fuegos de artificio lanzados desde los huertos de detrás del vauxhall, si bien no alcanzan la magnificencia de los de Versailles, el público los considera de los mejores, por su duración, variedad y colorido, no en vano, el propietario del vauxhall, Giovanni Battista Torre, es especialista en pirotecnia. Por orden del Rey, seiscientos soldados se encargan de la seguridad del evento, para evitar sucesos como los de la Place Louis XV.

A continuación se sirve la cena para trescientos comensales que dura hasta las once y media, luego se retiran las mesas y todo el recinto se convierte en un inmenso espacio para el bal masqué. Más de seis mil personas con entrada disfrutan del baile, que se realiza tanto en las salas interiores como en el jardín al aire libre. Paralelamente, en el exterior el Conde ha dispuesto que se dé comida gratuita a todo aquel que se acerque.

La fiesta del Conde de Fuentes solo termina al amanecer cuando poco a poco se van apagando los miles de farolillos que decoran las fachadas y los jardines. La celebración es un gran éxito, de las mejores que se han realizado para conmemorar la boda y todo el mundo remarca que si la del embajador de Austria fue más solemne, la del embajador de España fue por el contrario más alegre y agradable.


Terminaban pues las festividades que habían acompañado a esta boda, calificada de histórica por unir a un Borbón con una Habsburgo. Louis-Auguste y Marie-Antoinette acaban de conocerse, y a lo largo de los siguientes meses se constatarán las profundas diferencias de carácter entre ambos, terminarán, sin embargo, sintiendo afecto el uno por el otro. Su historia y su drama acaban de empezar.